MUJERES ESFORZADAS

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12 de mayo de 2024
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12:09 am
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MUJERES ESFORZADAS

CADA segundo domingo de mayo se suelen exteriorizar palabras hermosas y bonitas para las madres hondureñas, y aunque se digan con sinceridad, son frases repetidas hasta el “infinito” todos los años, en medio del sonsonete de los mariachis madrugadores y de los anuncios comerciales. Con las excepciones de la regla, pocas veces se ahonda en las circunstancias de las mujeres catrachas, quienes en un alto porcentaje salen “a rebuscarse la vida”, tanto en las ciudades como en las zonas rurales.

Debemos comenzar por las vendedoras ambulantes de las principales ciudades del país, tanto aquellas que se pasean por las aceras vendiendo frutas, chicles y chucherías, como las que venden ropa, tortillas y otros alimentos por las calles polvorientas y barriadas peligrosas con el fin cotidiano de llevar algo de comer a sus hijos y sus nietos. (No se debe perder de vista, además, que muchos hombres realizan idénticas tareas).

Las vendedoras ambulantes viven, literalmente, “día a día”. No tienen puestos fijos en los mercados municipales conocidos. Contraen préstamos para comprar sus mercancías y aun cuando hayan vendido, o no hayan vendido nada, deben pagar los susodichos préstamos al final de cada jornada o, en el mejor de los casos, los intereses acumulados. Pero la verdad es que, en ausencia de tales préstamos de dinero en efectivo, estarían incapacitadas dentro del estricto marco de la sobrevivencia, de ellas y de sus parentelas. Además deben alquilar un cuarto en donde guarecerse de las inclemencias de la noche, y pagarlo puntualmente al final de cada mes, de lo contrario corren el riesgo que las echen a la calle o de conseguirse un par de insultos con lenguajes infernales. Algunas de estas mujeres, por motivos de tiempo y distancia, en vez de matricular a sus pequeños en instituciones públicas, lo hacen en escuelas privadas, por lo que igualmente al final del mes se encuentran sobregiradas. De todos modos también en las escuelas públicas exigen demasiadas cosas innecesarias a los padres de familia, cuando hace unas tres o cuatro generaciones solamente pedían un “cuaderno único”, un pequeño diccionario y algún libro de lectura. Entonces los profesores realmente servían clases con el esmero propio de los apóstoles de la educación.

En las zonas rurales las mujeres hacendosas se levantan a las tres o cuatro de la madrugada a moler maíz y a “echar tortillas”, y luego a preparar un desayuno magro compuesto de arroz y frijoles, y a veces sólo de tortilla con sal, para sus maridos, hijos, nietos y sobrinos. En caso de ser madres, tías o abuelas solteras, salen a trabajar en las labranzas, cafetales, algodoneras, azucareras o a vender artesanías y chucherías en las orillas de los caminos de herradura y en las carreteras. Aquellas que están mejor organizadas trabajan la agricultura en sus propias terracerías pequeñas, en distintos puntos del país, con la dificultad de mover los productos a los mercados internos, frente a un “coyotaje” de por medio.

Sin dejar por fuera a las que trabajan en oficios domésticos; o a las que se quiebran las espaldas en las oficinas secretariales y en las maquilas; o a las que laboran de pie, durante muchas horas en los supermercados, vale la pena rendir un homenaje pormenorizado y profundo a todas las madres hondureñas sacrificadas en la vida diaria, quienes además de sobrevivir ellas mismas, logran la subsistencia de centenares de miles de niños que configuran el hipotético futuro de la nación de José Cecilio del Valle, del “Padre Trino” y de Francisco Morazán. Decimos “hipotético” en tanto que nada está escrito en el porvenir inmediato. ¡Muchas felicitaciones, mujeres esforzadas de Honduras!

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