¿Cabalgan las féminas hondureñas en el corcel de la muerte?

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26 de septiembre de 2021
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12:27 am
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¿Cabalgan las féminas hondureñas en el corcel de la muerte?

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Por: Mario Hernán Ramírez
Presidente vitalicio “Consejo Hondureño de la Cultura Juan Ramón Molina”.

El Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras contra la mujer hondureña, parece que ya se cansó de seguir arando en el mar o predicando en el desierto, ya que nada ha dicho en relación a la última masacre de féminas en este país.

Es raro porque quien maneja esa base de datos es precisamente una dama de alto relieve intelectual; lo anterior se nos ocurre porque no hemos visto en ningún medio escrito algo sobre el particular.

Hasta donde nuestra memoria llega, los últimos dos fusilamientos que hubo en Honduras se relacionaron con el de un tal Jiménez Vargas de origen costarricense, quien asesinó al señor Pedro Gil nacido en España; el otro es el que se ejecutó en la persona de Amílcar Mejía Dormes, el que había asesinado a una joven estudiante de la desaparecida Escuela Normal Central de Señoritas, la que contaba con apenas 15 años de edad, cuya vida fue cegada miserablemente por razones desconocidas, ya que estos hechos abominables como todo crimen, ocurrieron a principios de los años treinta de la pasada centuria; no obstante, lo anterior, todo parece indicar que la pena del fusilamiento fue abolida en Honduras durante la administración del General Carías, con el cambio que sufrió la Constitución vigente en 1936, misma que sirvió para la reelección continuada del “Hombrón de Zambrano”, quien se hizo del poder durante dieciséis años.

Pero bien, hoy vamos a referirnos a la brutal masacre de que fueron víctimas tres jóvenes hermanas en una colonia de la periferia capitalina y ese mismo día otra en San Pedro Sula, pero los crímenes siguieron ocurriendo esporádicamente en el curso de la semana y hasta el momento de redactar estas líneas parece que son siete las preciosas vidas sacrificadas de jóvenes catrachas que posiblemente eran una esperanza para la patria.

Es triste, doloroso y repugnante tener que referirnos en un domingo, que se supone es un día para variar, saboreando lecturas amenas, constructivas y de larga duración en la mente de quienes las disfrutan; el domingo es un día de solaz y esparcimiento para darle rienda suelta a la alegría, felicidad y por supuesto el reposo corporal y espiritual.

Pero las circunstancias nos obligan a abordar este tema lúgubre, siniestro, macabro y repudiable, porque el ensañamiento con que los asesinos presentan a sus víctimas es dantesco, terriblemente cruel y hay que decirlo de una sola vez, estos mal nacidos todo parece indicar que son engendros del demonio, porque en ningún instante para cometer sus fechorías piensan en la madre que los parió, la esposa, mujer o compañera de hogar que alguna vez los acarició, la hermana con la que juguetearon siendo niños o la hija que pudieron haber traído al mundo. Nada de eso existe en la ponzoña de esas almas despiadadas que han agarrado a las mujeres de “ojo de gallo” para seguirlas exterminando, por lo que se hace necesario, urgentemente, que las féminas que ocupan una curul en el Congreso Nacional, redacten algún documento y lo sometan a discusión para que la Corte Suprema de Justicia y el Ministerio Público comiencen a hacer sentir su presencia en el país, adoptando medidas mucho más drásticas contra estos desalmados asesinos de mujeres.

El vaso rebalsó la gota de la complicidad, porque complicidad es no actuar con dureza contra quienes cometen estos ilícitos en perjuicio de nuestras mujeres, dignas por una y un millón de razones más, de respeto, admiración, gratitud y desbordante amor. Son los seres que nos trajeron al mundo para que Dios nos regalara la vida; son las que nos amamantaron, nos consintieron, enseñaron a caminar, a comer y las que sacrificaron sus vidas en aras de nuestra existencia; son las mujeres divinas a las que las almas generosas y los corazones sanos lanzan lirios y rosas a su paso por los caminos de la vida; son a las que les debemos veneración, son en fin a las que por siglos se dijo que no debía tocárseles ni con el pétalo de una rosa.

Este crecimiento descomunal de la población, la falta de leyes y de autoridades vigorosas parece que le ha dado paso al endemoniado proceder de estos que jamás de los jamases debieron asomar al mundo, porque nacieron, crecieron y vivieron como los troncos de esos árboles que si no se les endereza desde pequeños, crecen a la deriva, son asesinos, criminales y mal nacidos a los que deberían capturárseles inmediatamente y someterlos a la justicia de antaño: “ojo por ojo, diente por diente” o aquél otro que “el que a hierro mata, a hierro debe morir”. Solamente así esta infamante cadena de espantosas muertes violentas contra las mujeres de nuestro país podrá frenarse, porque si no la comparsa seguirá su marcha infernal y serán muchas más las mujeres sacrificadas brutalmente, quedando estos crímenes en la más vergonzosa impunidad.

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