El hombre de la montaña sagrada

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23 de abril de 2024
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El hombre de la montaña sagrada

Por: Guillermo Fiallos A.*

El monte Fuji, conocido también como la montaña Fujiyama es la más alta del Japón, ya que alcanza los 3776 metros de altura. Ubicada al oeste de Tokio, se ha convertido por la perfección de su idílica figura y por la carga de historia milenaria que guarda, en un símbolo sagrado para el país asiático.

Hoy, es uno de los paisajes emblemáticos del lejano oriente y, además, de ser prácticamente venerado por el pueblo nipón, se ha convertido en un sitio de peregrinación y refugio turístico para quienes desean huir del bullicio de las grandes ciudades.

El Fujiyama esconde detrás de su serena belleza, un volcán activo con riesgo bajo de entrar en actividad. Oficialmente, su nombre es montaña Fujisan, pero en los países donde predomina el idioma español, se le conoce como Fujiyama.

Aquí en Honduras, la montaña sagrada nos envió a uno de sus mejores hijos; nos referimos al señor Shin Fujiyama, de ascendencia japonesa. De apariencia juvenil con sus ya casi 40 años, se ha ganado el corazón, primero de los progreseños –radica en El Progreso– y luego, de toda la hondureñidad.

Él, vive haciendo el bien en favor de la juventud y los niños de escasos recursos, quienes no cuentan con centros educativos decentes para recibir la formación adecuada. Hace pocos días, concluyó una caminata de más de 250 kilómetros para recaudar dinero y reconstruir una escuela, que estaba en deplorables condiciones. Llegó a Tegucigalpa y fue recibido como un héroe. La ciudad se paralizó y, al igual que ocurrió en todo centro poblacional por el que pasaba, recibía el cariño y la admiración de sus habitantes.

Shin, como le llamamos con todo respeto aun aquellos que no le conocemos personalmente, nos ha enseñado a los hondureños dos tipos de conductas. Una de manera directa y la otra, de forma indirecta y –estamos seguros– sin que él pretendiera causar esta última.

Primero, nos referiremos a la forma directa. Él ha revelado que tiene un corazón tan alto como la montaña sagrada; se ha ofrecido tan peculiarmente a Honduras, que parece un hijo de esta tierra. Ha hecho más de lo que millones de hondureños lograríamos aportar para el bien de esta Patria.

Su amor por Honduras es tal que se identifica con los marginados, los emigrantes, la selección nacional de fútbol, los menesterosos, con los grupos en riesgo social…; en fin, su inconmensurable solidaridad, desprendimiento y bondad ha llegado a todos los rincones de la nación. Ya son decenas de escuelas las que ha construido o restaurado.

Es increíble como una persona foránea ha sido tan diligente, creativa, luchadora y pro activa para resolver problemas; y no para ponerse a lamentar frente a la existencia de los mismos.

Shin, nos ha mostrado que la auto donación de un ser humano hacia sus semejantes, es un acto digno de admirar y de imitar; pues alguien que no tiene nuestros orígenes e historia, se ha identificado magnánimamente con las carencias de esta tierra tan abandonada. Donde otros ven escollos; Shin, vislumbra oportunidades.

La otra conducta que nos ha obsequiado este ilustre hondureño ya adoptado de hecho por todos, es que él, sin si quiera pensarlo y que esa fuera su intención, ha desnudado la poca responsabilidad que tenemos los catrachos con nuestra realidad y entorno. Hizo falta que viniera una persona de un país lejano para que nos abriera los ojos y sintiéramos vergüenza, pues no somos capaces de levantar un dedo por mejorar las incontables carencias que padecemos.

Lo que debería estar ejecutando con diligencia y esmero el gobierno, la empresa privada y todo aquel que nació acá, lo edifica un extranjero. ¡No podemos seguir con este tipo de parsimonia enfermiza heredada de siglos!

¡Es hora de cambiar y de tener la dignidad de convertirnos en agentes innovadores de cambio positivo como lo ha enseñado, tantas veces, nuestro amigo, Shin Fujiyama!

Contagiémonos de lo bueno de este joven japonés y empecemos a sentir pena por ser tan ineptos, descuidados e indiferentes con nuestra propia casa.

¿Aprenderemos la lección que con tanta generosidad nos ha impartido Shin Fujiyama?

*Mercadólogo, abogado, pedagogo, periodista, teólogo y escritor.

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