Sobreviviente a Zetas: “No volvería a sufrir de nuevo, aunque mi hijo está allá”

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20 de mayo de 2024
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04:30 am
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Sobreviviente a Zetas: “No volvería a sufrir de nuevo, aunque mi hijo está allá”

La hondureña Esperanza Martínez, compartió todo lo que pasó durante su viaje hacia Estados Unidos, logró sobrevivir, pero fue detenida por la migra, luego la deportaron.

Por: Xiomara Mairena

Esperanza Martínez es una migrante hondureña, que estuvo cara a cara con la muerte por salir a buscar el tan anhelado “sueño americano”, que al poco tiempo de emprender la ruta hacia los Estados Unidos, se convirtió en una pesadilla al llegar a la frontera entre México y la unión americana.

Como su nombre lo indica, iba llena de esperanzas, deseaba reunirse con su hijo, a quien no mira hace más de cinco años; el menor se encuentra junto a su padre solicitando una oportunidad de asilo en los Estados Unidos, ambos están a la espera de ser llamados por el juez de la corte.

Esta mujer de 37 años es una de los miles de migrantes de Honduras, (como tantas otras de naciones diferentes), que se atrevieron a cruzar hacia los Estados Unidos de forma ilegal, enfrentó los peligros en el camino, aguantó hambre y sed, fue entregada a los miembros del cartel del Golfo Nueva Generación, estructura criminal para poder cruzar el río Bravo.

LA TRIBUNA en una visita a la frontera sur de los Estados Unidos, como parte de un programa de educacion e información, dirigido a comunicadores, se encontró con muchos relatos, pero el de Esperanza, encarga la triste realidad que enfrentan las mujeres, quienes han perdido la esperanza de superar la pobreza y salir adelante en el país.

Los migrantes son engañados por los coyotes quienes les dicen ya estando cerca de la frontera que solo caminarán un poco, sin embargo, lo tienen que hacer por varios días.

INICIA LA RUTA

Desde Honduras, Esperanza fue guiada por una mujer “coyote”, a quien le pagó tres mil dólares en efectivo y esta le dio una palabra clave de identificación y de conexión con los otros coyotes que conocería durante su largo camino.

Luego de vivir esta experiencia dijo que no volvería a intentar irse de nuevo de forma ilegal, estando en suelo americano, sobrevivió tras una larga travesía por el desierto, fue deportada a Honduras y castigada por cinco años por las autoridades estadounidenses, pasado ese tiempo buscará una vía legal para poder entrar a Estados Unidos y volver a abrazar a su hijo.

“No me volvería a irme, aunque está mi hijo allá, pero no volvería a sufrir de nuevo, es un camino que uno se expone a demasiados peligros, el 90 por ciento de los guías que lo llevan a uno caminan drogados y hasta se drogan enfrente de uno”, manifestó.

Con alrededor de ocho coyotes tuvo conexión desde Honduras, dos de los cuales eran mujeres; en Honduras hizo el primer pago de tres mil dólares, en Reinosa pagó cinco mil dólares (en depósito) y llegando a Houston tenían alrededor de siete mil dólares.

“Salí un 12 de febrero del 2020, desde San Pedro Sula, con otras cuatro personas más, uno de ellos me cuidaba para que no me hicieran nada, es un amigo de la familia. Llegamos a Guatemala tras varias horas de viaje donde nos esperaba un “coyote” de ese país, salimos de madrugada con rumbo a Huehuetenango, tenía mucha hambre, dormimos en una casita, luego volvimos a salir de madrugada para cruzar la frontera de Guatemala con México, llegamos en la mañana, estando en México, en horas de la noche, salimos en un busito, para avanzar y llegar a Tuxtla, pasamos el primer susto, ya íbamos acompañados con un puntero mexicano, quien avisó que venía la policía”, relató Martínez.

Los “coyotes” les indican a los migrantes que tienen que utilizar ropa oscura, comida enlatada, un galón de agua y frutas.

