VARELA MORENO, PILOTO SALVADOREÑO DERRIBADO EN LA GUERRA DEL 69

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27 de enero de 2024
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VARELA MORENO, PILOTO SALVADOREÑO DERRIBADO EN LA GUERRA DEL 69

Cap. Douglas Vladimir Varela Moreno (FAS).- Cap. Reynaldo Cortez Menjívar (FAS).

Juan Ramón Martínez

En la guerra de las cien horas, librada entre Honduras y El Salvador en julio de 1969, este último de los países perdió más aviones de combate y pilotos que Honduras. Uno de los pilotos que cayera, envuelto en llamas en territorio hondureño después de haber sido abatido su avión Mustang P-51 fue el capitán Douglas Vladimir Varela Moreno, por un Corsario hondureño de matrícula F4AU-5 No. 609, tripulado por el mayor Fernando Soto Henríquez.

De conformidad con la información disponible y los testimonios de varios testigos que todavía viven, el capitán Varela Moreno una vez que fuera inutilizada su aeronave por una ráfaga disparada por el mayor Soto, intentó abandonar el avión en vuelo. Aunque consiguió abrir parcialmente la carlinga de su avión, que estaba incendiada, no lo logró abandonar, de modo que murió por los disparos y por el impacto sobre el suelo. Las quemaduras fueron recibidas probablemente cuando estaba muerto y tirado en el suelo.

Los restos de la nave militar salvadoreña, y con la que el capitán Douglas Vladimir Varela Moreno había ametrallado posiciones hondureñas ubicadas entre el cerro de las Chiches y el cerro el Ojuste e intentado derribar el avión Corsario pilotado por Soto Henríquez, quedaron regados en el lugar conocido como La Laguna, ubicado entre El Aceituno y Alianza.

El coronel César Elvir Sierra en su libro “EL SALVADOR, ESTADOS UNIDOS Y HONDURAS”, la gran conspiración del gobierno salvadoreño para la guerra de 1969. La historia militar y diplomática de la guerra de las 100 horas de 1969”, se refiere al incidente en la forma siguiente: “Como a las 10:00 horas de despegado una escuadrilla de corsarios F4AU-5 de la Base Militar de Toncontín, con el capitán FAH Soto como líder, No. 2 capitán FAH Zepeda, y No. 3 capitán FAH Edgardo Acosta; están armados con cuatro bombas de cien libras, con tres clústeres (racimos) de tres bombas de treinta libras y 800 proyectiles calibre 20 mm. Su misión es la de dar apoyo aéreo cercano al Teatro Sur. Al llegar al lugar del combate terrestre, inician los ataques mortales sobre el enemigo lanzando las bombas. Cuando procedía al ametrallamiento, al capitán FAH Francisco Zepeda no le funcionaron los cañones, falla que informó inmediatamente al líder de la escuadrilla, con el cual conviene que iba a sobrevolar orbitando en círculos a tres mil pies sobre el terreno, asumiendo una posición de observación del ataque a las tropas salvadoreñas. Casi al instante observa la silueta de dos aviones Mustang F-51 salvadoreños, pilotados por los capitanes FAS Douglas Vladimir Varela y Héctor Leonel Lobo, los que colocan atrás su avión para atacarlo. Al segundo, el capitán FAH Zelaya reacciona y avisa al resto de su escuadrilla su situación. Hace un viraje brusco hacia la izquierda, para negarle a los aviones enemigos un blanco fácil, luego hace otro viraje brusco a la derecha, empujando el control de la potencia al máximo. Los capitanes FAH Soto y Acosta dejan sus ataques a tierra y proceden a tomar altura en dirección a los aviones Mustang F-51; se preparan para entablar aquel combate aéreo contra los aviones salvadoreños. De repente uno de los Mustang estalla y cae envuelto en llamas en territorio hondureño, “pagando con su vida el piloto la agresión que estaban desatando en contra de Honduras”. Orlando Henríquez, en su libro “En el Cielo Escribieron Historia”, página 87, se describe este instante supremo de la forma siguiente: “Comienza entonces una brutal caída a plomo. La carlinga se trata de correr en su totalidad, de manera útil, y un abrazo cae vencido tocando el fuselaje. El capitán Varela ha muerto”.

