¡Un hijo ilustre de Belén Gualcho!

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29 de mayo de 2024
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¡Un hijo ilustre de Belén Gualcho!

Por: Óscar Lanza Rosales

El próximo 2 de junio, cumple 40 días de fallecido nuestro querido amigo y excompañero de secundaria en el Instituto Central, el abogado Mario Augusto Duarte Peña. Mario se incorporó a nuestro curso en el segundo año del plan básico, luego de haber completado el primer año en el Instituto Juventud Hondureña de Nueva Ocotepeque. Y se unió a nuestro grupo de estudios, formado por José Diaz Chávez, Jorge Barrientos, Reinaldo Salinas y este servidor, quizás por ser tranquilos y muy dedicados a estudiar.

Nosotros le dimos la bienvenida, para que no extrañara su tierra, y además por su carácter alegre, positivo y conversador al estilo de la gente de occidente. No sé por qué, pero venía con el pelo parado, y por eso le decíamos Púas, y él para quitarse ese apodo, de inmediato se dejó crecer el pelo, al que le aplicaba en abundancia, las brillantinas de aquella época, como la Aguacatina.

Originalmente no nos mencionó que venía de Belén Gualcho, su pueblo natal, sino que, de Nueva Ocotepeque, quizás por la mala reputación que tenía en esos días la palabra Belén en la capital. Después nos dijo que era oriundo de San Marcos de Ocotepeque, y posteriormente nos confesó que era de Belén Gualcho, un pintoresco pueblo en el occidente del país, que significa “Casa de pan y lugar de muchas aguas”.

Cuando nos reuníamos a estudiar, Mario siempre llegaba de sombrerito, y con su guitarra al cinto. Y se entusiasmaba más con la música en los 15 días que nos daban para estudiar en los exámenes de fin de año. Él recorría los lugares más frecuentados de la capital, como los parques de La Leona, La Concordia y el Cerro Juana Laínez, para complacer peticiones de las canciones preferidas de las muchachas.

En su vida adulta, Mario siempre mantuvo una cercana amistad con la mayoría de nuestra generación, y en nuestras celebraciones de aniversario, solicitaba un momento para deleitarnos con su habilidad en el arpa, el acordeón o la guitarra, requinteando al estilo de los legendarios tríos Los Panchos o Los Tres Reyes.

El año pasado, asistí a la celebración de su 80 cumpleaños en El Zamorano, donde su familia lo homenajeó con amor y cariño, destacando su inquebrantable dedicación hacia todos ellos, incluyendo tíos y primos. Quedé profundamente impresionado por el afecto y los elogios dedicados a Mario durante ese evento.

Mario tuvo dos matrimonios con damas admirables y hogareñas. Con su primera esposa, Zulema Moncada (QEPD), tuvo cinco hijos, de los cuales tres aún están entre nosotros: Mario, Dinorah y Zulema. Según sus hijos, Mario conquistó el corazón de su madre con serenatas románticas.

Hablando con sus hijos y Norma, su hermana del alma, con quien compartió una infancia feliz -como haciendo apuestas montando a caballo a puro pelo- relatan que Mario mostró desde temprana edad un talento artístico innato. Era un niño vivaz y creativo, entreteniendo a los demás cipotes del vecindario con chistes y tocando su guitarra o marimba, mientras construía columpios improvisados frente a su casa. Al final de sus interpretaciones, pasaba una latita entre su audiencia, donde le depositaban monedas, que las utilizaba para comprar sus caramelos favoritos.

Sus hijos manifiestan que su padre los crío con mucho amor y rigor, y que siempre estuvo presente en cada etapa de sus vidas.

Recuerdan sus viajes de vacaciones, cantando canciones como “En un bosque de la China” o los cuentos interminables que él les narraba como “El caballo de los siete colores”. Les enseñó que siempre deben mantenerse unidos, amarse y cuidarse como hermanos. Además, les transmitió valiosas lecciones de vida, como el valor del esfuerzo, diciéndoles que “todo lo bueno en la vida cuesta y hay que ganarlo” o que “en vez de preocuparse, hay que buscar una ocupación”. Y les recomendaba expresar siempre los sentimientos con un beso o un abrazo.

Su segunda esposa, Etna Alvarenga, describe su encuentro como un regalo del Divino. Compartían una pasión por el derecho, la música y el arte, y cada nota que Mario tocaba con su guitarra o mandolina era música para sus oídos y su alma. Agregando que, esa pasión, la complicidad compartida y el profundo respeto mutuo, crearon un vínculo indestructible.

Nosotros, sus excompañeros Centralistas, también nos hemos sentido consternados, por la partida sin retorno de Mario, pero le decimos: ¡Hasta luego querido amigo, que descanses en la paz eterna de nuestro Señor!

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