Les presento a Donaldo Ernesto Reyes Avelar, ¡mi padre!

MA
/
6 de abril de 2024
/
12:53 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Les presento a Donaldo Ernesto Reyes Avelar, ¡mi padre!

Por: Luis Fernando Reyes Villeda

Hablen ustedes del ciudadano, yo les contaré quién fue mi padre.
Soy Luis Fernando Reyes Villeda, hijo de Donaldo Ernesto Reyes Avelar y Thelma Esperanza Villeda de Reyes. Quiero conversarles el orgullo de haber nacido en esta familia y ser fruto de tan buenos cristianos.

Soy el segundo hijo, nací hace 55 años y tuve dificultades al momento de nacer. Literalmente morí unos minutos, antes de ver la luz; enredado en el cordón umbilical. Mis padres ignoraron este suceso por un buen tiempo hasta que, al ver que mi desarrollo motriz no se daba con normalidad, decidieron buscar solución. Como pudieron, con préstamos y ayudas de amigos y familiares lograron llevarme a Estados Unidos cuando ya tenía más de 2 años y el doctor Sneider (tal vez no esté correctamente escrito su apellido) les dijo: “Este niño se va a recuperar, sólo necesita mucho amor” y eso bastó para que mis padres, en especial, mi papá iniciara lo que yo llamo la pedagogía del amor.

Mi papá inventaba juegos para nosotros de memoria y de contar, me enseñó a conocer las letras jugando e hizo de aprender algo divertido. Inventaba dichos y canciones, nos entrevistaba y nos hacía pensar.
Cuando yo tenía 5-6 años me matricularon en preescolar en el Instituto Psicopedagógico Juana Leclerc y un día cuando ya estaba seguro de que yo podía leer y escribir fue muy orgulloso a contarle a la profesora de nuestro logro. La maestra no creyó y mi papá le dijo: “¿Ah, no cree?” Y me ordenó: A ver Luis, andá a la pizarra y escribí: “Mi profesora se llama Esperanza”

Yo no recuerdo bien ese día, pero mi papá contaba que yo con gran dificultad escribí el texto tal cual hasta que llegué a Esperan… y me volteé y le dije: “Papá, ¿Esperanza es con z o con s?” Y fue ahí cuando admirada la maestra se convenció de nuestro triunfo.

Mi papá me enseñó a contar, sumar, restar, multiplicar y dividir. A los 5 años, el reloj, era tema visto.
Aun así, tuve dificultades para mantenerme concentrado, pero mi papá muchas veces al llegar del trabajo cansado y queriendo leer el periódico, prefería dedicar el tiempo a ayudarme. Después de estudiar jugando, me fue bien en los exámenes. Él inventaba historias o relaciones para que yo recordara los nombres y siempre logré desempeños sobresalientes.

En mi etapa de primaria, él me llevaba a la escuela San José del Carmen e íbamos conversando de todo. Cuando ya íbamos a llegar me arengaba y decía él: “Este será…”
y yo contestaba: “un día de éxito para mí!”
Y decía: No, con ganas, más fuerte, más fuerte…

Yo recibía una dosis de optimismo antes de entrar a la escuela. Me enseñó a defenderme y nunca me sentí menos. Si se burlaban de mí, tuve una respuesta y exigí respeto gracias a que sabía que mis padres y hermanos me respaldaban.

Le gustaba que habláramos en público imaginando ser un político inaugurando una obra, como empresario exponiendo un producto, como líder comunitario defendiendo una conquista, etc.
Ya cuando fuimos adolescentes y universitarios se sentaba a conversar con nuestros amigos. Con bromas sutiles analizaba las actitudes de cada uno y en algún momento nos indicó que ciertas amistades no nos traerían nada bueno y nosotros nos apartamos. Él dijo: “yo tengo que ser amigo de los amigos de mis hijos para saber quiénes son y cómo piensan “

Mi casa siempre estuvo abierta para nuestros amigos. Siempre hubo bulla y alegría.
Claro, en mi hogar nos educaron con mucho amor, pero también con rigor. Nunca faltó, cuando fue necesario, faja y chancleta. Las recibimos de acuerdo a nuestro comportamiento. Si peleábamos, ja, ja; a uno por provocar y al otro por poner quejas; pero era parejo.

Y así, crecimos en un hogar rico en valores y enseñanzas en la fe.
Orábamos antes de comer, antes de salir y al acostarnos para agradecer el buen día.
Mi madre fue de orar y obrar, mi papá de jugar y corregir.
A raíz de su derrame cerebral, casi no habló en la última semana y recuerdo que en la última conversación le dije: “te amo Viejito”

Y él dijo: “Yo sé, yo también te amo”
Nuestro último beso fue un apretón de manos unos minutos antes de que lo “entubaran”. Ya no volvió a despertar.
Mi padre fue un hombre amoroso que siempre tuvo una palabra que nos dejara reflexionando.
Mis padres, en sus diferentes facetas dejan huellas imborrables, escritas con tinta de amor y sobre papiros de ejemplo.

Tengo miles de anécdotas para contar, mis padres son mi primer tesoro y mi papá en especial, ¡MI Superhéroe!
No sería quien soy si no hubiese recibido tanto amor. ¡Gracias Señor por haberme dado un hogar tan rico!

Más de Tribuna del Pueblo
Lo Más Visto