GOTAS DEL SABER (110)

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23 de marzo de 2024
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12:36 am
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GOTAS DEL SABER (110)

Juan Ramón Martínez

I
El 8 de marzo de 1985, arribó a Tegucigalpa Juan Pablo II. Fue recibido por Roberto Suazo Córdova, presidente de la República, Gustavo Álvarez Martínez, jefe de las Fuerzas Armadas, monseñor Héctor Enrique Santos, arzobispo de Tegucigalpa y el joven arzobispo auxiliar Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, junto a sus ministros y el alcalde de la ciudad capital. Álvarez Martínez, se arrodilló ante el pontífice romano y Suazo Córdova exhibió con naturalidad su catolicismo popular. El pueblo hondureño, se volcó a las calles, para saludar y celebrar al primer y único pontífice romano que ha visitado a nuestro país en toda la historia. Una niña que nació ese día, en un hospital de la capital hondureña, en un hogar formado por un tibio protestante y una católica insobornable, más de cuatro décadas de aquella singular visita, celebró su 41 aniversario en Suecia donde reside. Se llama Paola Flores Midence, en homenaje al pontífice visitante. Vive en Sundbiberg, Estocolmo. Recordamos que, entre otras finalidades, el viaje tenía el propósito de reducir las tensiones de Honduras con Nicaragua, evitar la hegemonía absoluta de Washington y descalificar la presencia de Cuba, Libia y la Unión Soviética en la guerra civil centroamericana. Fue una visita oportuna, cálida y esperanzadora que, produjo resultados favorables para Centroamérica.

II
“El Banco Central de Honduras nació un 3 de febrero de 1950, mediante decreto legislativo número 53. En su segunda sesión (del directorio del Banco Central de Honduras) celebrada el 24 de marzo de 1950, fueron estudiadas y aprobadas las alternativas para la emisión de los billetes de 1, 5, 20 y 100 lempiras. Inmediatamente se contrató a la empresa American Bank Note Company para la impresión del billete de cinco lempiras que llevaría la efigie del General Francisco Morazán. Esta impresión fue posible realizarla en corto tiempo gracias a la colaboración del Banco de Honduras que facilitó las planchas de impresión, las cuales fueron levemente modificadas para que el BCH pudiera abrir sus puertas al público el 1 de julio de 1950 e hiciera circular sus primeros billetes”. (Fuente, Gilberto Izcoa Medina, Los Firmantes 1950- 2022, pág. 2)

III
“El 12 de marzo de 1900, se produjo una huelga en el mineral de San Juancito, la cual fue objeto de variados comentarios y promovió la actuación rápida de las autoridades militares y civiles. Desde la tarde del 10 de marzo los mineros dijeron que no trabajarían más si no se les concedía un aumento que tenían solicitado y el domingo 11 en la madrugada en número de 80, se dirigieron a la casa del superintendente don Guillermo Gierlings para expresarle la resolución que habían tomado. Tanto el señor Gierlings como el jefe de la mina señor Montes dieron explicaciones y formularon propuestas que los amotinados aceptaron en el momento, no sin comprender que el camino parecía expedito para lograr otras cosas por ellos pretendidas. El lunes 12 en la madrugada los dirigentes Rufino Ardón, Marcos Montoya, Camilo Lozano y otros llegaron a la mina y aconsejaron a los mineros que no trabajaran, afirmándoles que la compañía necesitaba operarios y que pagarían buenos sueldos. Llevaron consigo aguardiente y otros licores y entre sorbo y sorbo de guaro de Cantarranas, consiguieron convencerlos para que se dirigieran a cobrar un día de sueldo que se les adeudaba. En número de cien tocaron la puerta de Mr. Gierlings que en el acto personalmente se puso a pagarles en vista que el cajero, señor Urbano Ugarte, se había venido para Tegucigalpa. Rufino Ardón persistía atizando la violencia y en un momento de descuido franqueo la puerta encontrándose con el sargento Gregorio Ponce que intentaba impedirle la entrada. Ardón le ocasionó una herida en el lado izquierdo del cuerpo y puñal en mano avanzó contra el gerente Mr. Gerlings, quien se hubiera visto en apuros si el coronel Floriano Davadi, comandante del mineral, no hubiera detenido al agresor de un balazo”. (Víctor Cáceres Lara, Astillas de Historia, Banco Atlántida, pág. 81)

