Las “vivanderas” del ejército morazánico

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27 de enero de 2024
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Las “vivanderas” del ejército morazánico

Por: Jorge Raffo*

Las mujeres revolucionarias de los ejércitos independentistas de los Libertadores San Martín y Bolívar -así como de las tropas del rey en América- y de las huestes del proyecto político integracionista de Morazán recibieron diversas denominaciones para graficar su valor de combatientes y compañeras. Señala Leonardini (2020) que “son conocidas en otras latitudes de América Latina como “soldaderas o adelitas” (México), “gulangas o juanas” (Colombia y Ecuador), “tropeñas” (Ecuador), “troperas” (Venezuela), “vivanderas” (Honduras), “mambisas” (Cuba), “cantineras o vivanderas” (Chile)”. En el Perú se les llamó “rabonas”, apelativo que aludía a “rabón” término con el que se llamaba al caballo sin cola y que derivó en femenino en alusión a que a ellas se les obligaba a llevar las trenzas de su cabello cortadas.

La proximidad de los bicentenarios de las batallas de Junín y Ayacucho (1824) que sellaron la libertad política de Sudamérica enciende el interés por aspectos aún no suficientemente estudiados de esa gesta independentista. El papel de estas esforzadas mujeres viene siendo reivindicado desde el último tercio del s. XX obligando a nuevos análisis que difieren de la historiografía oficial de varias naciones del continente donde, en algunos casos, son invisibilizadas. Fue, sin embargo, la pintura la que las salvó del olvido. Leonardini (2020) indica que el “pionero en este asunto es el pintor peruano Pancho Fierro en la primera mitad del siglo XIX; pasarían varias décadas para que el ecuatoriano Joaquín Pinto lo hiciera a inicios del XX. Dentro de la pintura histórica es el artista colombiano José María Espinosa quien realiza la primera serie dedicada a las batallas de la independencia. A este quehacer se agregan los mexicanos Luis Coto con la guerra de intervención francesa y, a partir de la década de 1920, los muralistas José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros”.

Samaniego Salazar (1976), reflexionando sobre la mujer que decide ser rabona afirma “debió ser su situación la de una gran pobreza y la de un gran sacrificio. Siempre llorando por sus muertos y sus heridos, para ellas no pudo contar la alegría de una victoria ni el desconcierto de una derrota. Estaban con los soldados, mientras estos sobrevivían, siempre compañeras fieles, leales y apasionadas”. La historia registra que también, llegado el caso, empuñaban las armas y peleaban en la refriega, sea esta escaramuza, emboscada o batalla. En “Leyendas del Tiempo Heroico” de Calle (1905) se recoge la nota que Bolívar pone sobre ellas en una carta del 17 de febrero de 1825 describiéndolas como “el símbolo del ímpetu con que los guerreros arrasan a su paso las contiendas, llevando el estandarte de su valor”.

Basadre (1983) acota sobre este período histórico indicando que “como las cantineras francesas, tuvo entonces el ejército peruano, al lado de los soldados, mujeres que eran sus camaradas, sus enfermeras, sus proveedoras, sus bestias de carga: las “rabonas””.

Otro de los enfoques reivindicativos acerca de estas patriotas destaca su aporte a la gastronomía. Los vivacs de las rabonas, vivanderas o soldaderas fueron el escenario donde nacieron platos representativos de la culinaria regional. Su creatividad e iniciativa para alimentar al soldado estableció, sin proponérselo, pautas para recetas rápidas, nutritivas y sabrosas. La receta de la “causa rellena” -platillo bandera de la costa peruana llamado así como una referencia a la “causa revolucionaria”- preparada sobre la base de papa y pollo nació como consecuencia de un premio que Bolívar ofreció a las rabonas para que inventasen una comida con los pocos ingredientes con que contaba su ejército en ese momento para subsistir. Otro ejemplo son las recetas de las “tajadas de guineo con carne” y de la “yuca con chicharrón” que datan de los tiempos del ejército del General Morazán. Tarea de recopilación ardua debido a la carencia de documentos (testamentos, juicios, cartas, diarios de vida) que puedan estructurar una cronología gastronómica.

Leonardini (2020) constata que también es arduo encontrar representaciones pictóricas de las vivanderas centroamericanas y de las rabonas porque la pintura histórica nacional no se instala como una necesidad de reafirmación de la nacionalidad sino hasta la década de 1870 y los artistas de ese momento no habían vivido los hechos que tenían que retratar. Una excepción lo constituiría José María Espinoza, artista colombiano autodidacta que, además de pelear jovencísimo en las guerras de independencia introdujo en sus pinturas bélicas a las gulangas lo que resuelve el tema para Colombia y Venezuela pero no para Perú y Centroamérica donde llevaban otros atuendos propios de cada territorio.

Estas anónimas mujeres fueron protagonistas reales de un proceso del que los actuales ciudadanos de Latinoamérica son deudores. Han pasado doscientos años, se le debe rendir homenaje sin demora.

*Embajador del Perú en Guatemala.

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