Las piedras en el zapato de Putin

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28 de febrero de 2024
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12:19 am
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Las piedras en el zapato de Putin

Héctor A. Martínez.

A ningún gobernante de este y otro mundo, le gusta ejercer el poder con un adversario de por medio. Dios envió al ángel caído al infierno y Seth asesinó a Osiris para usurpar el trono. En la eternidad no existe la sucesión, pero en la finitud de la vida, el miedo a la muerte parece obligar a los individuos poderosos a imitar a los dioses.

Que Putin se haya deshecho de varios de sus opositores no debería extrañarnos, pero que los haya eliminado físicamente, es otra cosa. Los asesinatos recientes de Alexéi Navalny y del piloto Maxim Kuzminov, dan cuenta de ello, aunque la lista de los “desaparecidos” es más larga de lo que sabemos. El principio que aplica Putin es el mismo en todos lados: romper los límites constitucionales y morales que resultan un verdadero estorbo, y deshacerse de los enemigos, no vaya a ser que el día menos pensado le apuñalen 23 veces como al pobre Julio César.

El problema que arrastra la democracia es que sus reglas no gozan de la predilección de los príncipes encaprichados por gobernar vitaliciamente. Las reglas ponen en jaque el verdadero designio que se parapeta detrás del poder. De este modo, los príncipes deciden que es mejor gobernar al estilo de Luis XIV -el Putin francés-, controlando los movimientos de los enemigos para dormir en paz sin temor de ser desbancado.

No son pocos los autores y académicos que tratan de explicar el comportamiento de Putin. Bruno Tertrais en “La venganza de la historia”, esboza el putinismo como “una forma de síntesis entre zarismo y estalinismo”. Es decir, el autor, como varios otros, trata de enfatizar en la recreación de la Historia como el basamento ideológico para concentrar el poder. Pero esas son puras apariencias.

Tras la caída del comunismo, en lugar de transitar hacia una economía de libre competencia -como lo hizo Polonia-, en Rusia, en cambio, surgió una nueva élite de personajes influyentes que se apropió de los activos del Estado, una vez que pasaron a la condición de empresas privadas.

Según Acemoglu y Robinson la transición no se dio de manera transparente y democrática sino bajo artimañas y preferencias especiales. “El Estado ruso, aseguran los autores, simplemente retomó lo que el Estado soviético había dejado y reconstituyó su poder despótico sobre la sociedad”. Putin ha formado un “capitalismo de compadres”, donde todos los amigos del círculo se benefician, una vieja costumbre que parece no tener fin en las débiles democracias. De hecho, varios gobernantes latinoamericanos ponen en práctica el formato de Putin. Daniel Ortega encabeza el ranking, pero allá a lo lejos, otros están asomando la cabeza.

Quizás Putin haya seguido una de las 48 leyes del Poder de Robert Green que dicta: “¡Aplastad al enemigo!”. Así, los malogrados disidentes pueden recibir su respectivo castigo dependiendo del contexto, que es lo mismo que decir, del control ilegítimo de los aparatos de seguridad del Estado. Ese es el caso de algunos empresarios millonarios, críticos de Putin, que prefieren hacer tímidas críticas, autoexiliarse -como Boris Mints el magnate bancario-, o simplemente callar para vivir en paz.

En suma, a quien estorbe con sus críticas al poder, poniendo en riesgo los negocios del mandamás, simplemente se le encierra, margina, o se le ridiculiza. O llega el día en que muere por extrañas circunstancias. “Todo es cuestión de negocios”, justificaría Cardenal Mazarino.

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