En San Salvador, “al finalizar esa tarde del día 17, los pilotos de las FAS se encontraban apesadumbrados, tres de sus compañeros habían sido derribados el mismo día; y, por el mismo piloto enemigo. Casi al cerrar de la tarde, se hace presente al Cuartel General de la FAS, el presidente, general Sánchez Hernández y su ministro de Defensa, general Fidel Torres, para intentar dar ánimos a los pilotos de la FAS, ante la pérdida de sus compañeros. Según recuerda el piloto Escobar Peralta, el ambiente en el cuartel general era tétrico. En la conversación que sostiene con ellos, deja entrever que el conflicto podría llegar a su final muy pronto; los pilotos respondieron que les diera más tiempo para confrontar a la FAH y que la infantería avanzara más, que no se detuviera, sino que, por el contrario, que empujara más las tropas” …. “Ese mismo día, cerca del mediodía, el capitán Rafael Bustillo y el piloto estadounidense Tom Bolt habían aterrizado en Ilopango con dos Mustang P-51D, que, de contrabando, los habían pilotado desde una pista aérea de los Estados Unidos”. (Herad Von Santos, Bombas sobre Toncontín, San Salvador, 2017, pág. 577).

Mayor Fernando Soto Henríquez (FAH).

El avión Mustang F-51, pilotado por Varela, cayó en territorio hondureño cerca de un lugar que se llama La Laguna, en las cercanías de Alianza; fue encontrado en la búsqueda que por orden del comandante del teatro realizó el Jefe de Asuntos Civiles, S-5, y gobernador político de Valle, capitán de infantería Carlos Ávila Cáceres, acompañado por los médicos Carlos Rivera Williams, Claudio Ayestas, Francisco Murillo Selva, el capitán doctor Roberto Villalobos y personal civil.

El piloto muerto fue identificado como el capitán FAS Douglas Vladimir Varela Romero. “Posiblemente por estar herido o por estar a muy poca altura no logró lanzarse en paracaídas y fue encontrado muerto al lado de su avión con el paracaídas sin haberse abierto”. El cadáver, concluye Elvir Sierra, “fue enterrado en el cementerio de Nacaome”.

Los restos del piloto salvadoreño, en efecto fueron traídos a Nacaome, en donde inmediatamente se procedió a darle terraje en el cementerio de aquella localidad en donde aún, tantos años después, reposan pacíficamente sus restos en tierra hondureña, sin que sus parientes, ni mucho menos el gobierno salvadoreño, hubieran intentado siquiera su repatriación.

Ramón Velásquez Nazar, ex vicepresidente del Congreso Nacional y que durante la guerra se había presentado como voluntario para servir en Nacaome –su tierra natal- junto con varios otros estudiantes universitarios, recuerda que “él vio el cadáver del capitán Varela Moreno parcialmente quemado, muy inflamado especialmente en el rostro, con un cordel de paracaídas todavía rodeándole el cuello, y con la lengua fuera de la boca”. Recuerda que en el torso superior se apreciaban tres heridas de bala que, le hicieron pensar por la distancia entre una y otra, que se trataba de una ráfaga de ametralladora.

“No tenía en el cuello ninguna identificación. Por lo que una de las personas presentes sugirió que le abrieran el overol, en donde en la parte de adentro, junto a la cintura, se encontró el nombre del piloto salvadoreño fallecido. Lo trajeron en una volqueta de color azul, y desde aquí lo bajaron para enterrarlo, sin ataúd alguno, en un agujero que se había ordenado que se hiciera. Fue enterrado con los restos de ropa que traía”, concluyó.

