¿FILOSOFANDO?

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22 de enero de 2024
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12:31 am
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¿FILOSOFANDO?

SUGERENCIA del poeta, un repaso, a vuelo de pájaro, del debate filosófico sobre la predestinación y el libre albedrío. Ya habíamos mencionado al existencialista francés Jean-Paul Sartre: Pensaba que “somos responsables de nuestras elecciones y por lo tanto de nuestro destino”. “Estamos condenados a ser libres” –decía– descartando la idea de la predestinación. En cambio, Friedrich Nietzsche –el filósofo alemán más conocido por su obra, “Así Habló Zaratustra”, sobre la voluntad de poder– de ahí la esencia de la autodeterminación y la superación personal, pensaba que “el individuo tiene la capacidad de crear su propio destino”. El filósofo Baruch Spinoza –de origen judío portugués, pero expulsado en su juventud de la comunidad judía– profesaba la idea panteísta, que “Dios y la naturaleza son una única realidad”. La libertad según su visión filosófica, radica “en comprender y aceptar la necesidad universal”. Su frase célebre: “Dios o la naturaleza no actúa por libertad, sino por necesidad”.

Arthur Schopenhauer –crítico del libre albedrío, concordando con Spinoza– apuntaba: “Todos creen a priori que son libres, pero a posteriori se asombran cuando se dan cuenta que no lo son”. El filósofo griego, Epicuro de Samos –fundador de la escuela “El Jardín”– antepuso el hedonismo inteligente a las enseñanzas platónicas. Creía en el cultivo de la amistad, como virtud, y de “la libertad en la búsqueda del placer”. Privilegia la autarquía, el dominio de sí mismo, para alcanzar la tranquilidad del alma, o más bien la imperturbabilidad, la ataraxia, una psiquis de serenidad, por el control total de las emociones. Para Aristóteles la autarquía yace en la capacidad de cada cual de hacer el bien perfecto –el gobierno de uno mismo– la autosuficiencia, sin la dependencia de terceros. Aristóteles ponderaba el libre albedrío (fuerza de elección) como “tener la voluntad de amar una cosa contraria y seguir la una o la otra”. No habría equilibrio sin citar al teólogo y presbítero, Santo Tomás de Aquino y su enseñanza escolástica. Combinando la filosofía aristotélica con la teología cristiana, fue el principal defensor de la predeterminación divina; una conciliación entre la Providencia y la libertad humana. “La existencia de Dios es evidente en sí misma, pero no para nosotros, por tanto, debe demostrarse”. El teólogo cristiano San Agustín de Hipona, creía que la predestinación era un acto de la voluntad divina. “Ama y haz lo que quieras”, su tesis sobre “la gracia divina y la libertad moral”. La doctrina de Martín Lutero –la Reforma Protestante– insistía que la depravación humana necesitaba de la elección humana para la salvación. Soy incapaz de querer bien, un reflejo de su idea sobre “la predestinación incondicional”. Juan Calvino –también teólogo reformador– predicaba que “la predestinación no es otra cosa que la designación de lo que Dios ha admitido a la vida eterna”. Ni más ni menos que “la soberanía absoluta de Dios”.

Jacobo Arminio rechaza la “predestinación incondicional”. La gracia divina –expone, contraponiendo el libre albedrío a la fe– permite a los seres humanos aceptar o rechazar la salvación: “Dios predestina a la salvación a aquellos que, a través de la gracia, creen en Cristo”. El filósofo de la Ilustración Immanuel Kant –en su obra “Crítica de La Razón Pura”– intenta conciliar la libertad y la necesidad. Habla –sin referencia a la predestinación– de la autonomía moral y la libertad individual. El neurólogo Mark Hallett, sostenía que “el libre albedrío no existe, no es poder ni una fuerza impulsora; no más es una percepción”. Es la sensación de ser libre y “cuanto más lo examinas, más cuenta te das que no lo tienes”. Thomas Hobbes plantea que quien actúa libremente es porque no encuentra un obstáculo en hacer su voluntad por decisión propia. Lo que David Hume –quien sostenía que las pasiones no la razón determinaban el comportamiento humano– advierte sobre la premisa anterior: “Esta libertad hipotética se aplica universalmente a cualquiera que no esté encadenado”. Más recientemente, el profesor de filosofía Joseph Campbell –a propósito del determinismo fatalista, de un destino que rige todo y niega la libertad– sobre el dilema del libre albedrío planteaba: “Si el determinismo es verdadero, entonces nadie tiene libre albedrío”. “Si el indeterminismo es cierto –la existencia de acontecimientos que no son determinados por sucesos previos– entonces nadie tiene libre albedrío”. “Por lo tanto –concluía– nadie tiene libre albedrío”. (¿Y vos sabés –pregunta el Sisimite– qué pensaba el filósofo de los filósofos sobre el libre albedrío? -Si te referís a Sócrates –interviene Winston– les decía a sus alumnos que “el libre albedrío era un signo de inferioridad, que hace al hombre superior a los animales, pero inferior a los dioses. El verdadero sabio sería “un Dios que prescindiendo del libre albedrío sería superior a cualquiera que lo tenga”. -Mirá –interrumpe el Sisimite– en lo que nos tienen. -Pues ni modo –suspira Winston– filosofando).

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