¿DESPISTADOS?

ZV
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4 de marzo de 2024
/
12:58 am
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¿DESPISTADOS?

ESTO de la falta de lectura –escribe la mamá de la niña avispada– o pereza de leer, da terror”. “Mandan correos con indicaciones semanales y se reenvían al WhatsApp, pero siempre hay un papá que pregunta ¿mañana, hay tal o cual cosa?”. “Los más despistados (por no decirlo de otra forma) el mero día pidiendo información”. “La gente no quiere leer”. Y como contribución a las frases de los editoriales de la sabiduría popular manda unos mensajes de voz: -“¿Si yo te digo –pregunta la mamá–crustáceo que pernocta en los brazos de Morfeo, es arrastrado por las corrientes hidráulicas”, qué dirías vos? -“Camarón que se duerme –responde la nenita, con voz entrecortada por una tos que anda pegando en las escuelas– se lo lleva la corriente”. -“¿Si yo te digo –otra pregunta de la mamá– “juventud divino tesoro que te vas para no volver”, qué dirías vos?”. -“Yo diría –responde la nenita– plátano maduro no vuelve a ser verde”.

“Tropecé de nuevo –mensaje de otro lector– y con la misma piedra”; dice una canción. “En el interior de Honduras le dicen “romo” a la persona que es duro para aprender”. Les hacen ver que “ese no es el camino y en lugar de seguir en dirección opuesta se van corriendo al despeñadero”. La leída amiga sobre el último editorial: “Este es un tratado completo sobre la vulnerabilidad de suelos e instituciones, erosionadas por su intrínseca naturaleza más la mano peluda que instiga el incendio con fuego o con insidia y desconfianza”. “Me he reído tanto con la tertulia de los personajes que ya tienen súper marcados sus cosmovisiones; uno de aparente “naivetè”, y el otro de sorprendente esperanza, quiero decir, que ha visto todo y sabe que hay mejores maneras de llevar las cosas, sin resabio ni soberbia”. Alusivo a la conversación de cierre: (Esas palabrejas –entra el Sisimite– que usan algunos del colectivo. Como esa del despapaye. ¿Sabés el significado? -Puede ser muchas cosas –responde Winston– desbarajuste, desparpajo, desorden, o confusión, depende de cómo se usa. Digamos despapayarse sería como quedar haciendo piruetas en el aire al perder el equilibrio en forma estrepitosa, a punto de pegar el platanazo. -Ello equivalente –interrumpe el Sisimite– a sufrir una caída, digamos como desmameyarse. Pero en otro sentido sería sinónimo de desmadre. Pero también, despapayarse, puede ser sincerarse con alguien, hablar sin tapujo. -Lo importante –tercia Winston– neceando sobre las cosas que atañen al interés nacional, es que políticos resabidos no vayan a hacer desmadre –colocando a sus adláteres– para despapayar el ente electoral y el ente registral que tanto costó elevar a un nivel de confiabilidad y que fueron instrumentales a que hubiese elecciones ejemplares la vez pasada). Otro buen amigo: “Otra palabra que podría considerar alguno del colectivo sería, despelote”.

(La plática de la mamá con su hijita –entra el Sisimite– una muestra que la enseñanza inicia en el hogar bajo el cuidado, el esmero y la tutela de los padres. Por supuesto –interviene Winston– ¿qué ahínco va a poner mucha gente a aprender, cuando de niños no tuvieron lo esencial en sus casas? –¿a saber cómo pasaron los grados en las escuelas?– pese a la base floja que tienen, y al escaso empaque cultural, poco les importa cultivarse, no leen, y menos ahora que los chunches tecnológicos han creado un culto de adictos que –para manifestar sus estados anímicos o entablar conversaciones con otros analfabetos del club– se comunican con pichingos, el colmo de la pereza, ya prefabricados en las aplicaciones. -Sí tenés razón –asiente el Sisimite– y si alguna vez mandan un mensaje de palabras, lo hacen masacrando el idioma. -¿Y qué no decir –interrumpe Winston– del rezago que se sufre en la educación pública y privada: y en la cultura. Mirá, aquí un regidor, manda la foto de una placa que lee: “Ministerio de Cultura, Artes y Deportes”, ministro, periodista Herman Allan Padgett, administración Carlos R. Flores, Presidente Constitucional, Biblioteca Pública Fray Abel del Pilar Pérez, Florida, Opatoro, La Paz”. El otro día nos preguntábamos, ¿cuántas Casas de Cultura, cuántos teatros, cuántas bibliotecas, cuántos parques –además de los muy viejos inaugurados siglos atrás– han construido, digamos, siquiera en la ciudad capital, y ni hablar de otros pueblos?).

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