LETRAS LIBERTARIAS: Las dos caras del transfuguismo

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20 de enero de 2024
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12:04 am
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LETRAS LIBERTARIAS: Las dos caras del transfuguismo

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

El transfuguismo es un comportamiento político que ha tomado auge en los últimos años. Aunque se considera un acto deleznable, debemos entender los motivos personales y las razones que se parapetan detrás de una aparente deslealtad partidista, que es vista más como un problema moral que otra cosa.

El transfuguismo es la desafiliación partidista de un legislador que abandona la línea de su partido para hacerle el juego a otra bancada, a un bando opositor, o a grupos de poder que se atrincheran más allá de los recintos camerales. Su origen se remonta a los sistemas parlamentaristas de Europa, aunque la práctica ha sido muy común en Latinoamérica, especialmente en el siglo XXI cuando los partidos tradicionales comenzaron a desgastarse, al mismo tiempo que novedosos movimientos políticos, sin una clara orientación doctrinaria, aparecieron en la escena aprovechando el debilitamiento de aquellos.

En sus inicios, el transfuguismo tuvo un significado ético-ideológico, en especial cuando las decisiones de un partido político afectaban el ethos o las creencias políticas de un legislador quien optaba por abandonar las filas y buscar mejores horizontes en otro lado donde se sintiera más cómodo. Así, un parlamentario ecologista, al percatarse de que su organización recibía fondos de una firma no amigable con el medio ambiente, se declaraba independiente o se echaba a los brazos de otra entidad política.

Hay quienes argumentan que el tránsfuga ha traicionado a sus electores dejando mal parado al partido que representa, mientras otros sostienen que los motivos son meramente personales y de carácter pecuniario. En primer lugar, debemos recordar que los diputados, aunque son elegidos a través del mecanismo electoral, son impuestos por los mismos partidos, de modo que la gente poco o nada resiente la traición de sus “representantes”. Si el estímulo es económico, ¿a cuántos de los correligionarios del tránsfuga no les gustaría estar en su lugar, tentados a ceder ante la fascinación de una vida asegurada por dos generaciones?

Como dijera Bruce Bueno en su “Manual del dictador”, “La política, como todo en la vida, tiene que ver más con individuos, cada uno de ellos motivados a hacer lo que es bueno para él, no lo que es bueno para los demás”. Desde luego que no hay nada de inocente ni de patriótico en el enunciado. La elección es del parlamentario, a pesar de su “justificación” política. Es decir, los objetivos del poder son unos, y los de los individuos son estrictamente personales. Hay que interpretar eso para entender el juego de la política alrededor del mundo.

Por supuesto, el transfuguismo trae consecuencias de carácter electoral: los electores pierden la confianza en el desertor, en su partido y en el sistema político. Es, como sostienen Vargas y Petri en su ensayo “Transfuguismo”, “Las cámaras legislativas son un observatorio para entender los comportamientos humanos”. El panóptico del ciudadano mira a través de la vitrina legislativa la viva expresión de los actos de los congresistas, que no requieren de tantos foros mediáticos ni de sesudos análisis para interpretar los procederes particulares. El color de la enseña es una cosa; los intereses personales, es otra.

Si se legisla para frenar el transfuguismo, el fenómeno se acaba, como acontece en los Estados Unidos. No hay que darle tantas vueltas al asunto. Recordemos que los peligros que merodean el sistema político no son pocos, y van, desde la disuasión a participar en las elecciones, hasta poner en entredicho la estabilidad política de cara al futuro.

El debate está abierto.

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