PLH: replantearse o desaparecer

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31 de enero de 2024
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12:55 am
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PLH: replantearse o desaparecer

Por: Héctor A. Martínez

Todos pretenden ser los médicos del Partido Liberal de Honduras, tratando de diagnosticar la “enfermedad” que abate a esa vieja institución política del país. Entiendo que los análisis son bienintencionados en la mayoría de los casos, pero no siempre atinados, aunque a final de cuentas todos suman, y en algo contribuirán para evitar que esa organización, de mucho prestigio en el pasado, desaparezca del escenario político del país.

Podemos utilizar un parangón. Si se extingue una especie determinada en un ecosistema natural, se pone en peligro la vida de todos los que participan en la cadena alimentaria. Lo mismo sucede en un sistema político: hay mucho que perder cuando un partido político se debilita o desaparece.

El “liberalismo” del PLH, en cuanto filosofía práctica, se perdió desde hace varias décadas o, a lo mejor, nadie sabe si nació con desperfectos genéticos. Ignoramos si Policarpo Bonilla pensó, al momento de insuflarle vida al partido, en la complejidad polisémica de la doctrina que tomaban prestada. Hoy en día existen variedades de liberalismos, incluso, algunos que se denominan “socialistas liberales”, un verdadero oxímoron para la esencia doctrinaria liberal.

Para un partido de más de cien años de existencia, como el PLH, el desgaste le está pasando la factura, no solo porque ya nadie cree en los partidos políticos, sino porque sus líderes jamás se adaptaron a los movimientos de un mundo cada vez más liberalizado en lo económico y más abierto en lo político. En otras palabras, perdieron la oportunidad de replantearse al final de la Guerra Fría. En lugar de renovar la semántica doctrinaria, acentuaron las viejas prácticas de ser voz y estandarte de las élites, que hicieron del PLH una pieza más del sostén de intereses particulares y patrimonios familiares. El cisma del nuevo orden mundial los sorprendió dormidos, desde antes del 2009.

Esa es la versión romántica, pero no menos verdadera. Normalmente, los partidos -sobre todo en oposición-, al no contar con los recursos suficientes para mantenerse en la palestra pública, comienza a manifestarse entre sus líderes cierta anemia doctrinaria y una desorientación moral, en especial cuando las recompensas por el activismo comienzan a mermar. Nadie se mete a la política por amor al arte: siempre hay un interés detrás de toda militancia y de todo activismo. De este modo, la lealtad entre los miembros esenciales flojea frente a las tentaciones del transfuguismo. Todo lo demás es puro discurso.

Replantear la esencia de una organización resulta doloroso: hiere susceptibilidades, genera resentimientos y presiona por la deserción, sobre todo cuando los oportunistas no ven los réditos a corto plazo. La otra cara tiene que ver con la adaptación del partido con la idiosincrasia generacional y la composición demográfica de un país. Sería bueno echarle un vistazo a la estructura poblacional hondureña compuesta mayoritariamente por jóvenes, mujeres, desempleados, migrantes en potencia y resentidos con el proceder de los políticos. En la actualidad, los partidos ya no los conforman los inocentes simpatizantes ni los idealistas empedernidos, sino los que apuestan a ganar algo en el futuro inmediato. No hablamos de chambas, desde luego.

Finalmente, el PLH debe replantear esa doctrina que, aunque pareciera que de nada sirve en un mundo de ignaros, representa el sextante y la brújula de cualquier partido serio. Eso implicará mover las piezas de mando y democratizar el proceso de participación interna.

Eso, o desaparecen del escenario.

 

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