Una reflexión al fin de Semana Santa

MA
/
3 de abril de 2024
/
12:40 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Una reflexión al fin de Semana Santa

Independencia y recuperación patria

Por: Abog. Octavio Pineda Espinoza (*)

Terminó la Semana Mayor y con ella el tiempo ya sea para reflexionar  y ajustar cuentas con el Señor, o, como se hace mucho ahora, para visitar las playas, los pueblos de origen, las zonas turísticas, lugares no conocidos, países no conocidos, los que pueden, en fin, una semana que conmemora el sacrificio de Jesucristo por la humanidad y el terrible destino y soledad que vivió en su tiempo y si lo pensamos bien, que sigue sufriendo puesto que su sacrificio es eterno y se revive cada vez que nos olvidamos de él.

No tengo la costumbre de creerme santulón, nada que ver, soy tan imperfecto y pecador que cualquier otro, lucho día a día con mis defectos, mis errores, mis debilidades, mis cimas y mis valles, sigo siendo como todos los humanos, un trabajo en construcción, un ser inacabado, un proyecto de un mejor ser humano, a veces caminando, a veces tropezando, eso sí, jamás vencido, listo siempre para volverme a levantar, quizás una de mis pocas virtudes heredadas de mi papá.

Para mí esta Semana Santa fue de mucha introspección, de mucha reflexión interna, de mucho verme al espejo y a los ojos donde regurgita eso que llamamos alma. No hay duda que la tarea más grande y más difícil de un ser humano es ser sincero, directo y crudo con uno mismo, pues siempre somos prestos a buscar excusas para nosotros mismos, aunque no tengamos la misma deferencia con los demás, ya dice bien la Biblia que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, pero es saludable de vez en cuando hacerlo.

Esta acelerada vida del mundo moderno nos deja poco espacio para interiorizar lo valioso, lo real, lo constructivo, pues vivimos corriendo para construir cosas materiales y tangibles de las que podamos alardear como éxito, aunque se nos olvida que al partir de este mundo ninguna de esas cosas nos acompañarán. Nos agitamos por quedar bien a veces con todo el mundo, perdemos nuestra propia identidad en la búsqueda del reconocimiento de los demás sin entender que primero debemos reconocernos a nosotros mismos, que los amigos y a veces los familiares, nos miran útiles solo cuando les servimos pero que somos desechables cuando no podemos hacerlo y que poco importan entonces nuestros anhelos, sentimientos, aspiraciones y deseos.

La humanidad ha perdido tanto su espíritu que hemos convertido el nacimiento, el sacrificio y la muerte del Jesús eterno en un feriado, una actividad comercial, un espacio para disfrutar de las cosas vanas que tiene la existencia, muchas de ellas, la mayoría, ficticias ocasiones para despojarnos de lo que nos hace humanos y dedicarnos al libertinaje, pretendiendo venderle a los demás la apariencia de una felicidad que no es plena, pero que se pretende construir con las cosas efímeras que nos provee el comercio, la sobre-exposición en las redes sociales, la inconciencia de lo fatuo, de aquello que el escritor Honoré de Balzac llamó La Divina Comedia y las máscaras que todos portamos.

Desafortunadamente hemos caído en la costumbre cancina de repetir o reproducir año con año, los mismos planes, las mismas fechas y por consiguiente los mismos resultados. Muchos, en ese afán de no quedarse atrás de los otros, se dedican a “divertirse” hasta el cansancio, a veces comprometiendo las finanzas familiares, arriesgando la vida y la de los suyos en fugaces viajes aquí o allá, y no es que esté malo viajar, para nada, lo malo es hacerlo desaforadamente, rompiendo todas las reglas posibles, hasta las de la buena convivencia y la moderación.

Con esto no quiero decir que hay que pasar arrodillados 24/7, sufriendo o deprimidos porque el mundo se está yendo al carajo, no, esto implica algo más que actos repetidos y una fe irreflexiva, implica algo más que seguir ciegamente rituales impuestos por hombres y mujeres igual de pecadores que nosotros, implica desprendimiento de todo aquello que aqueja nuestra alma, comprensión de nuestro camino personal, aceptación de nuestros alcances y nuestros límites en todo, reconocimiento puntual de lo trascendente y espiritual que nos hace diferentes a los animales, aunque muchas veces, ellos se comportan mejor que los humanos, implica despojarnos de orgullos, complejos, de vernos hacia atrás para poder seguir adelante en el hoy y en el futuro con un resquicio de propia dignidad.

Todos hemos caído en esa vorágine de gastar, viajar de un lado a otro en estas temporadas, nadie creo esté liberado de haberlo hecho una, dos o varias veces, todos nos hemos dejado llevar por la influencia constante en todos los medios, que nos vende alegría, supuesto descanso o relax, disfrute a granel en tal o cual lugar, que nos vende status porque fuiste a tal hotel o a tal playa, que nos vende oportunidades de socializar, de conocer personas lindas y de ligar con ellas, que nos vende la dulce falacia de la libertad que se desmorona totalmente al momento de volver y empezar a pagar las cuentas.

A veces olvidamos que la verdadera felicidad está en las cosas sencillas, pequeñas pero ciertas; en poder leer un excelente libro, escuchar una hermosa sinfonía, en la plática edificante y sincera con un buen amigo, en el aprendizaje al lado de los que llamamos viejos, en un real abrazo con las y los que amamos, en poder dormir suavemente, en gozar de la relativa salud que poseemos, en tener que comer y tener hambre, en tener sed y saciarnos con agua fresca, en sentir el viento acariciar nuestros rostros recordándonos todas las cosas maravillosas que nos ha dado Dios.

Dicho esto, espero que todos hayan disfrutado la Semana Santa y que hayan regresado bien a sus hogares, yo, ¡a mi manera la disfruté mucho!

(*) Catedrático Universitario. Abogado y Notario.

Más de Columnistas
Lo Más Visto