Lucem et Sensu: Justicia

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22 de abril de 2024
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12:03 am
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Lucem et Sensu: Justicia

Por: Julio Raudales*

Una mujer, aparentemente empleada o funcionaria del gobierno, sacó un arma y amenazó con ella a un pobre limpiador de parabrisas que insistía en ganarse unos centavos. El video viralizado causó repulsa en la opinión pública. ¿Adonde vamos como sociedad?

El aumento de la violencia, la crisis de la educación, la degradación de la polis, la volatilización de los valores, el desencanto político, la falta de inversión y de trabajo, la estatificación de la vida y el ensimismamiento, son algunos de los síntomas más dolorosos de la decadencia social. Algo que ya se hace costumbre en Honduras

La pregunta más importante es, sin embargo, ¿Cuál es la causa de tal degradación, que parece alejarnos cada vez más de nuestra esencia y que nos provoca un extrañamiento que nunca antes habíamos sentido?

La respuesta está en el título de esta columna. La búsqueda de un ideal que nos integre como grupo social y que mantenga el equilibrio pese a las diferencias. Ese “ethos” que permita que nos entendamos mas allá de que nos queramos o no. ¿Dónde encontrarlo? ¿Cómo hacer para no perderlo?

El ideal es necesario porque nos proporciona un horizonte de sentido, nos ofrece un parámetro para orientarnos y nos permite tener una mirada crítica de la realidad; y como, por definición, todo ideal es normativo, también nos proporciona el elenco de deberes correlativos a los derechos que la igualdad pretende expandir.

Me explico, porque es importante: Todos somos iguales en dignidad, pero eso no significa que debamos buscar el igualitarismo. Si todo es igual entonces todo da igual. Y si todo da igual entonces para qué educarnos, para qué esforzarnos, para qué superarnos. La igualdad es un valor no una coartada ideológica. Dicho de otro modo, es cierto que “nadie es más que nadie”, pero cuidado, no es cierto que “nada es más que nadie”. Hay instancias superiores – fuera de nosotros y más allá de nosotros – a las que es necesario apelar y aspirar si queremos tener una vida auténtica.

El hombre–masa – decía Ortega y Gasset – es aquel que no reconoce ninguna instancia superior a él; tiene solo apetitos, cree que tiene solo derechos y no cree que tiene obligaciones. La libertad ha significado siempre franquía para ser el que auténticamente somos. Se comprende entonces que aspire a prescindir de ella quien piensa que no tiene un auténtico quehacer.

La igualdad democrática – so pena de degradarse – necesita de instancias superiores que le proporcionen sentido y dirección. En una democracia corresponde a las instituciones custodiar los ideales. Por supuesto, la integración de esas instituciones y la definición de estos ideales, ha de ser democrática y cada cierto tiempo, ambas, pueden revisarse. Lo que no podemos permitirnos como sociedad es degradar nuestras instituciones o renunciar a nuestros ideales. Si los ideales fueran un río las instituciones serían su cauce. Parafraseando a Kant, las instituciones sin ideales son vacías y los ideales sin instituciones son ciegos. Necesitamos ambas cosas, sin embargo, las estamos perdiendo.

Los ideales son los principios de convivencia de una sociedad. No debería extrañarnos entonces que si desaparecen, la violencia sea la tonalidad de las relaciones sociales. Lo mismo ocurre con la diversidad cultural. Si la diversidad cultural cuenta con un ideal nos ponemos a resguardo de la barbarie.

Lo mismo ocurre con los derechos. Pongamos como ejemplo la libertad de expresión: todos tenemos derecho a opinar pero ello supone el deber correlativo de informarnos previamente. Si opinamos de todos modos (si no cumplimos con el deber de informarnos) la libertad de expresión (ese derecho) se degrada (al emitir una opinión sin fundamento). Lo mismo pasa con la educación sin disciplina, la libertad sin responsabilidad, la recompensa sin esfuerzo. Hablar de derechos y callar sobre los deberes correlativos es imperdonable.

Si queremos transformar Honduras tenemos que transformar a la sociedad hondureña y eso implica buscar la transformación individual. Para eso tenemos que restablecer el ideal. Porque no somos iguales, pero a un mismo tiempo, queremos un país mejor y “lo mejor” siempre será algo superior a nosotros. Un ideal a alcanzar. Un horizonte, pero también un faro, que nos guía y nos advierte silenciosamente de los peligros que implicaría la oscuridad de su ausencia. Una nación no es su lengua, ni su sangre, ni su territorio. Una nación como decía Ortega es un “quehacer juntos”, un programa vital, un proyecto-país. De eso se trata.

*Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.

[email protected]

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