La presea del mérito

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1 de febrero de 2024
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12:04 am
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La presea del mérito

Déjame que te cuente…

Por: José María Leiva Leiva

He aquí uno de mis relatos favoritos, cuya práctica se volvió reiterativa en mis cursos universitarios, con una excelente respuesta y una maravillosa experiencia, como la de aquellos alumnos, que habían entregado un listón a la abuela que los había criado, o aquel otro que lo hizo con el conductor del camión de la basura, que, sorprendido por el gesto, terminó derramando lágrimas de emoción. El experimento tiene su origen en la historia de un profesor universitario que inició un nuevo proyecto entre los discípulos de su clase, a los que fue llamando uno por uno y les entregó cuatro listones de color azul, uno para ellos, y tres para obsequiar a terceras personas. Todos con la leyenda “Eres importante para mí”.

A continuación, les dijo que eso era lo que él pensaba de ellos, y luego les explicó que tenían que entregar los otros tres listones a alguna persona que fuera importante en la vida de él o de ella. A su vez, esta persona, se quedaba con su listón, y debían entregar los otros dos, y así sucesivamente. El resultado esperado era ver cuánto podía influir en las personas ese pequeño detalle. Todos salieron de esa clase platicando a quién darían sus listones. Algunos mencionaban a sus padres, a sus hermanos o a sus novio/as.

Dice el relato, que entre aquellos estudiantes había uno que estaba lejos de casa. Este muchacho había conseguido una beca para esa universidad y al estar lejos de su hogar, no podía darle ese listón a sus padres o sus hermanos. Pasó toda la noche pensando a quién daría ese listón. Al otro día muy temprano tuvo la respuesta. Tenía un amigo, un joven profesional que lo había orientado para elegir su carrera y muchas veces lo asesoraba cuando las cosas no iban tan bien como él esperaba. ¡Esa era la solución! Saliendo de clases se dirigió al edificio donde su amigo trabajaba. En la recepción pidió verlo.

A su amigo le extrañó, ya que el muchacho lo iba a ver siempre después de horas de oficina, por lo que pensó que algo malo estaba sucediendo. Cuando lo vio en la entrada, sintió alivio de que todo estuviera bien, pero a la vez le extrañaba el motivo de su visita. El estudiante le explicó el propósito de su visita y le entregó tres listones, le pidió que se pusiera uno y le dijo que, al estar lejos de casa, él era el más indicado para portarlo. El joven ejecutivo se sintió halagado, no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y prometió a su amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados.

El joven ejecutivo regresó a sus labores y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada idea: le quería entregar los dos listones restantes a su jefe. El jefe era una persona huraña y siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera “desocupado”. Cuando consiguió verlo, su jefe estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su departamento, la oficina estaba repleta de reconocimientos y papeles. El jefe solo gruñó “¿Qué desea?” El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró los dos listones.

El jefe, asombrado, le preguntó: “¿Por qué cree usted que soy el más indicado para tener ese listón?”. El ejecutivo le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en los negocios, además que de él había aprendido bastante y estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeó, pero recibió con agrado los dos listones, no muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el puesto en el que él se encontraba. El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa.

El jefe, acostumbrado a estar en la oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. En la solapa llevaba uno de los listones y el otro lo guardó. Se fue reflexionando mientras manejaba rumbo al hogar. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó que algo le había pasado; cuando le preguntó si pasaba algo, él respondió que no pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. Luego llamó a su hijo y le dijo que lo acompañara. Ante la mirada extrañada de la esposa y del hijo, ambos salieron de la casa. El jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su “valioso tiempo” en su familia muy a menudo. Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa.

El padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía que no era un buen padre, que muchas veces se perdió de aquellos momentos que sabía eran importantes. Le mencionó que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía. Le mencionó lo de los listones y su joven ejecutivo. Le dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle el último listón a él, ya que era lo más importante, que el día que nació, fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de él.

Todo esto mientras le prendía el listón que decía “Eres importante para mí”. El hijo, con lágrimas en los ojos le dijo: “Papá, no sé qué decir; mañana pensaba irme de la casa porque pensé que no te importaba”. “Te quiero papá, perdóname…” Ambos lloraron y se abrazaron. El experimento del profesor dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias vidas, con solo expresar lo que sentía… “Ese es el poder de uno, expresar lo que sientes y darle valor a los detalles de la gente que te ama”.

 

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