¿LA CATRECA?

MA
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20 de febrero de 2024
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12:25 am
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¿LA CATRECA?

TE tengo una mala noticia; –mensaje del buen amigo– “hoy que regresaba de la hacienda, en la conexión que baja de la calle de la Policía y que se une con la que viene de la municipalidad y conectan ambas con la de la playa, en esa intersección, miré un animal (perro) muerto, que era devorado por los zopilotes”. “En ese momento se me vino a la mente mi “Catrequita”; me detuve para observar de cerca el cuerpo tendido, pero por su estado no pude identificar nada”. “No obstante, quedé con la duda”. “Hoy, a esta hora de la noche, visité el negocio del amigo que frecuentamos como lugar de reunión y de presto me dijo: le tengo una mala noticia”. “Murió atropellada La Catreca”. “Sentí un dolor profundo”. “Tenía planes para ella”. “Como anduvo con perros, supuestamente quedó embarazada, por ello pensé llevármela a la oficina, comprarle un collar y una cadena, para amarrarla de día y soltarla a la hora de salida de la oficina”. “Y cuidarle sus críos”. “No me dio esa satisfacción”.

Esta fue –como recordatorio al colectivo– la historia original: “Hace algunos días –el viejo amigo constituyente– se apareció por mi oficina una perrita, derrengada de sus extremidades posteriores, víctima, supongo de un atropellamiento vehicular, llena de pulgas y de sarna”. “Mi empleada, sin decírmelo, la acogió y alimentó por un par de días consecutivos; luego asumí esa obligación”. “Pensé, esta perrita me puede servir de vigilante”. “Comencé a alimentarla mejor, la inyecté contra los parásitos, externos, internos, la calcifiqué y, además, le apliqué una dosis de hierro por aquello de su desnutrición”. “Tenía como albergue el espacio entre el nivel de la tierra y el del piso de la casa que me sirve como oficina, por estar sentado en polines de cemento”. “Todas las pulgas se le fueron, pero me invadieron mi despacho y me vi obligado a fumigar; no las aguantaba y los clientes reclamaban y quejaban”. “Aun con todas estas atenciones “La Catreca”, que fue el nombre que le puse, se desapareció”. “Un día, tertuliando con unos amigos, muy cercano al parque central de la ciudad, se me apareció con un mar de cariño hacia mí y como aún olía mal por la sarna que la aquejaba, en un viaje, que por asuntos particulares me llevaron a la ciudad acudí a una agropecuaria y le compré una pastilla que inmuniza de ácaros a estos caninos, con la esperanza de volver a verla”. “Y así fue; y como conoce mi punto de reunión, allí me buscó para decirme que no me ha olvidado y agradecerme haberla rescatado de la muerte”. “Aproveché para darle la pastilla dentro de un embutido y a los días que la volví a ver, en otro de sus viajes callejeros, ya no la reconocía, estaba muy cambiada y con unas libras de más y su pelo sano y brillante”. “Ocasionalmente la veo y me acompaña en mis caminatas, cuando recorro la ciudad a pie”. “Mis amigos tertulianos, en mi ausencia ya no me la espantan; por el contrario, la toleran, pero cariño, confianza y amor no les da”. “Estos sentimientos se los guarda exclusivamente para mí”. “Su casa es la calle; no tolera el enclaustramiento”. “La calle es su libertad; no tolera ni el collar, ni la cadena”. “Lo que ha logrado La Tribuna con sus editoriales”. “Hacernos más humanos”.

(Que pena –entra el Sisimite– la muerte de la perrita. Es la predestinación, no murió cuando el primer atropellamiento, pero no esquivó el segundo; le llegó la hora. ¿Cuál es tu sensación que le hayan dado todo el espacio de un editorial a la muerte de un animalito? -Pues a mi –interviene Winston– me parece lo más humano y natural del mundo. A Diógenes de Sinope le atribuyen haber dicho: “Entre más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. -Sin duda –interrumpe el Sisimite– un adagio con plena vigencia, a juzgar por la naturaleza “catreca” de ciertas especies trapisondistas que andan rumiando por allí, en abierta campaña satánica para matarle al pueblo su esperanza en las próximas elecciones. ¿No sé si alusivo –pregunta Winston– al cierre de la conversación del otro día? ¿Sabías, a propósito de bejucos y de bejuquillo (esa culebrita trepadora de árboles) y de la campaña viperina para caerle a los órganos electorales –de los mismos políticos mañosos y sus bocinas– qué las serpientes huelen con la lengua?).

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