¿ENTRE LA TERSA BRISA?

LA primera vez que escuchamos nombrarlo fue entre comentarios laudatorios suyos y miradas de desconfianza del personal bajo su mando, dudando del acierto de la decisión de la empresa que estaba contratándonos para llenar la vacante –dada su repentina renuncia– a ocupar el cargo de un jefe irremplazable. Recién regresábamos al país después de haber cursado en LSU los ineludibles estudios universitarios. No tomó si no unos pocos días comprobar la naturaleza de aquella percepción aprensiva. Difícil igualar lo que hacía, y más aún competir con el caudal de cariño –arropado de admiración a su calidez humana en el trato a los demás, sumado al respeto a su multifacética capacidad profesional– que se había ganado entre todos los que trabajaban bajo su dirección. Había dejado la empresa fundada junto a su padre –adquirida adelante por otra sociedad respaldada por un consorcio bancario– para montar la propia en San Pedro Sula.

Años después, cuando íbamos a buscarlo a la fábrica, ya por cuestiones atinentes a la política en la costa norte, su secretaria no nos pasaba al desarreglado despacho que usaba como oficina, sino al ruidoso plantel de su convertidora de papel y cartón. Había que hablar casi a gritos para hacerse escuchar entre el ensordecedor tracateo de motores, pistones, válvulas, bandas y engranajes moviendo la maquinaria industrial. Solíamos encontrarlo tirado debajo de alguno de esos viejos armatostes, las herramientas regadas en el piso, entre charcos de aceite espeso, reparando cualquier desperfecto mecánico. Como el general que no dirige soldados desde atrás sino, con espada en ristre, al frente de la tropa –ejemplo de igualdad sin privilegio entre compañeros– en la primera línea de fuego. En nada había cambiado. Igual lucía, con ese su mismo talante y talento que le había agenciado el místico cariño de la gente que tuvo el privilegio de conocerlo. Generoso, humilde, campechano, amigable y desprendido. (No regalaba a los activistas la producción completa de cuadernos porque algún ingreso tenía que generar para rentabilidad de la industria y el sustento familiar. Al final, no pudo con la competencia desleal y tuvo que liquidar la empresa. Mientras los artículos acabados de otros países ingresan libres de gravámenes, sí pagan impuestos las materias primas y los insumos requeridos para la producción nacional). Pese a lo exigente del quehacer empresarial, no escatimaba tiempo a las tareas superiores del país. Y la manera de servir a Honduras era hacer de la política algo decente, algo distinto de ese mal predicado en que ha caído su ejercicio. Así, era frecuente encontrarlo atareado organizando los cuadros del partido sin ínfulas caudillistas o pretensión alguna personal. Pese a su evidente liderazgo –tarea compleja en un departamento como Cortés, que siempre rechazó la influencia de caciques o de señores feudales– rehusaba figurar en las casillas de diputados o planillas a cargos de elección popular. Los espacios reservados a dirigentes naturales del municipio ya que, sin duda, sentía la inclusión de su nombre como atropello de quienes reclamaban para sí, esos derechos.

En ese dilatado recorrido por la ronda cívica que juntos anduvimos, y en el bregar de accidentados caminos del batallar político, forjamos tan estrechos lazos de amistad que, cuando llegó la hora de las verdades, aun renegando al ofrecimiento, no pudo rehusar encabezar la lista de designados presidenciales. “¿Para qué –reclamó, cuando supo de su inclusión en la fórmula– querés ponerme en eso? No ha de ser por motivos cosméticos –respondimos– se trata de transmitir una imagen de decencia a la política, para que la nación pueda contemplar un horizonte de esperanza”. Su desempeño en el ejercicio del alto cargo fue intachable. Como impecable en muestras de lealtad, que no se olvidan. El entrañable amigo Billy Handal se fue entre la tersa brisa que arrastra a esas almas buenas a los desconocidos confines de la eternidad. En el vuelo definitivo –ya no a enfrentar el ajetreo terrible de los designios de la vida, ni a examinar el sin fin de compromisos cumplidos a la Patria– sino a gozar la quieta serenidad de la gloria eterna. A ese inapelable viaje de un espíritu indomable a escrutar las fascinantes maravillas de lo ignoto. Acariciado por el suave susurro de lágrimas de pesar, cuales notas de una reposada melodía desafiando el silencio del olvido.

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