Vicisitudes y promesas renovadoras de las FFAA

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19 de enero de 2024
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12:05 am
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Vicisitudes y promesas renovadoras de las FFAA

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Nada convencidos y cariacontecidos, reaccionaron las cámaras y camarillas opositoras respecto a la composición y comparecencia de los nuevos miembros del Estado Mayor de las FFAA -jefaturadas por Roosevelt Hernández Aguilar- por su reiterada oposición a los golpes de Estado, su estricto apego a la Constitución, su respaldo al gobierno constituido y obediencia irrestricta a la Comandante General de la institución, Xiomara Castro.

Les produjo además un mal sabor de boca: el que habrá elecciones generales, contrario a las intrigas propaladas; la crítica dirigida a la cúpula uniformada que, en 2009, cometió el yerro delictivo de botar en Costa Rica al presidente Zelaya Rosales y reconocer la participación -desde adentro- que tuvieron algunos jerarcas en ese tipo de desafueros en mancomunidad con políticos similarmente ambiciosos, prometiendo no incurrir en los mismos errores, ni tropezar con la “mesma” piedra. Por entendibles motivos, estos puntos abordados en el foro del Canal 5 -el 3 de enero- fueron soterrados por quienes se estimaron aludidos y por comentadores apesadumbrados de no haber al presente embestidas represivas, como en años anteriores, ni reeditarse las proclamas y mensajes intimidatorios emitidos tras golpes de Estado o en cruciales momentos de la guerra fría.

Como los jóvenes suelen demandar pruebas al canto, tráense a cuenta algunas citas de aquellos entonces: “Posesionadas de la sagrada misión que les asigna la Constitución, las Fuerzas Armadas han tomado la trascendental e impostergable resolución de asumir los poderes del Estado para poner fin… a la seria amenaza que representa la infiltración de agitadores comunistas y de guerrilleros de tal tendencia”. (Proclama del 3 de octubre de 1963, luego de ser depuesto el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales). “El Consejo Superior de la Defensa Nacional… ha resuelto: Que el señor general don Oswaldo López Arellano, jefe de las Fuerzas Armadas, asuma la jefatura del Estado, gobierne por medio de decretos-leyes y que su permanencia en tal cargo sea de 5 años como mínimo”. (Proclama justificativa de la deposición del presidente Ramón E. Cruz, 4 de diciembre de 1972). “Las Fuerzas Armadas continuarán ejerciendo el gobierno militar por el tiempo que sea necesario… el Consejo Superior nombra al señor coronel de infantería Juan Alberto Melgar Castro, jefe de Estado, en sustitución del general de brigada don Oswaldo López Arellano”. (Proclama “ante el cambio de gobierno, del 22 de abril de 1975”, a resultas del llamado “soborno bananero”).

El 31 de marzo de 1984, el alto mando anunció la “renuncia” del general Gustavo Álvarez Martínez del cargo de comandante en jefe y su traslado “fuera del territorio nacional”. En Costa Rica -adonde fue llevado- el oficial indicó: “Yo no renuncié; a mí me sacaron”. Acaecía esto en el gobierno de Roberto Suazo Córdova, el que con la venia de parlamentarios suyos buscaba prolongar su estadía. Frente a un conato golpista -del 24 de octubre, 1985-, el nuevo jefe de las Fuerzas Armadas, Walter López Reyes, hizo saber a diputados la disposición “de velar por la democracia hondureña”. Casi un cuarto de siglo después, aconteció la última asonada militar, condenada por la nueva cúpula, y que igual al golpe de 1963 se le dio tinte anticomunista, y este sigue siendo la cocora fantasmal de quienes machacan, fastidiosamente, que no habrá sucesión gubernativa en 2025.

Ahora, como se ha puesto en debate la atribución asignada al estamento militar -contenida en el artículo 272 constitucional- acerca de “mantener los principios del libre sufragio y la alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República”, valdría replantear la salida de Ernesto Paz Aguilar (QDDG): establecer el Tribunal de Justicia Constitucional, entidad colegiada dirigida a conocer de estos y otros asuntos y asegurar sin ambigüedades el imperio de la Carta Magna, amén de coadyuvar al logro de un deseo, de una aspiración ciudadana: despolitizar del todo a los militares y desmilitarizar a los políticos. ¡Que el civismo y la civilidad van por ese camino!

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