AUTORIDADES TRABAJAN PARA EL CARTEL

Siguió que “el guía desvió el camino, nos metimos al corredor de una casa, la Policía venía detrás de nosotros, sin embargo, se pudo evitar la detención, estando en Tuxtla llegamos a un rancho donde habían otros guías (coyotes), estando en ese lugar nos prepararon para enviarnos en avión a Monterrey”.

“Nos consiguieron papeles mexicanos, una credencial mexicana, allá me llamaba Estefany Gutiérrez originaria de Morelos, me explicaron todo, por donde iba a pasar al momento de estar en el aeropuerto, como tenía que actuar, la manera de hablar que tiene que ser como mexicano, a mí me pasaron como pareja de mi amigo hondureño que me iba cuidando, fuimos tomados de la mano, no tuvimos problema para abordar el avión, la misma actuación teníamos que mantener hasta llegar a Monterrey, íbamos varios ninguno nos conocíamos, ya teníamos instrucciones por donde saldríamos y las características de la persona que nos estaría esperando”, detalló.

Recordó que en Monterrey estuvieron cuatro días esperando para poder avanzar, estuvieron en una casa donde les llevaban la comida, todo parecía bien, luego llegó el guía a traerlos y nos llevó para otra casa ahí mismo en Monterrey, pero ya íbamos para una galera, donde habían más de 120 migrantes, en cada esquina había un vigilante cuidándolos a todos, el sitio donde estábamos eran cuatro paredes sin techo, hacía mucho frío.

“Vimos cuando comenzaron a llamar y a regañar a uno de los que nos cuidaban, lo alejaron y a los pocos minutos escuchamos un disparo, al parecer lo habían ejecutado, después comenzamos a sentir el olor a carne quemada, algo había ocurrido, pero nunca supimos que, sentimos miedo en ese momento”, precisó.

La entrevistada contó que los cruzaron en balsa por el río Bravo en horas de la noche, al tocar tierra firme permanecieron por varias horas debajo de unas zarzas que tenían unas espinas, la policía no se mete hasta ese lugar.

LA ENTREGARON AL CARTEL

Asimismo, “en la madrugada comenzaron a llegar carros, con jaulas para transportar ganado, nos fueron acomodando al interior de las jaulas, íbamos sentadas con las piernas abiertas, nos trasladaron desde las 4:00 de la madrugada hasta las 2:00 de la tarde aproximadamente”.

Mientras tanto a los hombres los fueron colocando en las pailas, cruzados entre sí, y les colocaban toldos encima.

“En medio del trayecto de Monterrey a Reinosa, procedieron a entregarnos a todos al cartel del Golfo Nueva Generación, nos colocaron en fila y comenzaron a revisarnos la maleta que llevábamos, en ese momento me preguntaron mi clave, que es un código que tienen ellos, después me subieron a otro carro para continuar el camino, hubo un muchacho que no recordó su clave, a él lo dejaron abandonado”, manifestó.

“Íbamos bien custodiados ellos portaban armas de grueso calibre, cuando ya habíamos avanzado, se tuvieron que regresar por la persona que había olvidado su clave, ya la había recordado, llegamos a un punto nos separaron, nos subieron a otro carro, le avisaron que se estaba instalando un retén, tuvieron que estacionarse en una gasolinera, donde nos bajamos a comprar agua, adentro del establecimiento había un policía, yo me quedé helada, no sabía qué hacer, pero el guía se hizo pasar por mi esposo y me dijo solo el agua llevarás amor, en ese momento le respondí que sí, pagamos y nos fuimos por la parte de atrás del local hasta una casa, donde estuvimos todo el día”.

Comentó que estuvieron cuatro días también en esa casa en Reinosa, cuyo interior tenía muchos lujos, hasta en ese momento todo iba bien.

“Nos llevaron por una zona de producción de hortalizas que tenía varias calles, en ese lugar esperábamos a un puntero que nos iba ir dirigiendo”, detalló Esperanza.

