133 y una esperanza

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6 de febrero de 2024
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133 y una esperanza

Independencia y recuperación patria

Abog. Octavio Pineda Espinoza(*)

Ciento treinta y tres años es un poco más que una centuria, que cantidad enorme de tiempo, cuántas auroras y cuántos ocasos, cuántos amaneceres, cuántos anocheceres; qué de alegrías, qué de sueños, qué de risueñas ilusiones, qué de alentadoras esperanzas: cuántas horas de felicidad, cuántos días de tristeza y soledad, cuántos amigos ganados, cuántos que se han perdido; cuántos amores forjados, cuántas ilusiones rotas, cuántos desengaños; cuántas cosas pueden ocurrir en 133 años; es difícil referirlo; debe ser sumamente complicado vivirlos y entenderlos.

133 años cubren un poco más de cinco generaciones, pueden  verse los hijos, los nietos, los bisnietos, los tataranietos y ver romperse el hilo de la familiaridad consanguínea y mental, por el ingreso de la siguiente generación que no se ha tomado la molestia de leer, de aprender, de vivir una sensación tan fuerte como una convicción.

En 133 años se es testigo de largas y destructivas guerras; de crueles y espeluznantes desgarramientos de la humanidad; se puede dar fe de la suscripción de tratados de paz; se asiste a períodos de bonanza, de crecimiento económico y de desarrollo social pero igualmente a dolorosas crisis de depresión económica, social, política y ahora hasta climática, vemos la foresta arrasada por los golpes rudos de la naturaleza o por la mano implacable del hombre; pero de igual manera asistimos al espectáculo sombrío de la tala inmisericorde de los bosques como a la destrucción sistemática de la democracia con la misma efectividad de una inyección para dormir, dormir a veces, aquello que es importante y trascendente por aquello que es accesorio e innecesario, quizás, nos hemos convertido para mal, en una generación de zombis, donde lo supuestamente importante hoy es más importante que los trascendente.

En tan largo período algunos dirán que se han perdido las fuerzas físicas, que se disminuyeron las fuerzas intelectuales, que se deterioró la belleza, la gracia, que se olvidó aquello en lo que realmente creíamos y aquello que amábamos, aquello que nos hizo gente, que nos hizo hombres y mujeres, que nos hizo ciudadanos, que se perdió la nobleza del propósito, que se prostituyó la conciencia y la academia, que aquellos referentes grandes se perdieron en el tiempo y que ahora, para esta y la siguiente generación que no estudian, ni leen, ni reflexionan, aquellos grandes maestros, que algunos tuvimos la suerte de tener, se perdieron en el tiempo y que lo importante ahora es lo inmediato, lo accesible, la falacia de la tecnología sin propósito y sin moral porque esos maestros son momias perdidas en el oscuro tiempo.

Personalmente me niego a creer eso, que mis grandes maestros de universidad están muertos, creo que están más vivos que nunca, que deben ser los guías de nuestras reflexiones y decisiones cotidianas, que nos miran a los ojos y nos preguntan qué has hecho tú después de lo que te enseñé?, y que, aquellos que con valentía nos adentramos en la política, quizás la más ingrata de las decisiones, lo hemos hecho con honor, con decisión, con valor y con el propósito de seguir las enseñanzas de esos grandes maestros, porque en este tema, es muy difícil ganar.

Mi formación familiar, profesional, personal y política es liberal, no lo hago por tradición, lo hago por convicción, porque soy amante de la historia y ella me ha demostrado que ningún estado progresa sin un pensamiento liberal; nuestros grandes héroes fueron liberales, los constructores del estado moderno en Honduras, Soto y Rosa fueron liberales, las mejores transformaciones sociales, jurídicas, legales y económicas son liberales, quienes construyeron la Constitución del 82 eran liberales, quienes la redactaron, entre los cuales, figura principal fue Rafael Pineda Ponce, quien, entre otras cosas, se aseguró el Estatuto del Docente, el 6% del Presupuesto General de la Nación se dedicara a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, la universidad del pueblo del cual provenía y el 3% al Poder Judicial para que realmente fuera independiente, lastimosamente ninguna de esas dos provisiones constitucionales se han cumplido a cabalidad porque los que ostentan el poder están más preocupados en instrumentalizar las instituciones que en hacerlas o convertirlas en verdaderos tanques de pensamiento para el desarrollo nacional.

Mi partido cumple 133 años; unos lo quieren enterrar hace tiempo, los primos nacionalistas hijos de JOH y su narcodictadura y los de Libre con su narcopopulismo desearían tener el arraigo popular de mi partido, porque, si el hondureño sabe la historia, debe comprender que la democracia solo la puede salvar el PL, claro, no con los diputados bisagra, ni con los alcaldes vendidos, claro que no, sino con los hondureños que en su corazón y en su existencia entienden que el único partido de las verdaderas reivindicaciones sociales es el PL, muy mal manejado últimamente sí, pero en un proceso de transformación y de autoreconocimiento importante.

Así que, son 133 años de lucha, con errores, virtudes y defectos, con malos y buenos dirigentes, con traidores a su minuta doctrinaria, pero hay algo, en lo que superamos a todos los partidos, surgimos del pueblo, nos debemos a él y, con todo y los errores y traiciones internas, seguimos siendo, la mejor opción para defender la Constitución, la ley y el Estado de derecho, no hay duda que debemos evolucionar y ser un partido moderno, basado en los datos, las proyecciones y la capacidad, afortunadamente el talento sobra en el PL y va, más allá, de las mezquinas posiciones de x o y, debemos entender eso sí, que la política es una ciencia y que, como decía Ramón Rosa “gobernar, es una experiencia científica”, así que, con amor y convicción hoy digo emocionado y sin temores: “Que viva el glorioso Partido Liberal de Honduras, felicidades y como decía mi padre, sin perder el rumbo: “Dios, Patria, Partido Liberal”.

(*) Abogado y Notario. Catedrático Universitario. Político Liberal.

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