BARLOVENTO: Apagadores de llamas

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25 de abril de 2024
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12:03 am
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BARLOVENTO: Apagadores de llamas

Por: Segisfredo Infante

Comenzaremos, en este caso, saliendo de lo particular a lo general, de acuerdo con lo que hemos observado y estudiado. Cualquier persona sabe que se enciende y se apaga la luz en una habitación mediante un mecanismo que se llama “interruptor”, y que la luz eléctrica hace posible la vida moderna e hipermoderna por lo menos desde la segunda mitad del siglo diecinueve, en que Thomas Alva Edison iluminó con bombillos la primera aldea que alcanzó una dimensión planetaria. Creo que en ausencia del norteamericano Alva Edison y del croata-estadounidense Nikola Tesla, quizás continuaríamos iluminándonos con hachones de ocote, candelas, lámparas de aceite y candiles de gas. Aquí conviene puntualizar que aludimos el lado físico positivo del calor, la luz y la vida, y que, como contrapartida, existe un lado negativo altamente aniquilador.

Le comentaba a uno de mis hijos varones, en estas últimas fechas, que después de venir denunciando los incendios forestales y el proceso de desertización de Honduras, desde mediados de la década del noventa del siglo próximo pasado (ver “El Nuevo Día” del 15 de marzo de 1995), finalmente terminé por agotarme y fastidiarme, en tanto que los incendios forestales venían trepando las escalas en forma exponencial. Me parece que en los penúltimos años (2019, 2021 y 2022) no dije nada en forma directa. Habría que revisar. Me limité a señalar los gigantescos incendios forestales escenificados en otros países más grandes desde el punto de vista geográfico y por las graves repercusiones de tales llamaradas, en ligazón con los desórdenes climáticos, sobre el resto del globo terráqueo, como en los casos de Australia, Brasil, Canadá y Chile.

Un incendio forestal puede originarse en forma accidental o deliberada, con una simple chispa en la pradera, en las serranías o en las montañas. En muchos de los reportes se ha informado que los incendios han sido provocados por individuos irresponsables incapaces de medir las graves consecuencias de sus actos, que además de destruir el futuro de las próximas generaciones, en el fondo se autodestruyen ellos mismos, por ignorancia o por la mera malignidad “inexplicable” que reaparece en cada coyuntura. Tales siniestros son reiterativos desde que comienza cada periodo primaveral, volviendo insoportable el calor dentro y fuera de las ciudades, como en el caso de la capital hondureña en el contexto de los incendios en la “Montaña de la Tigra” (un ramal de la “Montaña de San Juancito”) que casi todos los años es víctima de los pirómanos y depredadores, sin que se haya divulgado hasta la fecha una ley poderosa que venga a poner en cintura a los incendiarios que actúan por iniciativa individual. O grupal.

Durante el último siniestro en la mencionada “Tigra”, según los periódicos y otras publicaciones diarias, quedaron carbonizados muchos animalitos silvestres, hecho que me llenó de consternación. Involuntariamente salió desde el fondo de mis entrañas la frase que “Dios tiene razón de enojarse con nosotros”. Por suerte esa misma noche llovió un poco en el vecindario, como para calmar la desazón. Y es que el año pasado los vecinos experimentamos un incendio en las proximidades de nuestras casas. No pudieron llegar los bomberos y teníamos poquísima agua en los recipientes. Sin embargo, todos los vecinos nos unimos con palas, machetes, cubetas, azadones, rastrillos y focos de mano, y con la razón dentro de las molleras, hasta neutralizar el incendio casi a medianoche. Ahí me enteré de los riesgos fatales de los apagadores de incendios, que son como héroes anónimos; y a la vez observé cómo es que se extienden los fuegos homicidas de forma impredecible.

Por analogía se me antoja comparar lo anterior con el inicio de las guerras que son atizadas enigmáticamente por personas que nunca miden consecuencias. Las guerras pueden poseer raíces religiosas, económicas, financieras, claramente raciales, de simple rapiña, autodefensivas, ideológicas, caprichosas, geopolíticas e imperiales, tal como lo hemos observado en el curso de la “Historia” lejana y reciente. En varios casos se aglomeran, en un solo punto, distintos factores directos y aleatorios que convocan a la carnicería que por regla general es irracional. El capítulo concluyente, en la mayoría de los casos, es el sufrimiento inmensurable de los pueblos indefensos, o desamparados, que se hallan entre el fuego cruzado e infraterno de los bandos contrapuestos.

Se le adjudica a un pensador francés ilustrado la frase que las llamas sólo pueden ser apagadas por la “Filosofía” o por un buen filósofo, al poseer en sus entrañas, suponemos nosotros, el principio de tolerancia y la capacidad de dialogar con todos los sectores en pugna, a fin de apaciguar a los iracundos y a los insensibles. También se le adjudica a Lao Tsé, un pensador chino legendario, que una gota de agua persistente puede penetrar la roca más dura o impermeable. Tal es la sabiduría centenaria y milenaria subsistente del planeta.

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