LETRAS LIBERTARIAS: Romper la democracia y ser aplaudido

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10 de febrero de 2024
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12:03 am
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LETRAS LIBERTARIAS: Romper la democracia y ser aplaudido

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez

La victoria de Nayib Bukele el domingo pasado no es tan fácil de explicar, como creen algunos, y que lo único que queda es ratificar que el hombre ha ganado porque es adorado por la mayoría de los salvadoreños. Sin embargo, desde el punto de vista teórico sobre la democracia, el fenómeno político pone en entredicho los fundamentos de esta, que deben ser analizados sin la irracionalidad y el delirio que caracteriza a la hinchada bukeleana.

Para un constitucionalista, la reelección de Bukele podría parecer ilegítima, dado que el mandatario más aplaudido, al igual que Juan Orlando Hernández en el 2017, torció “legalmente” la Constitución para quedarse en la silla presidencial más allá de la prescripción de la ley. Para el resto de las masas, nada debería impedir el deseo celestial del pueblo, ni siquiera una constitución.

Esta tendencia de “ajustar” las cartas magnas y los sistemas electorales, aunque aparenta ser el deseo de un amplio sector de la población electoral, ¿es razón suficiente para que un gobernante tenga que desnaturalizar las disposiciones constitucionales, escritas precisamente para resguardar la democracia de la posibilidad de una tiranía? Estoy seguro de que el fenómeno Bukele debe tener desconcertados a los analistas políticos en este momento.

Max Weber decía que el poder se obtiene bajo tres situaciones: por tradición – llamado divino-, por la ley, como en el Estado moderno, y por carisma. En Bukele se condensa esa trinidad que solo Fidel Castro y Chávez habían logrado en América Latina, aunque no con la contundencia del primero. De modo que solo resta la consagración final para sellar el mandato absoluto, es decir, convertir la imagen del líder en el “geist” salvadoreño, que es lo mismo que decir, príncipe, partido único y pueblo, en una sola entidad.

Y he aquí que, para llegar a esas instancias del “todo o nada”, hay que suprimir precisamente lo que los clásicos concibieron para evitar los absolutismos: la separación de los poderes y el control de las instituciones fiscalizadoras del Estado. En pocas palabras, los límites al poder no hacen más que impedir los deseos vehementes del pueblo: “¿quién querría gobernar con cortapisas constitucionales?”, debió preguntarse indignado el joven mandatario.

Dentro de la algarabía impetuosa, del festejo bullanguero, las otras esferas de la sociedad pasan a un segundo y tercer plano: PIB, crecimiento económico, Índice de transparencia, ranking de inversiones, derechos humanos, etc. Eso puede venir después, una vez que se haya pavimentado el camino político, que nadie sabe cuándo será exactamente. Una biblioteca y un estadio son apenas el tráiler de la película que, incluso, sirve de referencia para comparar la medianía de los gobernantes en todo el continente.

En conclusión, la democracia tiende a desaparecer como método de selección de los gobernantes, como procedimiento de participación ciudadana y como impedimento legal para la concentración del poder. La transitoriedad constitucional se está convirtiendo, cada vez más, en eternidad terrenal, reverso de la moneda democrática. ¿Habrá que eliminar o replantear el concepto de democracia?

Para romper los fundamentos de la democracia sin que a nadie le importe, y llegar a ser el más aplaudido, el más amado, hay que fustigar el pasado y a sus pérfidos actores -pienso en Trump-, y tener presencia en “X” y TikTok las 24 horas del día. Son requisitos primordiales. Todo lo demás vendrá por la añadidura de una nueva constitución… con cerrojos, eso sí.

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