¿La Honduras que merecemos?

ZV
/
1 de junio de 2024
/
12:01 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
¿La Honduras que merecemos?

Por: Elvia Elizabeth Gómez García*

En el año 2011, el cantautor nacional Polache lanzaba su canción Mira Honduras, en la cual en uno de sus estribillos podemos escuchar “Mira a Honduras con otros ojos
tienes que quererla, descubrí que al mirarla con otros ojos vas a merecerla”. Nos encontramos en el 2024 y seguimos sin ver a nuestro país con ojos diferentes, sin manifestar un deseo real por transformar la realidad que nos aqueja y por ser mejores ciudadanos para convertirla en una gran nación, llena de esperanza y oportunidades.

Once años antes que Polache, Guillermo Anderson le cantó a Honduras y en sus letras expresaba su profundo amor a la patria, “para quererte el corazón mío no alcanza, pero esta luz multiplica la esperanza, en que la selva no combata el fuego sola y que la espina se convierta en Brassavola”. En ambas canciones se habla del medio ambiente, se exhorta a protegerlo, porque no podemos desligar el progreso de un país de la salud de su territorio.

Ambos cantautores nos llaman a la reflexión, desde su perspectiva del país y desde la realidad que en ese momento estaban viviendo. Es triste darse cuenta, que la misma en lugar de mejorar se ha deteriorado aún más. Hoy por hoy, viajar por sus carreteras nos llena de tristeza al observar los bosques incendiados y las construcciones que no se preocupan por estar en sintonía con la naturaleza, sino todo lo contrario.

Honduras no es solo el territorio, es su gente, somos todos, pero nuestra sociedad, en lugar de formar ciudadanos dignos, enfocados en hacerla próspera, se ha centrado en la acumulación de riquezas, a expensas de sus recursos materiales, naturales y humanos.

La falta de oportunidades de empleo, el menosprecio al campo y la prosperidad que desde este se puede generar, se han disfrazado en el “progreso” de las ciudades socavando las bases de una nación que se ha construido sobre cimientos débiles.

Nos enorgullecemos de ser un pueblo pacífico, que nunca ha vivido una guerra sangrienta, pero nuestros jóvenes mueren diariamente en medio de la violencia generada por un modelo económico que no considera primordiales aspectos como la educación y la salud. Surgen mil propuestas, cientos de fórmulas y planes económicos para sacar adelante al país, y son expuestos en grandes salones, cómodamente sentados con bocadillos al alcance de la mano y ante los medios de comunicación, sin someterse a las inclemencias del clima que cada vez es más asfixiante, sin sentir el hambre y la sed, ni tener que salir a las calles a buscar en la basura o a mendigar un pedazo de pan.

Francisco Morazán expresó que “la grandeza de una patria no se mide por la extensión de su territorio, sino por la dignidad y honor de sus hijos”. Pero hasta el ideario de este gran pensador nos ha sido arrebatado, porque no conocemos su pensamiento, no le hemos estudiado a profundidad y llamarnos hijos de Morazán es una expresión que va como reza el dicho popular, del diente al labio.

Es muy fácil criticar, emitir juicios sin tener todas las pruebas, condenar sin tener evidencias sustentables y boicotear propuestas que se consideren amenazas al orden mundial establecido. Fácil es también exigir, quejarse en redes sociales, señalar los errores y centrarse más en ellos que en los aciertos, porque el amarillismo mata la esperanza, y sin esperanza no se puede avanzar.

Cuando leo “La oración del hondureño” de Froylán Turcios, intento imaginar la Honduras que él contemplaba, llena de vida y de oportunidades, llena de campos labrantíos, en los que hoy, en lugar de divisar maizales y frijolares, lo que vemos son calles encementadas y casas vacías. ¿Acaso han florecido sus industrias? ¿Acaso contemplamos sus riquezas? Contrario a ello, vemos mansiones amuralladas que nos recuerdan la Honduras de acá y la Honduras de allá, como mencionara en uno de sus discursos un expresidente. La incertidumbre e inmadurez política nos sigue acompañando y nos ha empujado a contar con una clase política que solo se beneficia de las mieles del poder, salvo raras y aplaudibles excepciones.

Solo resta preguntarnos ¿Qué hemos hecho por Honduras? ¿Qué hemos hecho por enaltecerla? ¿Qué hemos hecho por merecerla? ¿Es la Honduras del 2024 la que merecemos por ser el producto de nuestra apatía y desinterés?

*Profesora universitaria.

Más de Columnistas
Lo Más Visto