Es que todo tendrá que cambiar

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24 de abril de 2020
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12:27 am
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Es que todo tendrá que cambiar

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Mientras más se prolongue la pandemia del COVID-19 mayores serán los cambios que surgirán, tanto en la economía como en las relaciones entre los miembros de una sociedad.

No se avizoran los efectos a largo plazo, pero es posible esbozar escenarios que pintan una economía seriamente dañada y una población que puede llegar a tocar las puertas de la miseria, producto del desempleo y del colapso de los mercados. La estabilidad y el equilibrio, palabras que prometían paz y seguridad, ahora conllevan el designio de la desesperanza y la incertidumbre, que es lo mismo que decir, caos. Y caos no significa decir “desastre”, sino, recomposición y reordenamiento de las estructuras y del funcionamiento institucional.

Prácticas, modelos, costumbres y hasta doctrinas deberán pasar a revisión, mientras otras tendrán que desaparecer por completo por inútiles. Por ejemplo, nadie sabe qué será del Estado, de la política y el mercado; qué nuevas reglas tendrán que imponerse para que la sociedad funcione en relativa armonía, un sueño casi imposible de hacer realidad, mientras el deterioro económico galope raudo por el paisaje del Tercer Mundo. Todo el romanticismo y el idealismo sobre el equilibrio y la preservación se tendrán que ir al carajo, y habrá que diseñar la política y la economía para hacer que el mercado funcione de la manera como lo plasmaron tanto Hayek como los liberales del siglo XX en términos de sociedades abiertas, sin restricciones opresivas para el individuo.

Además, todo lo que hemos conocido como “organización” tendrá que replantearse en términos de utilidad colectiva, de lo contrario, nada tendrá sentido. Y cuando digo “colectiva” no se trata de un sofisma politiquero, sino de una verdadera cooperación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil.

El constructivismo social que ha impulsado el fervor de las ideologías y la política, siempre termina fallando cuando se tergiversa el sentido de la felicidad humana. Lenin y los bolcheviques -Fukuyama también- creyeron haber alcanzado la etapa final de la historia, pero setenta y dos años después, el “Frankestein” que crearon terminó por devorarlos.

Y he aquí que el Estado tendrá que abandonar la vieja idea de ser el gendarme de los desprotegidos y de los más pobres y dedicarse a brindar la seguridad jurídica para que el mercado funcione sin impedimentos de ninguna especie. Como patrocinador de las políticas sociales, el Estado ha sido un verdadero fiasco, y a ello han contribuido, tanto las doctrinas socializantes, como la obsesión estatista de derechas y de izquierdas. Ambos terminarán sus días en el barril de la basura histórica. La empresa privada a su vez, tendrá que abandonar los fallidos postulados del capitalismo puro de Mises y entender que los negocios van más allá de la ganancia que no genera riqueza. Generar riqueza significa hacer crecer las empresas para que también aumenten los salarios. La llamada “Responsabilidad Social Empresarial”, dejará de ser una mampara cosmética para convertirse en una estrategia de protección laboral en términos de prestaciones y servicios, y para que la leyenda negra del antagonismo de clases desaparezca de una vez por todas.

En otras palabras, todo lo que se refiere al Estado, al mercado y a la política sufrirá un “resquebrajamiento positivo”, por mucho que pretendamos aferrarnos a las prácticas del pasado, o como si la pandemia se tratase de una simple crisis momentánea. Todo ello parece una locura sacada de los escritos de H.G. Wells o del propio Orwell, pero, ¿quién habría podido imaginar en 1960 los cambios ocurridos a finales del siglo XX?

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