CRUZÓ EL RÍO BRAVO

“En la noche, nos trasladaron a un sector cerquita del río Bravo, estuvimos en una casucha, no pasamos porque había mucha gente de la guardia nacional, el siguiente día también esperamos, cruzamos hasta el tercer día en horas de la noche, en la orilla del río nos mantuvieron tirados boca abajo, porque anda el “mosco” (helicóptero), comenzaron armar la balsa, pasamos ocho personas, un mexicano, los cuatro hondureños, y tres guatemaltecos, pasamos al otro lado, solo tocamos tierra firme y comenzaron a darnos seguimiento”, sostuvo la entrevistada.

No obstante, en ese momento se metieron debajo de unas zarzas que tenían unas espinas, la Policía no se mete hasta ese lugar, espera a que nosotros salgamos, esperamos dos horas a mí se me enredó el cabello, salimos, el guía nos avisó que saliéramos y comenzamos a caminar, salimos a un lugar plano, nos dijo que comenzáramos a correr, solo yo iba de mujer, me iba quedando atrás, uno de los hombres me jaló, hasta llegar al punto que nos indicó el guía era una ladera que al otro lado se observaban los carros de la migra, nos escondimos bajo unas máquinas de construcción, pero un perro de una casa nos vio, nos movimos del lugar, comenzaron a seguirnos, tuvimos que saltar los cercos de las viviendas, llegamos a una parte sola, parecía un cementerio, había otra cerca en la cual quedé atrapada, otro de los muchachos me empujó para que continuáramos sin embargo, en ese momento me herí la pierna”.

En este momento, Esperanza fue picada por mosquitos, y estaba infestada de garrapatas, en las axilas, cerca de los senos y en las piernas.

“Continuamos el camino, pudimos escondernos y le escribimos al guía, nos envió la dirección hasta donde logramos llegar, era una casa que en la parte de afuera tenía una bodega grande con material de plástico al interior de esta había un pequeño escondite donde nos tuvieron, luego nos fueron a traer en un carro y nos llevaron a la casa de un señor en McAlllen, Texas, estuvimos todo ese día, era un miércoles, y en la noche nos dijeron que íbamos avanzar y que nos tocaba pasar una zona desértica”, agregó.

Martínez detalló que “nos llevaron por una zona de producción de hortalizas que tenía varias calles, en ese lugar esperábamos a un puntero que nos iba ir dirigiendo, pero observamos carros de migración por lo que comenzamos avanzar a gran velocidad en el carro donde nos llevaban, cuando logramos salir a la pavimentada, nos dijo que pararía 30 segundos para que nos lanzáramos del carro directo al monte, para despistar a migración y a cambiar carro”.

COMIENZA LA PESADILLA

“Nos tiramos del carro, migración comenzó a seguirlo a él (conductor del carro), a la hora llegó a buscarnos de nuevo en otro carro, comenzaron a avanzar y a las 12:00 de la noche, nos dejó en una calle junto con un cipote de 15 años que nos iba dirigiendo”.

En ese sentido, expresó que “caminamos toda la noche, el siguiente día, que era un jueves, a eso de las 2:00 de la tarde, llegamos a un lugar que era el punto donde el conductor del carro nos tenía que haber dejado, cuando íbamos caminando llevábamos consigo un galón de agua, comida enlatada como ser choricitos y maíz dulce, frutas, continuamos caminando, hasta amanecer el viernes y a eso de las 6:00 de la tarde de ese día se nos terminó el agua, esperábamos encontrar bebederos de agua para el ganado pero no hayamos nada”.

