¿De cuándo acá tanto autoritarismo?

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17 de abril de 2024
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12:47 am
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¿De cuándo acá tanto autoritarismo?

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

El destino, la dialéctica o la suerte le ha jugado una mala pasada a la democracia en América Latina con el auge de los aborrecibles autoritarismos, las autocracias o las dictaduras -como quiera usted llamarlas-.

Resulta que esta forma de ejercer el poder se ha vuelto a poner moda -como la ropa o los cortes de cabello que vuelven cada 20 o 30 años -, bajo el argumento de que el orden y la autoridad perdida solo pueden consignarse bajo el mando de gobiernos fuertes y autocráticos, que necesitan no menos de 30 años para corregir todo el pandemónium institucional dejado por las execrables élites conservadoras. Esa es apenas la tapa del libreto, pero la verdad es otra.

El fantasma de las dictaduras, que hasta hace un par de años no era más que una evocación sentimental de los tiempos idos, recorre de punta a punta el continente, amenazando con extenderse desde México hasta el Cono Sur. No fue Fidel Castro el demiurgo de esta flamante parusía “liberadora”, sino Hugo Chávez, el titán del “remake” platónico de una sociedad basada en la justicia y la igualdad. Si se atiende bien el contenido del proyecto bolivariano, quedamos claros en que está muy bien trazado, salvo por dos desaciertos de los cuales, el segundo no estaba previsto: la concentración del poder y la degeneración del proyecto en manos de sus albaceas maduristas. Ambos afluentes desembocan en el mar del autoritarismo.

Las razones refundacionales no son como las imaginaba Chávez. Su visión ha sido desnaturalizada por el pequeño grupo que comanda Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Sin embargo, la moda ha gustado en el continente y ha venido para quedarse.
Tres son las fuentes nutricias de este resurgimiento: la impasibilidad de las élites tradicionales frente a la miseria de la población; el empecinamiento academicista por los argumentos ideológicos ya en desuso -a falta de una guía moderna-; y la reaparición de los imperios, en versión china y rusa, que potencian a los gobiernos autoritarios.

Las dos primeras representan el impulso ideológico que ha impresionado a los intelectuales con sentido moral y a los académicos que se han subido a la carroza del autoritarismo. En el tercer caso, los autócratas han encontrado en el expansionismo geoestratégico imperialista, la mejor vía para perpetuarse en el poder y gozar de las mieles que este representa.

Varios de los allegados a Chávez se conmovieron con el proyecto político de larga duración que exige el establecimiento de una santísima trinidad político-ideológica, entre el líder, el pueblo y el ejército, consumada en una sola persona. La ilusión de Marta Harneker y de Heinz Dieterich Steffan, el Marx -del socialismo- del siglo XXI, era que el mundo se convirtiese a la utopía marxista que parecía una factibilidad no del todo descabellada. Cuando Chávez vio que la teoría no era tan fácil de aplicar, prefirió el pragmatismo neofascista de Norberto Ceresole, donde el caudillo es fulgor omnímodo.

Desde este punto, a los políticos de América Latina -entre izquierdistas, conservadores y novatos, como Bukele- se les ha encendido el foco, y más les parece que en las lecciones de Nicolás Maduro y Daniel Ortega se encuentra la clave del éxito.

De aquí en adelante, les toca a los líderes con vocación democrática y menos propensos al autoritarismo, la sagrada misión de revertir las cosas. Una empresa nada fácil, pero no imposible de lograrla.

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