¿TU INCENSARIO?

Maynor Gómez
/
30 de marzo de 2024
/
12:15 am
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¿TU INCENSARIO?

CON motivo de la semana sagrada, varios afiliados al colectivo mandan un video de un declamador recitando “El Imaginero”, poesía de Gabriela Mistral, que publicamos en ediciones anteriores: “¡De qué quiere Usted la imagen? Preguntó el imaginero:/ Tenemos santos de pino,/ Hay imágenes de yeso,/ Mire este Cristo yacente,/ Madera de puro cedro,/ Depende de quién la encarga,/ Una familia o un templo,/ O si el único objetivo/ Es ponerla en un museo./ -Déjeme, pues, que le explique,/ Lo que de verdad deseo./ Yo necesito una imagen/ De Jesús el Galileo,/ Que refleje su fracaso/ Intentando un mundo nuevo,/ Que conmueva las conciencias/ Y cambie los pensamientos,/ Yo no la quiero encerrada/ En iglesias y conventos”./

“Ni en casa de una familia/ Para presidir sus rezos,/ No es para llevarla en andas/ Cargada por costaleros,/ Yo quiero una imagen viva/ De un Jesús Hombre sufriendo,/ Que ilumine a quien la mire/ El corazón y el cerebro./ Que den ganas de bajarlo/ De su cruz y del tormento,/ Y quien contemple esa imagen/ No quede mirando un muerto,/ Ni que con ojos de artista/ Solo contemple un objeto,/ Ante el que exclame admirado/ ¡Qué torturado más bello!/ -Perdóneme si le digo,/ Responde el imaginero,/ Que aquí no hallará seguro/ La imagen del Nazareno./ Vaya a buscarla en las calles/ Entre las gentes sin techo,/ En hospicios y hospitales/ Donde haya gente muriendo/ En los centros de acogida/ En que abandonan a viejos,/ En el pueblo marginado,/ Entre los niños hambrientos,/ En mujeres maltratadas,/ En personas sin empleo./ Pero la imagen de Cristo/ No la busque en los museos,/ No la busque en las estatuas,/ En los altares y templos./ Ni siga en las procesiones/ Los pasos del Nazareno,/ No la busque de madera,/ De bronce de piedra o yeso,/ ¡mejor busque entre los pobres/ Su imagen de carne y hueso!”. (Hasta aquí este hermoso poema). (Lo que son las cosas –entra el Sisimite– nosotros que ya habíamos olvidado a los IYI, más bien aquí en esta columna de opinión reproduciendo devotas invocaciones al Nazareno y, a ratos, versos sublimes inspirados en su infinita obra redentora; prosa exaltadora a su apostólica vida hasta su martirizado sacrificio de la cruz, mientras el zopilotal agrede alborotado. Lo más inoportuno en esta época sagrada. -¿Ya lo leyó?, preguntan. Y claro que a ese no lo leemos, de no ser la parte subrayada del artículo –remitida por el lector– delirando sobre “traidores escondidos”. -¿Cuál otro infiel –fue la primera ocurrencia de Winston– si no él mismo? El Judas del beso traicionero a la esperanza democrática del pueblo que las elecciones puedan ser promesa para sus vidas. La traición del Judas a los anhelos populares, empeñado a su diabólica tarea de regar chorros de desconfianza al proceso electoral. -“¿Y ese –el Sisimite muestra el mensaje del lector– para quién o para qué interés escribe? “Alejandro Dumas usaba lo que en francés se conoce como “nègre littéraire”, en el mundo anglosajón denominado “ghostwriter”).

(Pero dejémoslo hasta aquí –aconseja Winston– te acordás de los versos de Rubén Darío: “Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste./ Un soplo milenario trae amagos de peste./ Se asesinan los hombres en el extremo Este./ ¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?/ Se han sabido presagios y prodigios se han visto/ y parece inminente el retorno de Cristo./ -Claro –responde el Sisimite– otra estrofa dice: “Verdugos de ideales afligieron la tierra,/ en un pozo de sombra la humanidad se encierra/ con los rudos molosos del odio y de la guerra./ ¡Oh, Señor Jesucristo! ¡Por qué tardas, qué esperas/ para tender tu mano de luz sobre las fieras/ y hacer brillar al sol tus divinas banderas!/ -Pero si el poeta viviese ahora –ironiza Winston– en vez de “un vuelo de cuervos”, pondría “una nube de zopes mancha el azul celeste”. -Ay no –lo interrumpe el Sisimite– ¿y no es que íbamos a hablar de Jesús, no de los irredentos? -Sí tenés razón –responde Winston– concluyamos con el último verso: “Ven, Señor, para hacer la gloria de Ti mismo;/ ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,/ ven a traer amor y paz sobre el abismo./ Y tu caballo blanco, que miró el visionario,/ pase. Y suene el divino clarín extraordinario./ Mi corazón será brasa de tu incensario”).

 

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