En una entrevista, el piloto hondureño, mayor Fernando Soto, refirió que “el tiempo que me llevó derribarlo fue de unos tres a cinco minutos como máximo y los impactos de mis cañones de 20 mm. fueron unos 20 o un poco más, no le dio mucho tiempo al piloto salvadoreño para realizar maniobras evasivas pues la acción fue de muy corta dirección” (Herard Von Santos, Bombas sobre Toncontín, San Salvador, julio 2019, pág. 561).

El Dr. y entonces teniente de Sanidad de las Fuerzas Armadas de Honduras Roberto Villalobos y sus asistentes, tal lo que nos refirió, en los momentos de la caída del avión del capitán Varela, ocurrida el día 17 de julio de 1969, aproximadamente como a la diez y media de la mañana, estaba en el desvió de El Carreto, -en la retaguardia del Teatro de Guerra Sur, bajo el comando de Policarpo Paz García– atendiendo un puesto de asistencia médica. Fue llamado a La Laguna para el levantamiento del cadáver. El piloto está tirado en el suelo, recuerda, con el paracaídas sin abrir y a cierta distancia de los restos del avión. Debió haber caído sentado, en vista que tenía en la cabeza, hundida sobre los hombros, evidencia de los daños que el impacto produjera en las vértebras cervicales. Procedí inmediatamente a colocarle la cabeza en su lugar. Le subimos a un vehículo, en el cual lo trasladamos al cementerio de Nacaome, en donde después de rendirle honores militares como corresponde, fue enterrado. Las placas de identificación personal, así como el casco de vuelo del capitán Varela, fueron entregadas al Gobernador Político de Valle, capitán Carlos Ávila Cáceres, quien procedió a ponerlos en manos de la Cruz Roja. El casco de vuelo del capitán Varela, según Orlando Henríquez, “se guarda en la propia Escuela de la Fuerza Aérea”.

El doctor Francisco Milla Selva, que con los colegas Murillo Selva y Ayestas estaba instalado en el centro de salud de Nacaome dedicado a la atención de los heridos del frente sur, dice que estaba muy cerca del lugar en donde cayó el avión del capitán Varela; que encontró a un grupo de campesinos que cargaban en una parihuela el cadáver del piloto salvadoreño. Uno de los campesinos refirió que, subido a un árbol, presenció el combate aéreo en el cual un avión hondureño derribó a otro avión militar salvadoreño.

El doctor Claudio Ayestas, que formó parte del grupo que rescató el cadáver del piloto salvadoreño, en 1998 había fallecido en Tegucigalpa. El doctor Carlos Rivera Williams, mencionado por Elvir Sierra, y que, para la publicación de este artículo, en el 2004 no pudo ser localizado, en la Revista Médica del Colegio Médico de Honduras escribió que “El día 17 de julio a las 19 horas, hay mucho movimiento. Del comando de la Fuerza Aérea han informado que ese día el capitán de la Fuerza Aérea Fernando Soto ha derribado un avión Mustang –F51 y dos corsarios SG—Id en el Frente Sur. El avión Mustang lo derribó a las 10:00 a.m. cerca de Alianza Valle y era piloteado por el capitán Vladimir Varela y los Corsarios fueron derribados en El Amatillo a las 4:00 pm. El primero pilotado por el mejor piloto de la Fuerza Aérea Salvadoreña Guillermo Reynaldo Cortés y el segundo era conducido por el capitán José Francisco Zeceña Amaya, quien fue recogido por los patrullas salvadoreñas en Santa Rosa de Lima (El Salvador)… El avión
Mustang salvadoreño cayó en territorio hondureño cerca del caserío de La Laguna, en el municipio de Alianza. Por orden del coronel Policarpo Paz García el capitán de Inf. Carlos Ávila, Jefe de Asuntos Civiles S-5, en compañía de los doctores Claudio Ayestas, Francisco Murillo Selva y Carlos Rivera Williams, recogimos los restos del piloto salvadoreño capitán Vladimiro Varela que comandaba la nave derribada y los enterramos con honores militares de muerto en combate en el cementerio de Nacaome, presidiendo la ceremonia el coronel Oscar Ordóñez y el subteniente Álvaro Romero. El año 2005 se me pidió identificar el lugar de su tumba y sus restos fueron trasladados a San Salvador donde también se les rindieron honores agradeciéndole al Ejército y Gobierno de Honduras el trato que se le dio a pesar de todo”. (Carlos Rivera Williams, Cuarenta Años Después, El Papel del Colegio Médico en la Guerra de 1969 entre Honduras y El Salvador”). Los restos del piloto salvadoreño “fueron trasladados a El Salvador el 13 de abril de 2005. Vale decir, treinta y seis años después de su muerte heroica”. (Círculo Escritores Militares, 12 de julio de 2016, Faceboock)

