El presente y el futuro del PL y PN es el mismo

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3 de abril de 2024
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12:45 am
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El presente y el futuro del PL y PN es el mismo

Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Los partidos políticos cumplen con el mismo ciclo vital que los seres vivos: nacen, crecen, se multiplican y mueren. Mueren, si no replantean sus doctrinas y diseñan una visión de largo plazo para adaptarse a las circunstancias del mundo.

Es exactamente lo que sucede en esta época donde los partidos políticos tradicionales han perdido la confianza del electorado.  Su lugar lo están ocupando partidos “novedosos”, liderados por personajes más potables y menos curtidos en política, carentes, eso sí, de toda originalidad ideológica. Sus propuestas se enfocan en temas específicos, tales como la corrupción, la migración o el medio ambiente. En realidad, todos apuestan por lo mismo: echar mano de una propaganda de higiene política, alcanzar el poder, y mantenerse en la silla imperial más allá de toda prescripción constitucional.

La Historia de Centroamérica nos muestra cómo la mayoría de los partidos presentan un denominador genético común, una herencia del pasado colonial: la del poder de las élites, las burguesías o las oligarquías, como quiera usted llamarlas. En otras palabras, los partidos encarnan los deseos de grupos privilegiados, al menos en buena parte de América Latina, siendo el bipartidismo y la alternancia presidencial, la carta de garantía que asegura la continuidad de las élites en el tiempo y en el espacio.

De esta manera, la parte del ciclo vital que les toca vivir a los partidos tradicionales hondureños, esto es, el PL y el PN es el de la muerte política o, al menos, la desarticulación paulatina de su maquinaria organizacional. Duraron lo que tenían que durar: un poco más de cien años; nada mal para conformar el espíritu político de dos generaciones, pero insuficiente para modernizarse y replantear una visión de la sociedad hondureña a largo plazo. Los dos se movieron al compás de grupillos económicos, descuidando el verdadero propósito de todo partido grande e influyente cuando llega al poder: el bienestar material de la sociedad.

Si bien lograron cierta modernización institucional y alguna estabilidad social, fue porque en sus tiempos de gloria las contradicciones sociales no ejercieron ninguna presión en sus espíritus doctrinarios, ni en su pragmatismo político. En lugar de formar estadistas, forjaron políticos de mentalidad cerrada y sin convicciones colectivas, que utilizaron los partidos como trampolines de la movilidad social en lugar de preocuparse por las futuras generaciones. Bajo la mampara del servicio público, la mayoría se afanó en buscar un espacio para ejercer sus negocios particulares, y por ello fueron presas fáciles del crimen organizado y el amiguismo político.

En suma: ambos partidos se ensamblaron con una estructura de acero inoxidable en la cúpula, pero construida, lamentablemente, sobre arenas movedizas. Una vez en la llanura, en lugar de hacer férrea oposición desde una plataforma común, se convirtieron en parte funcional del oficialismo. Las mismas élites que les han -mal- guiado, los conminan a adaptarse de la peor forma posible: acudir al fariseísmo político, esto es, mantener los privilegios de pequeños grupos, sacrificando la escasa credibilidad en las enseñas. Todo ello, “en nombre de la ley y de la paz social”.

Así las cosas, el presente y el futuro del PL y PN es el mismo de ARENA, el FMLN, Acción Democrática y Copei de Venezuela: engrosar las filas de los partidos del continente que se difuminan en el tiempo, y pasar a ser un simple recordatorio en los textos de Historia.

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