Por qué amo la libertad económica y por qué decidí nunca ser socialista

MA
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6 de febrero de 2024
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12:15 am
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Por qué amo la libertad económica y por qué decidí nunca ser socialista

Carlos G. Cálix

Tengo múltiples razones personales para amar la libertad económica. La historia es sencilla. Mis bisabuelos maternos amaban la libertad. Así que, buscando la prosperidad llegaron a Honduras a finales de los años veinte. Tenían claro que en la costa norte encontrarían suficiente tierra, mano de obra y capital. Sabían que con trabajo arduo y honesto podían iniciar una nueva vida cerca del mar Caribe y que las tierras hondureñas eran capaces de generar riqueza para todos. Habían escuchado del flujo migratorio de italianos, franceses, estadounidenses, españoles, libaneses, palestinos y de otras nacionalidades que en pleno territorio centroamericano tenían notables condiciones de vida gracias al emprendimiento y al trabajo constante.

Y así iniciaron, como tantos extranjeros que terminaron amando a este país. Por su parte, mi abuela materna en circunstancias adversas comprendió desde muy temprano que el trabajo dignifica a las personas y que las virtudes estoicas deben transmitirse como un legado. Con ella aprendí dos palabras: honestidad y libertad.

Y su forma de explicarme el valor de la libertad fue impactante y peculiar. Una mañana de abril de 1990, me contó que el 3 de octubre de 1963 estuvo a punto de perder la libertad y la vida. Que las posturas liberales que tenía su esposo en aquel entonces los ubicaba en una lista de 65 personas que iban a desaparecer. Que esa noche, cuatro militares la encañonaron en su casa y que no se la llevaron ni la mataron por una sola razón, estaba embarazada. Así que ese día con explicaciones detalladas me habló de Villeda Morales y de Kennedy que, según ella, tenía una fuerte visión de desarrollo para Honduras.

En los años ochenta, la abuela celebró la democracia y creyó que a La Ceiba le iría tan bien como en los años veinte y, que los ciudadanos vivirían como en Nueva Orleans, por eso votó por Suazo Córdova, Azcona del Hoyo y Flores Facussé. Aceptando la derrota del 89 siempre dijo que los primeros dos años de Callejas habían sido buenos gracias a la gente que tenía cerca y decía en aquel momento que Maduro un día iba a ser presidente. En 1993 ya no votó por Reina, no creía en el liberalismo social de ese entonces y decidió votar por Olban Valladares. En 1997 me dijo: “esta es la última vez que iré a votar por un liberal”. Estaba convencida que en los próximos veinticinco años no iba a salir otro liderazgo como el de Flores Facussé. Así, en mi infancia vi los devenires de la política hondureña.

Quiérase o no, tuve la fortuna que el destino me permitiera nacer en una ciudad que amaba la libertad. Crecí cerca de gente emprendedora y creativa. A menos de 100 metros de mi casa vivía Guillermo Anderson, uno de los cantautores de mayor reconocimiento que ha dado este país. En la otra esquina veía como los Godoy hacían crecer su laboratorio, enfrente de casa los Fiallos administraban tenazmente la Tipografía Moderna. A dos cuadras estaba la Zona Viva, en donde vi a muchos emprendedores caerse, levantarse y renovarse, una tras otra vez. Camino a la escuela aprendí a leer viendo todas las marcas que importaba la Casa Colorada y conocí la historia del Banco Atlántida. Mientras veía a la gente emocionada trabajando para la Cervecería Hondureña y la Stardard Fruit Company, vi tantas cajas de banano saliendo por el Muelle Fiscal como a las 6 mil personas que arduamente laboraban para La Blanquita que exitosamente dirigía el querido Luis Rietti. Con todo esto, cómo no amar la libertad económica. Si vi el desarrollo y la solidaridad del sector empresarial ceibeño, un gobierno local eficiente y seguridad jurídica.

En la universidad comprendí con mayor claridad las razones del por qué nunca iba a ser socialista. La genial profesora de Administración de Empresas exitosamente con sus propios ejemplos demostraba los beneficios del sector privado. El profesor de Formulación y Evaluación de Proyectos brindaba las herramientas innovadoras para potenciar empresas sin dejar de lado el impacto social y, el profesor de Globalización y Macroeconomía me hizo comprender en 2004 mediante análisis econométrico que, Fidel convertiría a Cuba en un desastre, que Lula no iba a cumplir sus promesas en Brasil, que Chávez iba a destruir a Venezuela y, que Stiglitz representaría un peligro como asesor de gobiernos socialistas. Luego conocí el trabajo de Menger, Hayek, Mises y Friedman sobre la libertad. Además, las posturas de Niall Ferguson me hicieron valorar las historias de amor por la libertad que tenían nuestros bisabuelos, que quiero compartir con nuestros hijos y que merecemos todos los hondureños.

[email protected] Carlos G. Cálix es doctor en ciencias y director general de MacroDato. Director del Consejo Académico de Fundación Eléutera. Posdoctorado IIESS-CONICET.

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