Idolatría de la buena

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1 de abril de 2024
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12:04 am
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Idolatría de la buena

Por: Otto Martín Wolf

Hace algún tiempo fui invitado a una de las llamadas “Misa de Gallo”.

Desde que estudiaba en un colegio católico, nunca he sido muy aficionado a esas ceremonias, por mucho que los sacerdotes trataron de adoctrinarme.

Antes de seguir adelante debo aclarar que varias veces fui sancionado y hasta finalmente expulsado debido a mi mal comportamiento y, hay que ser bien claro, a las preguntas incómodas con las que me “disparaba” en clases de catecismo y religión.

De todas maneras, ahí estaba yo, sentado junto a varios centenares de personas escuchando sin oír lo que se decía. Al final el sacerdote invitó a los asistentes para que se acercaran a un “nacimiento” para adorar al Niño Dios.

Aunque ya sabía lo que me iba encontrar, caminé junto a quienes acompañaba hasta donde se congregaba una buena cantidad de gente; todos estaban adorando a un muñeco de plástico!

Adultos, gente en aparente uso de sus facultades mentales, con capacidad de raciocinio y tengo que apuntarlo, supuestamente normales; profesionales, amas de casa, empresarios etc. estaban dirigiendo sus oraciones hacia un muñeco!

Si eso hubiera ocurrido en Haití y se tratara de algo del “vudú”, no podría haber sido más chocante el espectáculo, precisamente por el nivel de superstición e ignorancia en ese país, pero en una nación civilizada?

Cómo es posible, me pregunto una y mil veces, que la gente porte medallas, relicarios, escapularios y otra parafernalia en su cuerpo y decore sus casas con toda clase de objetos religiosos.

No creo en La Biblia como la palabra de ningún dios -ni el judío o el del cristianismo- pero quienes sí lo hacen olvidan con toda facilidad que ese libro prohíbe la elaboración de imágenes de su dios.

Eso incluye a los sacerdotes católicos, cuyas iglesias están llenas de crucifijos y santos.

Hace mucho tiempo cuando ví la famosa película “Los Diez Mandamientos”, con Charlton Heston en el papel de Moisés, después que este personaje baja del monte Sinaí con las Tablas de la Ley, encuentra que los hebreos habían elaborado un dios de madera en forma de buey forrado con láminas de oro al que estaban adorando. Furiosamente lanzó las preciadas tablas destruyéndolas y llevándose consigo a una buena cantidad de los infieles.

Por esa razón, por haber fabricado una estatua de un dios, toda la generación que lo había acompañado después de salir de Egipto, fue condenada a vagar por el desierto durante 40 años y ninguno pudo entrar a la Tierra Prometida.

Es una película, de acuerdo, de otra forma jamás me hubiera enterado del suceso ya que tampoco soy muy dado a leer libros religiosos.

Pero quienes sí los leen, incluyendo los sacerdotes que hacen de su estudio parte de sus vidas, deberían saber que la idolatría está prohibida, es un pecado terrible por el cual van a ir directamente hacia el infierno, donde quiera que ellos crean que queda.

Una pregunta válida: ¿Qué piensan estos creyentes al ver hindús adorando una representación de sus dioses Shiva o Vishnu? (Que conste, para quienes no están muy enterados, uno de esos tiene forma de elefante y es morado, más o menos del mismo color del dinosaurio infantil Barney).

Cómo pueden adultos con todas las apariencias de ser seres humanos normales, creer en esas cosas y con esto me refiero a todas las religiones y sectas que existen en el mundo.

Entre los nativos norteamericanos que bailaban para invocar al dios de la lluvia o los que arrojaban muchachas vírgenes a los volcanes para acallar su furia, no hay mucha diferencia con las actuales creencias de algunos. Es lo mismo que dejar de comer, hacer otras penitencias, autoflagelarse para agradar a un dios.

La pregunta me la hago muchas veces: ¿Cómo pueden creer en eso? Qué cosa les metieron en la cabeza cuando eran niños que ahora, de adultos, cuando están en la edad del raciocinio, siguen adorando dioses de plástico?

¡Qué daño enorme les hicieron en esos colegios o en sus hogares!

Algunos -como yo- hacen preguntas para las que nadie tiene respuestas y abandonan el culto, pero otros aceptan esas “verdades” y se quedan con ellas para siempre; son idólatras de formación casera.

Sus padres, que les han enseñado a decir la verdad -quizá con buenas intenciones- cuentan estos cuentos y les hacen creer (en sus mentes infantiles) que todas esas cosas son ciertas, aunque vayan contra la lógica y rayen en la locura, como lo es para adultos adorar piezas de plástico frente a un altar, mientras se cantan alabanzas… no muy diferente a bailar delante de un tambor en algún lugar de las selvas de África.

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