Los intelectuales: desertar o traicionar

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10 de febrero de 2020
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12:21 am
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Los intelectuales: desertar o traicionar

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Se ha discutido hasta la saciedad, cuál debería ser la postura de los intelectuales frente a los desmanes cometidos por el poder político. Es decir, cabe hacerse la pregunta, ¿deberían los intelectuales justificar cada acción del soberano sin que se les señale de rastreros o de mercachifles de la razón? ¿Deberían asumir posiciones neutrales o, caso contrario, están en la libertad de elegir lo que a ellos les parezca políticamente correcto sin traicionar sus propias convicciones? ¿O no deberían existir las convicciones sino, una actitud crítica cuando la moral y la corrupción de los gobernantes atenta contra la integridad moral de la sociedad?

En el pasado, en los países socialistas del este europeo, los intelectuales entendieron que para sobrevivir dentro del sistema y no caer en desgracia con el buró del partido, sus contribuciones panfletarias debían referirse únicamente a las bondades del Partido Comunista sin señalar falla alguna, bajo la pena de ser juzgados por traición. Era comprensible: frente a los actos de denuncia del disidente, la purga lo condenaba al ostracismo y a la pérdida del honor, lo cual significaba la muerte en vida; porque, para un intelectual relegado al marginamiento, el castigo representaba el fin de su vocación y el triste epílogo de sus obras. Ya nadie volvía a acordarse de ese nombre.

En Cuba, los intelectuales escribían, filmaban y actuaban bajo el control de una “Goskomizdat” tropical, es decir, bajo un régimen de censura que persiguió y marginó a hombres de la talla de Guillermo Cabrera Infante, José Lezama Lima y Víctor Piñera, intelectuales de pesos pesados que, para Fidel, no se apegaban al libreto del típico servilista del poder. Hoy en día, las cosas han comenzado a cambiar en la Isla, y ya puede notarse cómo los columnistas, los cineastas y los actores, hablan con cierta soltura sobre la necesidad de los cambios sociales. Recordemos a Leonardo Padura y sus novelas.

¿A qué se debe esta tendencia servilista de los intelectuales en la mayoría de los regímenes de América Latina? Una, a destacarse por sobre sus colegas que permanecen en las sombras, y presumir que el régimen respeta y considera su obra. Dos: a la inseguridad filosófica de sus preceptos, es decir, su ideología encaja con la del poder, y piensa que no existe otra forma de gobierno y que, hasta los mismos excesos pueden justificarse. Tres: al miedo a no figurar, al pánico que genera la posibilidad condenatoria de la proscripción o, en caso extremo, el terror a los gulags del aislamiento que el régimen destina para los apóstatas, tal como les sucedió a Cabrera Infante, Lezama y Piñera.

Los intelectuales apologistas que publican sus alabanzas en libros, ensayos y columnas, crean un ministerio de adoración con vistas a procurar el reconocimiento oficialista, pero también por cuestiones de sobrevivencia. A cambio de su producción halagadora, es natural que el ensayista reciba un estipendio por los servicios prestados que, desde luego, no le caen nada mal.

El verdadero intelectual -no el que escribe a cambio de los talentos-, no admite sujeciones ideológicas ni mucho menos directrices provenientes del poder. En su espíritu rebelde no cabe la traición a sus principios, aunque los demás lo consideren un desertor. Su convicción es la negación de la fe en el sistema político y la impugnación de los catecismos ideológicos. Jamás traiciona su “ethos” pero deserta del círculo de creyentes que alaban al sistema. En el otro lado de la moneda, el intelectual alineado deja de ser un erudito para convertirse en un político más.

Desertar o traicionar, como decía Norberto Bobbio, esa es la cuestión.

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