En cambio, un historiador salvadoreño, José Luis Cebrián, que escribiera su libro “La Guerra de la Cien Horas” en el año 1969, todavía bajo los efectos de la pasión que despierta entre los escritores de uno u otro país, especialmente si estos no tienen la templanza que da el oficio y la objetividad que exige el trabajo histórico, nos dio una versión diferente de los hechos. Él dice que “en ese combate fue derribado el avión del capitán Varela, quien logró saltar el paracaídas, cayendo su avión en uno de los bosques salados aledaño al Puerto de San Lorenzo, Honduras, en las riberas del Golfo de Fonseca. El capitán Varela fue capturado por tropas hondureñas, que le ataron de manos y unieron a un Jeep para arrastrarlo diez kilómetros aproximadamente, llegando agonizante al cementerio de Nacaome, donde fue ultimado a machetazos por elementos de la Mancha Brava”.

Como se puede apreciar, el historiador salvadoreño no aporta ninguna prueba de lo referido, lo que nos hace pensar que fue escrito como parte de la campaña anti-hondureña durante los días inmediatamente posteriores del conflicto entre los dos países. Comete errores no solo con respecto al lugar en donde cayó el avión, que como queda dicho fue en La Laguna, entre El Aceituno y Alianza; sino que además equivoca las distancias porque entre el lugar que menciona en los aledaños de San Lorenzo y el cementerio de San Lorenzo hay más de diez kilómetros de distancia. Además, no aporta ningún testimonio que confirme que Varela Moreno quedó con vida después de la caída de su avión, cosa que técnicamente era materialmente imposible en vista de las ráfagas que no solo afectaron e incendiaron el motor del aparato que tripulaba, sino que además le dieron en el torso superior y en la pierna izquierda, tal como refiere uno de los testigos que recuerda que los balazos los tenía en línea recta, fruto de una ametralladora que le segó la vida casi inmediatamente. Finalmente, los testigos que todavía están vivos confirman que el cadáver de Varela Moreno mostraba los efectos del fuego, es decir que no pudo evitar sino segundos después de la caída del avión, expulsado por el tremendo impacto de este al dar con el suelo. Por ello el paracaídas no llego a abrirse; ni siquiera parcialmente. Para que la versión de Cebrián fuese creíble de alguna forma, habría que aceptarle que la llamada Mancha Brava –que durante la guerra nunca operó como tal- además de matar a machetazos a Varela Moreno, le prendió fuego, cosa por lo demás era innecesaria y materialmente imposible, en vista que no había razón para ello. Y que el escritor salvadoreño no aporta ningún testigo o prueba material del hecho criticable que, quiere elevar al rango de verdad.

La guerra del 69 fue un suceso desafortunado en la vida de los dos países enfrentados. Pero lo es mucho más, cuando por medio de mentiras, como la que hemos comentado, se quiere seguir afectando las relaciones de dos pueblos que están llamados a vivir juntos y en paz. Y para hacerlo, como ocurre siempre en los asuntos humanos, hay que empezar por descubrir la verdad de las cosas, renunciando a las mentiras de la propaganda que, aunque útiles durante la contienda, en las que priva la superioridad de las emociones sobre la razón, no son buenas ni mucho menos convenientes durante la paz. Tegucigalpa, julio 6 de 2004—enero 22 de 2024.

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