Venezuela: julio del 2024 será decisivo

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29 de mayo de 2024
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12:26 am
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Venezuela: julio del 2024 será decisivo

Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Conocí Venezuela a través de la hermosa Caracas, durante el último año de gobierno del bonachón de Luis Herrera Campins, en 1984. La impresión que Venezuela le daba al visitante era la de una tierra bendecida por la Providencia; cornucópica, opulenta. De hecho, por esos días surgió un tropo que bautizaba a la capital como “La sucursal del cielo”. Y Caracas era Venezuela.

De su gente, ni hablar: amable, campechana, solidaria, buenos “panas”; grandes conversadores; sin las poses artificiales de los sifrinos y catiras que aparecían en las telenovelas de Delia Fiallo. Italianos, colombianos y ecuatorianos llegaban por miles al país en busca de mejores horizontes, lo cual resultaba lógico: los petrodólares abundaban, y con ellos, las miles de oportunidades no solo para colocarse en un empleo, sino también para emprender cualquier negocio. Con la abundancia también afloraban las regalías y las promociones estatales en forma de bonos solidarios, becas para irse al exterior, etcétera. Los “bolos”, como los venezolanos llaman a su moneda, llovían a raudales.

La llegada de los redentores al país es la historia del fracaso de los conservadores, liberaloides y cristianodemócratas que, cuando están en el poder, se duermen sobre sus laureles, creyendo que el regodeo es eterno. Poco después, todo cambió para Venezuela. Chávez y su albacea, Nicolás Maduro echaron la prosperidad al carajo, en nombre de la igualdad y la justicia, haciendo de aquella sucursal celestial una especie de matrimonio blakeano entre el cielo y el infierno. Esos demiurgos destructivos comenzaron a elaborar un nuevo orden basado en la predestinación marxista y en el sueño -o pesadilla, más bien-, del panamericanismo bolivariano. Si algunos creyeron que con Chávez y Maduro la tesis hegeliana se sintetizaba, se equivocaron totalmente. Muerto Chávez -de cuyos ideales se aprovechó Fidel Castro, haciéndole creer que encarnaba la imagen viva del Libertador -, la estafeta mesiánica pasó a manos de Nicolás Maduro.

Heredero directo de la dinastía chavista, Maduro logró convertir la Venezuela de los 80, de una hacienda de esperanza, a una ciénaga del desaliento. El sueño de Chávez murió con su deceso: se acabaron los patrocinios de la revolución bolivariana hacia otros países. Venezuela ya no está para donativos, sino para socorros. Siete millones de decepcionados se han marchado; un PIB en la cola de la tabla, uno de los países más corruptos del mundo y el lugar menos indicado para hacer negocios. En lugar de atraer talento humano y mano de obra calificada, como en los tiempos de adecos y copeyistas, la Venezuela del siglo XXI los exporta a granel.

El sueño de Maduro no está afianzado en los ideales de Chávez, sino en el círculo cerrado de panas, dueños del PSUV, que no soltarán las riendas tan fácilmente, mientras luchan con todos los medios posibles para eliminar la creciente oposición que les desafía. En el otrora cuarto país más rico del mundo, el 2024 puede ser decisivo en la historia venezolana, aunque la carrera de obstáculos se presenta difícil para María Corina Machado y Edmundo González. Difícil por la represión y la proscripción a la que ha estado sometida la oposición; por el control oficialista del CNE, las legiones de empleados públicos y las amenazas de los detestables grupos de choque. Si a ello le restamos los millones de exiliados y las tradicionales trampas electorales, es bastante probable que la sucursal del cielo seguirá siendo tan solo un recuerdo. Pero julio será decisivo.

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