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4 de mayo de 2024
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12:04 am
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Por: Lorenza Durón

En la perspectiva de una hondureña educada en la Escuela Americana de los ochenta, gringófila capitalista de la generación X, hay todo un imaginario cultural nutrido por los libros y revistas de la librería Book Village de Mike Midence y del surtido audiovisual de las cadenas de televisión estadounidenses. Oprah, Reagan, las supermodelos, los yuppies, Wall Street, y otros signos de la bonanza económica reforzaron esta ilusión gringocéntrica tan arraigada en muchos de mis pares: éramos los buenos y los rusos eran los malos de la Guerra Fría, por eso ganó Rocky Balboa y cayó el muro de Berlín.

Nuestro referente brillante del progreso era, y quizás hasta hace poco seguía siendo Nueva York, la forma neoyorquina de andar, augurios de champagne y sueños de caviar… Una década de corrección política y transmisiones en vivo de acontecimientos noticiosos (y dramáticos) como las audiencias tras los affaires Irán-Contra, Clinton-Lewinsky, las acusaciones de Anita Hill, el juicio de O.J. Simpson, el bombardeo de Bagdad en 1994 erosionaron la imagen de nuestro faro de virtud. En retrospectiva, el discurso de Colin Powell sobre las armas que nunca aparecieron y la resultante violencia global encajaba perfectamente con prácticas históricas de propaganda y manufactura del consenso.

Años después, un amigo diplomático me compartió el sentimiento de rabia que le daba saberse the baddies o “los malitos” en este escenario de invasiones constantes en regiones tecnológicamente menos avanzadas. Era “un imperativo promover los valores democráticos” en culturas “atrasadas” y con víctimas por doquier, enseñarles un mejor camino, uno ecológicamente sostenible que les permita llevar la pobreza con dignidad, diversidad, planificación familiar. Ahora tenemos una dieta de DEI, ESG, BLM y LGTB/aborto.

Habíamos avanzado en tolerancia y más bien parece más conveniente mantener viva la diatriba cultural que abra la puerta a la censura y a las elecciones no auditables porque son incapaces de persuadir al público por las buenas a que favorezca políticas de derroche en una industria denunciada por Eisenhower y JFK, de impresión de dinero sin respaldo, de gasto de recursos en esfuerzos por apoyar o cambiar regímenes políticos de ultramar y otras medidas que resultan en la estanflación y caída del PIB – mismo que, dicho sea de paso, admite el cálculo de activos financieros derivados como parte de la riqueza. Mientras tanto sus grandes enemigos se educan, se industrializan, protegen sus economías reales (productivas) y sus aliados se empobrecen.

Hace 104 años Theodore Roosevelt exaltó la responsabilidad de sistemas como Estados Unidos o Francia en su discurso “La Ciudadanía en una República” en La Sorbona, del cual se publican algunos fragmentos en La Tribuna. “Una república democrática por, de y para el pueblo – representa el más gigantesco de todos los experimentos sociales posibles, su éxito significa la gloria y su fracaso el abatimiento de la humanidad”.

Tiene razón en estar preocupado el comentarista demócrata, Bill Maher: “gritar racista no resuelve el problema, entrega las futuras elecciones a alguien que, si va a resolver el problema y quien, te prometo, no va a ser de tu agrado.”

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