LETRAS LIBERTARIAS: Para arreglar una sociedad en desorden

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20 de abril de 2024
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12:03 am
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LETRAS LIBERTARIAS: Para arreglar una sociedad en desorden

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Toda sociedad necesita mantener un orden y un mínimo de autoridad para mantenerse en equilibrio, o en armonía, si usted lo prefiere. Un mínimo de respeto por las normas y los valores son fundamentales para mantener la supervivencia de una sociedad. Orden significa, vale aclararlo, que los individuos se respeten entre sí y que la autoridad interviene únicamente en aquellos casos cuando afloran desacuerdos que solo la ley puede dirimir.

El orden viene dado por una inflexible obediencia a las leyes; desde aquellas que están prescritas en las constituciones, hasta las que se establecen en la escuela, el trabajo o en la familia. Ninguna organización o institución puede sobrevivir sin reglas, o cuando sus miembros transgreden los estatutos de cada colectividad organizada. Estatuir significa ordenar.

La nuestra -huelga decirlo con pesadumbre-, es una sociedad desordenada en todos los niveles de la organización social, desde la familia hasta el Estado. Padecemos de eso que los sociólogos funcionalistas suelen llamar como “desorganización social” cuando se refieren al fracaso de las instituciones, a la desintegración de los vínculos entre los individuos y a la pérdida de los controles efectivos que hacen posible que las personas puedan conducirse con normalidad. “Normalidad”, ya sabemos, es sinónimo de seguir las reglas; de obedecer.

No pretendemos entrar en detalles acerca del funcionamiento de las instituciones que ejercen el control social, ni de los indicadores de delincuencia que observamos en el día a día, o los múltiples casos de corrupción que afloran en las colectividades organizadas. Necesitamos contestarnos por qué insistimos en seguir fallando.

A guisa de ilustración: las naciones donde reina el respeto y la armonía y los índices delincuenciales no son tan críticos, poseen un rasgo en común: son sociedades donde el Estado atiende las necesidades de la gente, el sistema educativo es de alto nivel y la economía presenta rasgos de prosperidad y crecimiento. Además, ese mismo sistema educativo y la familia trabajan obstinadamente en la trasmisión de aquellos valores que inspiran la solidaridad social. En Escandinavia y en los países bálticos, la presencia de la policía es asombrosamente escasa, y en varios países de Oceanía, los agentes del orden ni siquiera portan armas de fuego.

Y es que los clásicos como Voltaire, Rousseau, Helvecio, y varios más, se empecinaron en encontrar una teoría que demostrase que los individuos podían obedecer a la autoridad para ganar una libertad que, desde 1789, se proclamaba hija de la Razón. Obedecer las reglas significaba ser racional y libre: “Obedezco las leyes para no destruirme a mí mismo”, era la consigna. “Desobedecer las leyes y romperlas, va en contra de mi propia supervivencia y la de mi sociedad”, es decir, el que es inteligente sigue las reglas; el ignorante las rompe. Eso mismo se lee en Proverbios 1: 7-9.

Las naciones inteligentes siguieron esa pauta racional: para mantener el orden debe haber un respeto recíproco entre los individuos y la autoridad; respeto que solo puede lograrse cuando las condiciones materiales de vida se disponen para que los individuos puedan alcanzar sus ideales más preciados; que sientan que a su comunidad vale la pena preservarla, porque nadie rompe el orden establecido, excepto el Déviant, el desviado. Y la educación de calidad, en estos casos, juega un papel preeminente. Lastimosamente, eso es imposible de alcanzar cuando el sistema educativo presenta un retardo de diez años y los políticos ignoran las consecuencias.

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