ZONA TÓRRIDA

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11 de febrero de 2024
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12:02 am
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ZONA TÓRRIDA

HUBO un tiempo en que se escribía mucha literatura, con giros geológicos y antropológicos, exaltando las inmensas virtudes regionales del continente americano; subrayando las expectativas potenciales (reales o imaginarias) de la llamada zona tórrida, localizada entre el trópico de Cáncer y el trópico de Capricornio, en uno y otro lado de la línea ecuatorial. Justamente Honduras se localiza dentro de las coordenadas del trópico de Cáncer, en el hemisferio norte del planeta.

En América del Sur, uno de los próceres intelectuales del proceso independentista, escribió un poema de más de ochocientos versos titulado “Silva a la agricultura de la zona tórrida” (que antes se enseñaba en los colegios), en donde el autor sugiere una especie de autoctonía americana respecto de la cultura europea. También elaboró una “Gramática de la lengua castellana” con sus propios criterios, sin caer en el “lunfardo” improductivo de finales del siglo diecinueve, gramática que paradójicamente fue imitada por un prestigioso poeta español. En realidad que aquel respetable personaje venezolano-chileno escribía con estilo neoclásico, derivado del renacentismo italiano y, por consiguiente, grecorromano, en tanto que es poco menos que imposible negar o soterrar el mestizaje etnohistórico de América Latina. Es más, en Honduras apareció más tarde un poeta telúrico modernista llamado Juan Ramón Molina, que le cantaba a la naturaleza regional, en ligazón con la topografía e hidrografía catrachas.

Podríamos señalar que además hubo un largo periodo de ensoñaciones bucólicas y telúricas relativas a las virtudes geológicas y arqueológicas del subcontinente latinoamericano, hasta que empezamos a chocar con las crudas realidades culturales de nuestras sociedades conflictivas, atrasadas o en vías de desarrollo. Uno de los más recientes problemas, generalizados, que afrontamos en la zona tórrida, es el fenómeno del calentamiento global, dentro del cual seguimos sumergidos en una especie de estado de inconsciencia institucional y colectiva. Ese fenómeno se manifiesta mediante una extraña relación alterna de altas temperaturas y luego huracanes seguidos de tormentas tropicales y aguaceros con inundaciones y deslaves de tierras. Ahora mismo se registran múltiples incendios forestales, algunos incontrolables, en Colombia, Argentina y Chile. Lo más extraño es que, en este último país, se observan a simple vista los glaciares andinos muy próximos al círculo polar antártico, donde hay subregiones en que se están derritiendo, como si fuera algo análogo a los incendios del año pasado en Canadá. Por otro lado, las selvas colombianas están próximas a la Amazonía, una de las regiones más húmedas del mundo. Es evidente que un fenómeno raro y peligroso está ocurriendo en la temporada térmica de la nave acuática y terráquea, desencadenado, en un alto porcentaje, por la mano destructora de hombres y mujeres indolentes, incapaces de medir las consecuencias catastróficas para la humanidad y, en nuestro caso, para América Latina.

Las “Cumbres Climáticas” convocadas por los países más desarrollados y poderosos, son solamente un llamado de atención que se mueve todavía en un plano predominantemente teórico, en tanto que se requieren financiamientos blandos y nuevas tecnologías baratas de consumo masivo (como los paneles solares) y otras energías eléctricas renovables en las sociedades pobres. Es preciso que los lectores logren imaginar en qué momento, en un país como Honduras, van a operar masivamente los automóviles eléctricos impulsados con baterías de litio. Mucho menos los carros tipo robot. Sin embargo, es imperativo un despertar social frente a las nuevas y feas circunstancias.

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