“Uno de los hondureños que iba con nosotros dijo que ya no podía avanzar, su hermano que también viajaba con nosotros se quedó, no volvimos a saber nada de ellos, más adelante nos encontramos con una manada de jabalí, nos escondimos, avanzamos una hora más, y a eso de la 1:00 de la madrugada nos dijo el guía que descansáramos, en ese momento el hondureño que cuidaba de mí, dijo a quitarse una de las camisas que llevaba puesta para dármela y que yo me acostara en ella, pero en ese momento una serpiente se le lanzó a atacar, pero no lo mordió, ya en ese momento nos sentíamos deshidratados, no encontrábamos agua por ningún lado, sentíamos mucho cansancio, me desmayé, nos sentamos a descansar media hora, pero el guía nos indicó que teníamos que continuar”.

“Mi amigo todavía llevaba una lata de choricitos, la abrimos para comer algo y mojarnos los labios los cuales llevábamos todos resecos, todavía llevábamos un teléfono con carga y localizamos a nuestras familias para decirles que nos habían abandonado en el desierto, mi madre al leer el mensaje se puso a llorar y a pedirle a Dios para que saliéramos bien de esto”.

“El hermano de mi amigo, localizó al coyote y nos dio una serie de indicaciones, primero que descansáramos un poco, porque íbamos a seguir caminando a partir de las 7:00 de la noche, él nos iba a dirigir, el GPS de la ruta que nos proporcionó mostraba que íbamos a salir del lugar en unas tres horas aproximadamente hasta la calle donde él nos iba a recoger; caminábamos pero ya no podíamos, estábamos quedando sordos, habían ratos que yo ya me sentía vencida, le dije a mi amigo siga usted solo, pero seguimos, ambos nos cansamos, llegamos a eso de la 1:00 de la mañana, llamamos al nuevo coyote, salimos ya a la calle, vimos el carro con las intermitentes, y cuando ya nos dirigíamos hacía ahí, cayó migración, entonces nos volvimos a meter al monte”.

“Después nos indicó que teníamos que seguir caminando que ya no podía recogernos en ese lugar, caminamos hasta las 9:00 de la mañana llegamos hasta un lugar conocido como zona de descanso, ya no teníamos carga en el teléfono, esperamos pero nada, a las 11:00 de la mañana mi amigo comenzó a vomitar y a convulsionar, yo ya me desmayaba también, sentía dormida la cara y las manos, no soportaba el calor, pero aun así cruce al otro lado, una señora me regaló agua, justo en ese momento que iba a realizar una llamada fui capturada un 16 de marzo del 2020, comencé a convulsionar, vomité toda el agua, me llevaron en una ambulancia, me hospitalizaron por dos noches, después estuve presa, quería pelear mi caso, pero ningún juez quiso ver a nadie, a causa del COVID-19 por lo que a todos nos deportaron”.

A la semana siguiente la deportaron, la enviaron en bus, hasta por el otro lado de la frontera entre Estados Unidos y México, viajó dos días seguidos sin parar, solamente les dieron un pan y el zumo de una naranja, eran 60 personas en el bus, los abandonaron entre la frontera de México con Guatemala, junto con otros compatriotas tuvo que pagar un taxi con los pocos dólares que andaban cruzaron hacía Guatemala, después ingresó al país por punto ciego por la frontera de Corinto, consiguió jalón con un rastrero mexicano hasta San Pedro Sula donde fueron por ella para llevarla a su casa.

“Regresé aquí sin trabajo porque pedí licencia por un mes y se me venció, en plena pandemia, con un préstamo de 178 mil lempiras para poderme ir, invertí 220 mil lempiras en total, decepcionada sin poder ver a mi hijo, caí en depresión, estuve ocho meses sin trabajo, mi mamá me ayudó a pagar los intereses, pero pude conseguir trabajo, por un año y medio pagaba más de siete mil lempiras, ganando en este trabajo 12 mil lempiras”, lamentó.

Finalmente, la hondureña cierra su testimonio que “con ese “sueño americano” solo hay tres opciones: si llegan vivos, que lo aprovechen y que busquen salir adelante; no llegar, ser deportado y a comenzar de cero otra vez; y morir en el camino intentando entrar a Estados Unidos” para alcanzar una mejor vida.

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