Bukele, de caudillo a dictador

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13 de febrero de 2024
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12:09 am
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Bukele, de caudillo a dictador

Juan Ramón Martínez

Bukele, no representa una figura singular; o, extraña. Forma parte de la tradición política heredada de la colonia española. Y expresión de las dificultades del reino español, nuevo y sin experiencia, para el ejercicio imperial en América. Y los esfuerzos, de sus teóricos, para deslindar la naturaleza del poder y los responsables de ejercerlo, de cara a Dios y sus gobernados. Richard Morse, (El Espejo de Prospero), muestra la dualidad entre servir al pueblo y a Dios, desde Tomás de Aquino; y las justificaciones de Maquiavelo en que, lo concibe como un premio para el más fuerte e inteligente que lo haya conquistado. Octavio Paz, muchos años antes, en El Laberinto de la Soledad, sostuvo que el caudillo era una herencia del encuentro de las visiones árabes que había traído España a América, y las del chaman indígena, brujo, médico, astrónomo, gobernante.  De esa fusión nació el caudillo, figura que modeló la conducta de los líderes de la independencia. Muy pocos, evitaron caer en la trampa del caudillo, irrespetuoso de la ley, ofensor de la persona humana; y creyente obsesivo que, era el dueño de todo. Y, por tiempo indefinido. Incluso después de su muerte, porque creían que el mismo se podía heredar a sus descendientes o compinches. Santander y Morazán, son los pocos ejemplos, seguidores de Aquino que, desde la perspectiva liberal, evitaron caer en la trampa de sentirse caudillos que, a caballo, impusieran su voluntad sobre la ciudadanía, irrespetando la ley.

Bukele, no ha tenido igual suerte. Es el caudillo, emparentado con los que han impedido el desarrollo capitalista del continente y el arraigo de la democracia en nuestros pueblos. Es un mestizo, hijo de los próceres autoritarios de la independencia y de la cultura libanesa. Es decir que, en él, sobre las tesis que sostuviera Octavio Paz, perfecciona al caudillo, llamado a imponer sus caprichos y hacer del poder, el centro de sus objetivos, para quedarse indefinidamente con el mismo.  Es un error creer que solo es fruto de su habilidad para conseguirlo; y, que hace lo que le da la gana. Una revisión de sus actos públicos, permite entender que además de sus raíces culturales caudillistas, hay un gran agregado cultural del padre que hace que se mueva en un mesianismo inevitable, en que primero impone su voluntad; y después, busca las justificaciones. Un año después de ganar las elecciones, irrumpe armado en el Congreso, para amedrentar a los diputados. Después, destituye a los magistrados de la Corte Constitucional y ordena a los mismos que justifiquen su reelección, en contra de la Constitución salvadoreña. Luego, igual que Hitler y Carías Andino, usa un solo tema, repetido hasta el cansancio; y convence parcialmente a una población desentendida, que él, es el salvador del mundo al que hay que entregar todo, para que cumpla su santa voluntad. Encarcela a los delincuentes y a los que no lo son; los enjuicia irregularmente; e, irrespeta sus derechos humanos. Y para rematar, se encamina hacia el partido único.

Pasadas las elecciones, sin esperar los resultados oficiales, se declara ganador; dando las cifras que estableció en su guion manipulador. Los datos, no confirman el respaldo masivo que anunciara.  Irrespetuoso, crítico de JOH, por haber hecho, lo que hace ahora. Logrando los mismos resultados. A partir de junio próximo, será el dictador de El Salvador. Estados Unidos, igual que hiciera con JOH, le felicitó, esperando que trabajaran juntos por la paz y el desarrollo de Centroamérica. Después veremos.

El tema de la seguridad, — como la paz de Carías – no será suficiente para la defensa de su dictadura. Carías, se satisfizo con lo logrado. Fue menos mesiánico. Bukele, parece más cercano a Hitler. Este, para gobernar mil años, embrocó a los alemanes en una guerra que destruyó la nación, llevándola a cometer los crímenes más terribles. Y, a la derrota total. Como dictador, enfrentará el dilema de seguir avanzando, obedeciendo los imperativos del autoritarismo. O quedándose tranquilo, como Carías, en San Salvador. Pero seguirá a Hitler, inventando un relato glorioso que lo lleve a la guerra con Honduras; y, vía la unidad, como el líder de la región, animará el conflicto general. Tiene las barbas de Morazán. Pero como no posee su civilidad democrática, hay que esperar lo peor. No hay dictador bueno. Excepto en la “república romana”. Por temporal.

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