Con la crisis, a reinventarnos

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4 de abril de 2020
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12:18 am
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Con la crisis, a reinventarnos

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Con el surgimiento universal de la pandemia del coronavirus, el futuro de la humanidad aún no está nada claro. Los problemas apenas comienzan. Los gobiernos han decidido paralizar los servicios privados para evitar que el virus se propague, a falta de una estrategia de prevención y de reacción inmediata. Todo ello a un costo muy elevado por el que tendremos que pagar las consecuencias.

En otras palabras, pareciera que se cumple lo opuesto a lo que dicta la filosofía liberal, en el sentido de que las fuerzas del mercado deben ser protagónicas y que el Estado se limite a garantizar que la distribución de los recursos fluya libremente a través de la oferta y la demanda.

La inmovilización decretada por el Estado, ha generado polémica. A través de las redes sociales, la gente, esa masa carnavalesca, carente de objetivos políticos que no sea el desorden, ha comenzado a secundar ciertas campañas tendenciosas, y a rellenar de “likes” los estúpidos comentarios de los ciberalborotadores en medio del espanto ocasionado por la pandemia. Por ejemplo, hay quienes sostienen, con aire triunfalista, que el mercado – capitalista, desde luego-, ha colapsado, mostrando su proclividad egoísta de la que ha sido acusado desde los tiempos de Marx. Resurge, así, el mito de que el capitalismo es un sistema insensible con los derechos laborales, y que los empresarios explotan inmisericordemente a los trabajadores, a pesar de ser estos los que contribuyen a forjar la fortuna de los inversionistas. El caso de los salarios es el tema del momento. Para un perturbador en la red y sus incultos seguidores, el trabajador deberá seguir gozando del cargo, percibiendo su salario normal, a pesar de la inmovili dad productiva decretada por el Estado. La impugnación a semejante propuesta es bien sencilla: el empresario no paga los salarios, sino el cliente. Las ventas representan el medio para generar los salarios y la rentabilidad de los negocios; sin ellas es imposible mantener los recursos de una empresa. De modo que, en este momento, la preocupación entre ambos actores es compartida. Los trabajadores ya resienten los efectos de la paralización, y los empresarios comenzaran a sufrirla dentro de unos cuantos meses.

Desde luego que la gente piensa con los mismos valores y creencias que imperaron hasta el día en que explotó la crisis: Habrá que reinventarnos a nivel del Estado y la sociedad. No resulta descabellada la acción de dos empresas de San Pedro Sula que se han dedicado, en este momento, a la entrega domiciliaria de productos, a pesar que su rubro sea radicalmente opuesto a lo que normalmente suelen hacer. Eso prueba varias cosas: que el mercado es el medio más efectivo para la distribución de los recursos, y que es posible buscar opciones para ofrecer servicios a quienes los necesiten, siempre y cuando el Estado no entorpezca su normal funcionamiento.

La retórica utilizada en las cadenas gubernamentales sonaría mejor si se aprovechara la coyuntura para reinventar un plan emergente de estímulo a la economía, que promueva, entre otras cosas, cambios en las políticas impositivas, la expedita reapertura de los negocios, una readecuación en el pago de los servicios públicos, y la desregulación temporal de la razón social de algunas empresas, de modo que puedan dedicarse a otro tipo de servicios que asegure el salario de sus empleados. Resulta difícil anticipar los resultados exitosos, pero es mejor intentarlo en este momento, en lugar de quedarnos con los brazos cruzados, y con una economía desplomada, más de lo que se encontraba antes de que nos sorprendiera la pandemia.

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