UMBRAS Y PENUMBRAS

ZV
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3 de marzo de 2024
/
12:53 am
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UMBRAS Y PENUMBRAS

LOS hombres y mujeres construimos las historias socolando espacios culturales y civilizatorios en los bosques espesos de la bella, salvaje y barbárica geografía en general. Poco a poco, a lo largo y ancho de los siglos, los seres humanos hemos venido domeñando la naturaleza: las fieras peligrosas, los pantanos, los desiertos, el tribalismo, los fríos y calores extremos, la insalubridad, el analfabetismo crudo y nuestros propios instintos básicos. Inclusive hemos intentado domesticar los miedos atávicos edificando torres, resguardando excedentes económicos y sentando las bases legales de unas relaciones humanas pretendidamente solidarias. Hemos, en este caso, añadido metáforas encaminadas a coadyuvar con la domesticación de las junglas y las selvas como algo apropiado no sólo para los hondureños, sino que pensando en tantos hombres planetarios que apenas coexisten sumergidos en economías tremendamente negativas y en una incertidumbre casi total.

Por ahora la idea de los bosques espesos también es metafórica, en tanto que podemos distinguir una variedad que incluye lo crematístico, lo social, lo sanitario, lo laboral y lo cultural. En nuestro caso la pobreza y la miseria han sido perceptibles, visualmente, en las barriadas, bajíos y laderas de las ciudades y de los municipios provincianos más recónditos y solitarios del país. Las mismas ciudades principales han sido referentes inevitables de un posible catálogo desolador que, en las últimas décadas, como San Pedro Sula y Tegucigalpa, han estado asediadas por una violencia local y transnacional. Nada ni nadie, muy a pesar nuestro, podría ocultar nuestra mera condición tercermundista, con ribetes cuartomundistas. Ello a pesar de los esfuerzos reiterados innegables de ciertos segmentos sociales (y también individuales) por abrirnos a las enormes posibilidades del desarrollo nacional.

Honduras atraviesa, actualmente, una situación histórica que en términos de meteorología se llaman “umbras y penumbras”. Es decir, una gama de oscuridades que van desde lo más tenebroso de la noche hasta alcanzar las claridades de la alborada. Dadas las circunstancias negativas en las cuales pernoctamos, y que han sido provocadas por unos pocos individuos ambiciosos, de afuera y de adentro del país, es preciso que recobremos el aliento y busquemos los mejores modos o mecanismos factibles de recuperarnos poco a poco como nación y como Estado. No es justo que la gran mayoría de hondureños, articulada por personas humildes y trabajadoras (incluyendo muchos empleados y desempleados pobres y de clase media) seamos agraviados por los actos perversos y ocultos de unos pocos.

Debemos cristalizar un esfuerzo colectivo con grandes ideas materializables, a fin de superar los rencores estériles, las zancadillas de cualquier tipo, las penalidades económicas, las ingratitudes, el bajo rendimiento productivo en las ciudades y en los campos, el debilitamiento de los parques maquileros, el caos del transporte urbano, la disminución de las remesas, la desnutrición de los niños, la escasez de medicamentos, el abandono de las milpas y frijolares, la inflación de los precios en la canasta básica, el problema de las cosechwas y las variables de los precios del café en el mercado internacional, y todos los reveses de la vida insospechada. Debemos aprender a caminar por las rutas de lo inédito, sin despreciar en ningún momento las buenas tradiciones, buscando fortalezas y claridades en pro de la especie humana en general, y de los catrachos en particular.

Los hondureños devenimos obligados a conjugar los mayores avances positivos de los países desarrollados, con lo mejor de la civilización maya-copaneca del periodo clásico en el occidente del país.

Los mayas demostraron que se pueden construir emplazamientos civilizatorios en medio de las selvas y las junglas frente a todo tipo de adversidades.

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