BARLOVENTO: Robustez desafiante del presente

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8 de febrero de 2024
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12:47 am
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BARLOVENTO: Robustez desafiante del presente

Por: Segisfredo Infante

Hay lugares comunes que al repetirse todos los días y semanas, además de cansancio producen hastío mental y estomacal, en consecuencia se corre el albur de caer en un “presentismo seco”, según un viejo concepto de Xavier Zubiri. Muchos mensajes de autoayuda, incluso de aparente religiosidad, proponen que únicamente hay que vivir el presente, pues del futuro nada sabemos y el pasado es ya inexistente. No obstante tal lenguaje de coyuntura, debemos aprender a sopesar el presente cronológico, ya sea en forma estructural o transitoria, a fin de encontrar los sedimentos mineralógicos que se ocultan detrás del telón presentista, que apuesta a ser excluyente; o mezquino.

Aquellos que nacimos, padecimos, leímos y maduramos en el curso de varios decenios, sabemos que en el subsuelo del pasado “civilizante” en medio de junglas, estepas y desiertos, se esconden riachuelos subterráneos que arrastran riquezas históricas y culturales que de cuando en cuando afloran a la superficie actual. Por eso me parece que las circunstancias presentes (regionales, continentales y mundiales), son como un gozne importantísimo que permite abrir las grandes puertas y ventanas hacia el pasado y hacia el hipotético futuro. Es paradójico, pues, que tal acción puede facilitar (utilizando a mi manera el lenguaje de Immanuel Kant) el descubrimiento de una antítesis antes de encontrar la tesis correcta, misma que sería una especie de auxilio al momento de elaborar una juiciosa síntesis continuada de los hechos y del pensamiento.

Volviendo a las relecturas de las crónicas culturales y de guerras relatadas por Heródoto -un ciudadano jonio que vivió hace más de veinticinco siglos-, ellas hacen posible una aproximación hacia un pasado remotísimo de las antiguas civilizaciones europeas, asiáticas y africanas, cuya información además de sabrosa es, quizás, la única fuente escrita (y oral) más o menos metódica, de aquellos lejanos tiempos. A pesar de ello, y de haber viajado tanto, Heródoto de Halicarnaso nunca supo de la existencia de China, de Japón y ni siquiera del norte de Europa, con sus mares nórdicos. El gran mundo conocido de aquel entonces se constreñía al punto referencial del Mediterráneo y sus costas, y a la enormidad del “Imperio Persa”, que sojuzgaba pueblos y civilizaciones por doquier, en el este y en el oeste, con sus reveses innegables.

Se vuelve llamativo que veinticinco siglos más tarde, Ryszard Kapuscinski, un periodista polaco crecido en periodo de entreguerras y expansiones geopolíticas, tomando el libro de Heródoto como guía, haya viajado alrededor del globo terráqueo como reportero y cronista del mundo contemporáneo, penetrando inclusive en las selvas y junglas de África, del mismo modo que en el subcontinente latinoamericano, al cubrir la mal llamada “Guerra del fútbol” entre El Salvador y Honduras, en julio de 1969. Desde mi ángulo son más interesantes sus viajes por India, China, Japón, Egipto y por la parte sur del continente africano. Ahí descubrió que las dolorosas experiencias colonizadoras en África (sobre todo belgas) se convirtieron, después, en algo más tremebundo con los procesos independentistas de descolonización, en tanto que resurgieron y brollaron los intereses y las disputas de centenares de tribus africanas que comenzaron a combatirse a muerte entre unas y otras dentro de un mismo país o en las fronteras de diferentes subregiones. Todos hemos entrevisto los documentales de las guerras intestinas en el Congo, en Angola, en Sudán, en Etiopía y conocemos el más reciente genocidio en Ruanda, de la tribu de los “hutus” exterminando a los “tutsis” y también a los “hutus” moderados en 1993, con un saldo promedio de ochocientas mil personas asesinadas a machetazos “limpios”, y unas trecientas cincuenta mil violaciones de mujeres. Pero nadie dijo nada en aquel momento a fin de evitar aquella monumental tragedia. No obstante que Kapuscinski había advertido con antelación aquel enmarañado problema africano desde la década del sesenta del siglo pasado, cuando nosotros éramos niños.

El tiempo que vivimos en la actualidad es confuso, “robusto” y transitorio; en consecuencia riquísimo en acontecimientos negativos, positivos y ambiguos, que causan dolor y esperanza en medio de un mundo superficial. Esta larga transitoriedad del presente habrá de convertirse, en un atardecer lejano, en riqueza profunda ante la mirada inquisitiva de los futuros pensadores e historiadores imparciales o científicos, siempre y cuando subsistan los lenguajes impresos y sobreviva el “Homo Sapiens” frente a las amenazas nucleares de los más irresponsables, que hoy pierden de vista, como domadores de cocodrilos, que ellos también desaparecerían de la redondez de la Tierra.

Insisto que subsistimos en un “presente privilegiado”, porque si acaso logramos percibirlo, analizarlo y digerirlo con una mirada serena y envolvente, tal vez sea posible sortear nuestras zozobras, mediante analogías cuidadosas con los “Filósofos en la tormenta” como Jean-Paul Sartre, según el estudio de Élizabeth Roudinesco.

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