En el Golfo de Fonseca: Con histórica pesca de 500 libras, pescadores del sur inician el año nuevo

ZV
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11 de enero de 2021
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05:10 am
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En el Golfo de Fonseca: Con histórica pesca de 500 libras, pescadores del sur inician el año nuevo

La milagrosa pesca tuvo que ser sacada en carro pick up.

EL CUBULERO, Alianza, Valle. Han pasado varios días desde que Miguel y “Quincho” sacaron 500 libras de robalos, pero en este pueblo, donde pocas cosas sorprenden, se sigue comentando la histórica pesca de año nuevo.

Como se trata de un acontecimiento sin antecedentes en las últimas cuatro décadas, mucha gente, incluida los mismos protagonistas de esta historia, le siguen atribuyendo causas más allá de la buena suerte.

No es que cinco quintales de pescado sean cosas del otro mundo, pero lograrlos en estos tiempos es toda una proeza en el Golfo de Fonseca, considerando que las especies marinas están en peligro de extinción por la sobre explotación, el cambio climático y la contaminación ambiental.

A esto se agrega el valor comercial del robalo, ya que se trata de una de las especies más codiciadas, cuya libra se vende en el mercado local en 60 lempiras, y hasta en 80 en plazas como Tegucigalpa.

Rodil, Quincho y Miguel en uno de los tantos recorridos por los esteros del Golfo de Fonseca.

SACADO DE UN CUENTO

La histórica pesca se produjo el 1 de enero, cuando el pueblo todavía no se levantaba de las celebraciones de despedida del año viejo. Esa mañana, Miguel Velásquez y Joaquín Ferrufino salieron al mar como cualquier día del año. Lo que vino después estuvo acompañado de todo un realismo mágico, como extraído de la ficción del “Viejo y el Mar”, la obra cumbre de Ernest Hemingway, con la diferencia de que esta pesca fue real y en vez de un pez gigante, fueron cientos de robalos de media y hasta una libra cada uno.

Los cronistas pueden retratar fácilmente a pescadores faenando todo el año, con pescas promedios a las 25 libras diarias sin faltar más de alguno al que sus compañeros se le retiran por “salados”, la esencia de la mala suerte, en el decir de la gente.

Comparado con su compañero de turno, Miguel es un novato, que llegó al pueblo hace 11 años en proyectos carreteros, se enamoró de Zoilita, la hija de la dueña donde posaba y ahora tienen dos hijos, Íker y el recién nacido, José Miguel. Cuando no pesca, trabaja de albañil. Es originario de la Villa de San Francisco, Francisco Morazán, pero nunca más volvió a su pueblo natal porque, dice entre bromas, se enamoró más del mar que de su mujer.

Quincho, en cambio, es un viejo lobo de mar. Pesca desde el vientre de su madre y conoce esos esteros como la palma de su mano. Cuando se cansó de pescar se hizo marino y en las últimas dos décadas recorrió el mundo en cruceros, desde el Caribe, pasando por los países del mar Mediterráneo y Suramérica, hasta que la pandemia del coronavirus lo devolvió a su pueblo y al mar donde comenzó. Por mientras lo llaman del crucero, alterna la pesca con labores agrícolas y quehaceres domésticos.

Conseguir una buena pesca en el Golfo de Fonseca es toda una proeza en estos tiempos.

ESTERO ENCANTADO

El día que salieron, iban a bordo de una lancha de 20 pies con un motor de 15 caballos. Son pescadores alegres, que han hecho del Golfo de Fonseca su supermercado y su fuente de ingreso, como los cientos más que faenan en Nacaome, San Lorenzo, y especialmente, Amapala. Mientras pescan se entretienen con el bote a la deriva en un punto seguro de la bahía, sacan sus celulares para chatear, revisar el Facebook o escuchar La Invasora, una radioemisora salvadoreña, que se ha adueñado del auditorio local desplazando a las grandes cadenas hondureñas.

Es agradable estar allí, sobre todo en la noche con la luna y la brisa fresca en la cara y mirando a lo lejos el cono de la Isla del Tigre. En el día, el sol se levanta fulguroso y su resplandor cae sobre el agua rebotando contra los ojos de los pescadores hasta causarles daño, pero ellos se han acostumbrado a navegar sin mirarlo. El mar es verde esmeralda cuando están cerca los manglares y azul en plena bahía. Los pescadores se distraen viendo pasar las gaviotas con sus largas alas negras girando en el cielo y haciendo sus vertiginosas picadas, ladeándose hacia abajo, con sus alas tendidas hacia atrás en busca de comida.

