LETRAS LIBERTARIAS: La hora de la mesura y la prudencia

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24 de febrero de 2024
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12:03 am
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LETRAS LIBERTARIAS: La hora de la mesura y la prudencia

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Vivimos momentos difíciles en la vida nacional. Momentos de inquina, de morbo, de rencores y abatimiento. Tiempos peligrosos en que muchos tratan de ver cómo sacan el mejor partido. Sin embargo, esta es la oportunidad propicia para hacer a un lado la malquerencia política y las posturas egoístas que solo conducen al odio y al despedazamiento de la sociedad.

La construcción, reedificación -o la refundación- de una sociedad está llena de cruentos episodios, de lágrimas vertidas y, a veces, de esfuerzos infructuosos que, al final de cuentas, solo sirven para contabilizar los perjuicios cometidos. “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”, decía Gandhi. No es la guerra la condición necesaria para hacer la paz, ni para convertir al hombre malo en una criatura piadosa. Ya conocemos nuestra naturaleza humana: para eso sirven las cartas magnas, precisamente para establecer convenios entre contrarios y diferentes.

Momento propicio es este que vivimos para hacer una seria reflexión, y dejar a un lado la agenda política, la productiva, la industrial – ¡la que sea! -, para traslucir un gesto amistoso, una postura de fraternidad, pese a las circunstancias que nos rodean. Nuestra vocación nacional no han sido, ni la afrenta que zahiere la dignidad, ni los escarmientos que pretenden imponer el orden y la autoridad. Al contrario: siempre hemos incurrido en el humorismo para sobrellevar la desventura y la miseria, hasta el día en que los políticos decidieron meternos en sus marrullerías legislativas y en las intrigas de palacio. Ahí perdimos la inocencia.

Acabada la Guerra Fría, recuerdo bien, los más enjundiosos enemigos ideológicos se reunían en los bares, universidades y cafés para encontrarse en fraternidad: doy fe de ello. Lo presencié en El Salvador también. Apenas se recordaban los muertos y los martirizados; no hubo necesidad de hacerlo. En Polonia, una vez pasada la Segunda Guerra Mundial, las autoridades instauraron teatros en medio de las ruinas, conciertos musicales y misas; como para recordarnos que la alegría debe florecer para superar la enemistad y los resentimientos. Sacar partido de las conmociones políticas no trae, sino, más rabia y revanchismos. Esa peligrosísima herencia del pasado revolucionario aún persiste en los genes de mercenarios ideológicos que recorren el mundo ofertando “estrategias” y tácticas calculadoras a cambio de 30 monedas de plata.

El instinto de conservación dicta, hasta donde sabemos, que no es la victoria del más apto el principio de la sobrevivencia, sino la cooperación, la expresión más evolucionada y exitosa del ser humano. No somos animales políticos, ni lobos que comemos lobos. Ese pensamiento se ha convertido en una depravación que justifica las peores atrocidades cometidas en nombre de la razón, y que nos incita a despedazarnos.

La razón no siempre ofrece buenos resultados. Ni las inquisiciones más santas, ni los cadalsos posrevolucionarios, ni los gulags o las reeducaciones culturales han podido instaurar el orden, el respeto y el consenso, necesarios en todo sistema social. Insisto: las agendas escritas tienen finales muy diferentes a los propósitos escritos, sobre todo si incorporan la proscripción forzada del “enemigo” político.

Ha llegado la hora, pues, de tener un poco de mesura, de cierta afinidad con los otros, aunque parezcamos débiles o disminuidos en virilidad ideológica. Es la hora para que los líderes de valía detengan esta locura que solo nos lleva a la desgracia, a la enemistad sin retorno. Es la hora de la prudencia.

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