La Iglesia perseguida y la amnesia histórica

MA
/
7 de febrero de 2024
/
12:37 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
La Iglesia perseguida y la amnesia histórica

Por: Héctor A. Martínez

Sacerdotes expulsados del país, rituales y celebraciones canceladas, universidades católicas clausuradas, maledicencias contra el papa Francisco, son algunas muestras del hostigamiento al que se halla sometida la Iglesia católica en Nicaragua, por parte del régimen de los Ortega-Murillo. De hecho, la institución ha sido declarada como “enemiga del Estado”, locución que nos recuerda mucho a los regímenes represivos del siglo XX.
Lo mismo ocurre en El Salvador en cierto sentido. Los insultos contra sacerdotes que publican en X los desaciertos del gobierno de Bukele, no escapan a los ataques de los gamberros de las redes que conforman una plataforma de ataque y defensa envidiable. En suma: la Iglesia sigue siendo, como en tiempos de la Guerra Fría, el blanco de las iras y los miedos de los autócratas que temen que una institución que alberga millones de creyentes pudiera llegar a convertirse en una amenaza para la estabilidad de cualquier régimen dictatorial.
Las causas de las persecuciones de hoy son las mismas del ayer, salvo por una paradoja histórica que no debemos dejar pasar inadvertida.

Resulta que, en nombre de los más pobres, la Iglesia, principalmente a través de la Compañía de Jesús -y su vocación por la Teología de la Liberación- acompañó los movimientos revolucionarios en Nicaragua y El Salvador en los años 70 y 80. ¿Quién no recuerda la utopía de Solentiname llevada a cabo por el mismísimo sacerdote y poeta revolucionario Ernesto Cardenal S.J., o las Comunidades Eclesiales de Base de Rutilio Grande, asesinado, al igual que los jesuitas de la UCA que contrariaban con sus análisis sociológicos a los militares salvadoreños? ¿No resulta suficiente para nuestro saber que la famosa frase del “¡Cese la represión!”, tirada por Monseñor Romero, lo haya sentenciado a la muerte en aquel nefasto mes de marzo de 1980? Al repasar las obras teológicas de Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino nos damos cuenta de que la pretendida liberación de los pueblos guardaba cierta correspondencia con los propósitos revolucionarios del pasado.

Sin embargo, ¿dónde están aquellos líderes revolucionarios que fueron testigos del escarnio sufrido por muchos sacerdotes por el hecho de denunciar las arbitrariedades del poder? Ahí están: unos reprimiendo a la Iglesia, otros en complicidad silente, otros en desidia total. En el otro lado de la moneda, unos en el exilio, otros yacen muertos por causa de su causa liberadora.

A los autócratas se les olvida la historia, muy a propósito: el pasado debe quedar vedado para las nuevas generaciones para que todo lo que suceda hoy, aparezca como novedoso y único. De alguna manera, quienes fuimos testigos de esas luchas de ayer somos culpables por ignorarlas y por eludir su significado histórico.
La amnesia histórica nos carcome la memoria. Solemos creer que, regímenes como el de Ortega, son simples accidentes de la historia. Marc Bloch decía que la incomprensión del presente nace totalmente de la ignorancia del pasado, y es verdad. Ese pasado nunca se fue de nuestro lado; permanece dando vueltas a manera de un carrusel de feria que, a cada ciclo completado, los caballitos se presentan de colores diferentes. En otras palabras, los perseguidos de ayer se convirtieron en los perseguidores de hoy.

De resultas, no es de extrañar que, dentro de algunos años la Iglesia siga siendo perseguida, incluso por quienes aseguran ser sus defensores. Es la historia dando vueltas, y nuestros descendientes creyendo que se trata de cosas novedosas, meros accidentes de sus tiempos.

Más de Columnistas
Lo Más Visto