ESTERO ENCANTADO

Miguel y Quincho llegaron al punto de pesca a las 10:00 de la mañana con el optimismo de siempre. Buscaban una señal donde tirar las redes, pero no miraban nada. Dicen que donde hay garzas, hay peces, pero los dos compañeros no creen en ese dicho. Al fin se decidieron por un estero, conocido por los lugareños como “El Caparroso” en la bahía y famoso porque a finales de los años 80 fue encontrado el cadáver de Evangelista, una señora del pueblo que salió a bañar pero nunca volvió, hasta que su cadáver apareció descompuesto, un mes después, en los manglares de este estero de la bahía de El Chismuyo.

Ciertamente, muchos pescadores evitan faenar aquí porque piensan que está encantado o les puede salir el alma en pena de la finada, pero quienes lo hacen tienen asegurada una buena pesca. Esto animó a Miguel y Quincho. Contrario al método de antaño, cuando los pescadores trancaban los esteros con marea llena sumergiéndose al agua para enterrar las redes en el lodo, ahora, Miguel y Quincho, trancaron “en seco”, esperando que la marea bajara para cerrar el estero de extremo a extremo, casi 200 metros de redes, esperar que creciera de nuevo y una vez en su punto, calculando que los peces han entrado al fondo del estero, unos 20 metros adentro de los manglares, levantaron las redes y se retiraron a un punto de la bahía a esperar que la marea secara de nuevo. Estos son los gajes del oficio, muchas veces, esperar casi 18 horas para darse cuenta que en las redes no hay más que un par de “panchitas”, el pez más humilde de todos. Por eso, los pescadores de antes preferían trancar en marea llena porque en seis horas, que tarda la marea en bajar, salían de la incógnita.

Cientos de familias viven de los ingresos directos e indirectos de la pesca en Alianza, Nacaome, San Lorenzo y Amapala.

“¡JESÚS, HOMBRE!”

Como a las 11 de la noche, los dos amigos regresaron al estero y lo que hallaron en las redes los dejó perplejos. Decenas de peces asfixiados en las propias redes y adentro, en el estero, un banco de peces blancos en escandaloso revoleteo: “Saltaban como caballos, recuerdo cómo pegaban coletazos y el ruido en los manglares”, relata Quincho. “Desde que vi los primeros robalos en las redes, supe que había sido una buena noche”, recuerda Miguel. Yo miraba a Quincho que no reaccionaba. Pienso que le agarraron los nervios. Apenas pudo decirme: “no creo que podamos matar todo este pescado”.

Recoger toda la pesca les tardó más de dos horas. Solo entonces se dieron cuenta de la magnitud de la misma: La lancha estaba llena y casi se hundía, al ras del agua, cuando emprendieron el camino de regreso. Tenían apenas dos horas más para llegar al embarcadero antes que la marea secara, lo que hubiese arruinado el producto a falta de hieleras. Antes de la medianoche, Miguel le había hablado a Rodil Gallegos, el presidente de los pescadores, para que fuera por ellos a recogerlos en su carro pick up en caso de tener una buena pesca. Como se trata de algo rutinario, Rodil se había dormido sin mucho optimismo, pero cuando recibió la llamada a las 4:00 de la mañana y llegó al embarcadero no podía creer lo que sus ojos miraban. Apenas alcanzó a decir, “¡Jesús, hombre!”. La noticia se regó como polvorín en el pueblo y los pescados se vendieron como salchicha caliente a 50 lempiras la libra. Un solo comprador se llevó 400 libras para revenderlas más tarde a diez lempiras más. En total, salieron 500 libras. Todo un récord en este pueblo. Hoy en día, Quincho y Miguel se siguen preguntado si fue cosas de la buena suerte o si el espíritu de la finada Evangelista tuvo algo que ver. Quincho solo recuerda una vez, en los años 80, cuando, junto a otros pescadores locales, sacaron una cantidad similar de pargos, pero esa vez tuvieron que usar un matate y una yunta de bueyes para transportar el pescado. (Eris Gallegos)

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