IV
“El 22 de febrero de 1902 el Congreso Nacional emitió Decreto convocando al pueblo para que en octubre de ese año eligiera Presidente y Vicepresidente para el período comprendido entre el primero de febrero de 1903 e igual fecha de 1907, y ya desde principios de ese mes había aparecido en la ciudad de La Ceiba el periódico “El Iniciador” que, bajo la dirección de los licenciados Juan Bustillo Rivera y Francisco J. Mejía, había abierto trabajos en favor del general Manuel Bonilla, exvicepresidente de la República, exsecretario de Estado y por ese tiempo diputado del Congreso Nacional por el departamento de Gracias. El 7 de marzo del mismo año de 1902, a las ocho de la noche, se verificó en casa de don Octavio R. Ugarte una junta preparatoria para iniciar los trabajos electorales en favor del doctor Juan Ángel Arias, quien desempeñaba en el gobierno de Sierra el cargo de ministro de Justicia e Instrucción Pública y quien había sido antes secretario de Estado en los gobiernos de Rosendo Agüero y doctor Policarpo Bonilla, lo mismo que diputado durante el gobierno del último”. (Cáceres Lara, obra citada, página 86). Había empezado el proceso que llevaría al país a la primera guerra civil del siglo XX. El presidente Sierra movía las piezas de un continuismo que anticipaba favorable y Manuel Bonilla, se desplazaba inexorablemente tras de su ambición de ser Presidente de la República. Policarpo Bonilla, en silencio celebraba que Terencio Sierra le incumpliera a Manuel Bonilla su promesa que, cuando lanzara su candidatura al final de su gobierno, le apoyaría para hacer posible sus deseos.

V
El 30 de marzo de 1874, en nombre del gobierno de Celeo Arias, el ministro don Carlos Gutiérrez, presentó su protesta ante el Conde Derby, secretario de Negocios Extranjeros del imperio británico, por el bombardeo de Omoa y la ocupación del puerto por fuerzas británicas y por la rendición impuesta al general Streber comandante de la plaza que, obligado por las armas ocupantes, firmó un compromiso en nombre de Honduras, que el gobierno consideraba ilegal y desconsiderado. En la respuesta del secretario de Negocios Extranjeros, Gran Bretaña justificó y aprobó la conducta de Lambton Loraine, capitán de la fragata inglesa Niobe, que el año anterior “se presentó al comandante general Streber, con una comunicación escrita en inglés, donde se hacía una reclamación por atropellos, robos de gran cantidad de efectos, en el Consulado Británico; y pérdidas en el saqueo de Omoa de bienes pertenecientes a súbditos ingleses así como vejámenes a los mismos; pero la comunicación fue devuelta al comandante del Niobe, expresando el jefe del Castillo de Omoa que ignoraba el inglés y pidiendo que escribiera en español. El comandante del Niobe, hizo regresar al oficial con una nota breve en español, en que pidió que a las 11 a.m. del mismo día (19 de agosto de 1973) debían ser entregados los súbditos británicos prisioneros en el Castillo de Omoa, que a la misma hora debían ser entregados cien mil pesos en oro y plata para responder a las pérdidas; y que debían ser entregados los bienes del vicecónsul Mr. Debrot, más la reparación que debía señalar el general Streber”. Como los hondureños no aceptaron los términos, los ingleses atacaron desde la nave Niobe, durante los días 19 y la mañana del 20 de agosto en que Streber hizó la bandera blanca, rindiéndose. Streber entonces, obligado, firmó un documento en que aceptaba los reclamos británicos y se comprometía que el gobierno de Honduras, pagaría en metálico todas las pérdidas sufridas por los súbditos británicos en el saqueo de Omoa. El gobierno de Arias, fue sucedido por Ponciano Leiva, que por consiguiente, “insistió en la protesta y el asunto continuo debatiéndose durante el año 1974, pero siempre con desconocimiento de la justicia que asistía a Honduras por parte del gobierno británico, en cuanto al bombardeo de Omoa; y solamente declaró sin efecto, por la injusticia que se procedió, la obligación firmada por Streber, bajo el terror de los cañones británicos. Así se terminó el incidente de Omoa”. (Alexis de Oliva, Gobernantes hondureños, tomo I, pág. 175)

 

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