La docencia… un apostolado

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27 de febrero de 2024
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12:36 am
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La docencia… un apostolado

Déjame que te cuente…

José María Leiva Leiva.

Tras obtener mi título de Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid en septiembre de 1987, tenía muy claro, que dicho post-grado iba a servirme para dos cosas específicas: la docencia y la investigación. Por tanto, desde mi regreso a Honduras empecé a buscar la manera de entrar como docente de la Facultad de Leyes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), mi Alma Mater. Una meta que alcancé en 1989, siendo decano de esa unidad académica el abogado Rigoberto Chang Castillo, que había sido profesor mío y de mi esposa Gladys en la asignatura de Derecho Procesal Civil II.

Entré como profesor por hora, y en esa condición estuve 7 años. Inicié impartiendo clases para la Escuela de Periodismo en horas de la noche, donde serví la materia de “Historia de las Ideas Políticas”, que en la facultad de Leyes era parte de la orientación de Derecho Internacional, la cual, en mis años de estudiante, me sirvió el abogado Rigoberto Espinal Irías. El abogado Chang Castillo me propuso además como profesor de la Academia de Policía que tenía su sede en la ciudad de La Paz, para impartir el taller de “Métodos y Técnicas de Investigación”, a los alumnos de último año, previo a presentar su tesis de grado.

Años más tarde, siendo decano el abogado Jesús Martínez Suazo, logré mi reclasificación como Profesor Titular II, impartiendo ya para aquel entonces, las clases específicas de “Derecho Internacional Público” y de “Derecho Internacional Privado”. Asignaturas que en su momento me fueron impartidas por el abogado Guillermo Pérez Cadalso, y el doctor Carlos Roberto Reina, respectivamente. Así mismo, en reiteradas ocasiones me tocó integrar las ternas para examinar a los alumnos que estaban terminando sus estudios de doctorado en Derecho Mercantil, coordinados por el Dr. Fernán Núñez Pineda, con un programa de una universidad de Argentina.

Paralelo a este ejercicio docente en la UNAH, poco a poco se me fueron abriendo las puertas de otros centros educativos, tales como la Escuela Militar Francisco Morazán, la Academia Nacional de Policía (ANAPO), El Colegio de la Defensa Nacional (CDN), la Escuela de Comando y Estado Mayor (ECEM), la Escuela de Capacitación de Mandos Intermedios (ECMI) de la Fuerza Aérea, la Universidad Católica, la Universidad José Cecilio del Valle y la Universidad Tecnológica (UNITEC).

En todos estos centros de educación, no solamente me conformé por cumplir con las enseñanzas del contenido programático de cada asignatura, sino, además, me propuse caminar el kilómetro extra en la formación integral de cada alumno. Para cumplir con estos objetivos acostumbraba desarrollar mis clases siguiendo un patrón constituido en tres pasos fundamentales en un riguroso orden: (1) Anotaba un guión o guía de trabajo en la pizarra.
(2) Procedía a explicarlo, haciéndole hincapié a los presentes, que era la parte esencial de la lección que iban a recibir ese día, por tanto, que prestaran absoluta atención, olvidándose de cualquier distracción como estar hablando entre sí, o el uso del celular. Y (3), estaba presto a contestar cualquier pregunta que se me hiciera, o bien, a recibir los comentarios pertinentes que el material visto les motivara a hacer.

Por lo general, en el punto dos, era cuando se presentaba la valiosa ocasión para relacionar o complementar el tema, con un libro, una poesía, una anécdota, una película ejemplar motivante, un video, una frase, etc. Otras veces escogía los 10 o 15 minutos finales de la clase, o bien programaba una sesión especial los días jueves, que era el último día de actividades presenciales en la semana. Siempre lo dije, “primero necesito hacer de ustedes personas humanas llenas de virtudes y luego contribuir para que sean los mejores profesionales que la patria necesita… se trata de ser mejores alumnos, mejores hijos, mejores esposos y esposas… en definitiva, mejores en todo nuestro quehacer cotidiano”.

Parte de esas dinámicas llevaban como moraleja hacer la distinción entre personas ordinarias que se conformaban con la realización de estándares mínimos, versus aquellas otras que lucían una actitud altamente positiva al ir más allá del cumplimiento de simples pautas, convirtiéndose así en personas extraordinarias al recorrer el kilómetro extra. Por supuesto, es la evaluación que hacen los alumnos de nosotros los catedráticos, los que nos brindan la oportunidad de saber si estamos en el camino correcto. Mejor aún, si estamos dejando huella, formando las nuevas generaciones, comprando así boleto en el tren de la historia.

En el 2021, después de 31 años de labor magisterial, llegó mi jubilación como profesor de la UNAH, donde había alcanzado la categoría de Profesor Titular V. Y todo este tiempo de experiencia docente, de anécdotas y notas de agradecimiento queda reflejado en el libro “Más allá de la pizarra”, (mi décima tercera obra literaria) que presenté el pasado sábado 24 en La Estancia Café, del Hotel Clarión, ante un selecto grupo de invitados, a los que deseo, el libro les brinde una entretenida lectura y provecho. ¡Qué así sea!

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