LOS NUEVOS TIEMPOS

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26 de abril de 2022
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12:25 am
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LOS NUEVOS TIEMPOS

LOS resultados en segunda vuelta de las elecciones generales en Francia: Emmanuel Macron, 58%; Marine Le Pen, 42%. La primera vez que se enfrentaron en segunda vuelta, en las elecciones del 2017 –Macron, con 66.06%, Le Pen con apenas 33.94%– casi la duplicó en votos. Esta vez en la primera vuelta, la contienda fue ajustada. Macron obtuvo 27.6% y Le Pen logró ubicarse, con 23.4%, en segundo lugar calificando al repechaje. Sin embargo, pese al crecimiento del nacionalismo, fue más bien una suerte para Macron disputar con ella la elección. Sus posturas de extrema derecha ahuyentan a muchos. Sin embargo, ojo al Cristo, este avance de los ultranacionalistas es una campanada de alerta. Macron tampoco tenía la reelección en la bolsa. Varios factores podían jugarle una mala pasada.

Su merma en popularidad en los últimos tiempos hostigado por las protestas callejeras de los llamados “chalecos amarillos”. Una crítica a sus políticas de gobierno como a las medidas para hacerle frente a la pandemia. Algunos sectores lo consideran alejado de los más vulnerables de la sociedad. Y ya en el campo político electoral, las fuerzas de extremos –sus opositores– cada vez más fuertes. Sin embargo, si bien tuvo un mejor desempeño, las encuestas exageraron la amenaza de la ultraderecha. Sucedió que con tal de derrotar el peligro radical, muchas de esas fuerzas eliminadas en la primera tanda decidieron apoyarlo. Así que ubicado en su “centrismo realista” de “apertura al mundo”, se la jugó como punto de confluencia. En medio, entre el extremismo de la derecha y de la izquierda. Desde esa posición consiguió erosionar a los partidos tradicionales, uno de corte conservador y otro socialista. Casi a punto de hacerlos desaparecer, sin el número de votantes que la ley exige para continuar vigentes. Las denominadas “fuerzas responsables”, de un lado del espectro político y del otro, huyendo de los extremos, convenientemente se acomodaron en el centro. No todo es color de rosa. Si al crecimiento de los nacionalistas se le agrega el alto abstencionismo y los votos nulos, la conclusión de los comicios es que la sociedad francesa se encuentra sumamente dividida. La Unión Europea respiró aliviada. Aunque la candidata, una euroescéptica declarada, se retractó de sus amenazas iniciales de abandonar el bloque –siguiendo los pasos del Brexit del Reino Unido– hubiese sido una piedra en el zapato para los europeos.

Así como lo fue Trump mientras sostenía las jáquimas de occidente. Los resultados electorales son mejores noticias para la UE y la OTAN, buenas para Ucrania y malas para Putin. Ahora le toca reinventarse. Tendrá que acomodar las políticas de su nuevo gobierno al interés de un país fraccionado. Debe buscar atraer o siquiera apaciguar a los que no votaron por él. Promete poner en marcha una estrategia para alcanzar pleno empleo en cinco años. Un recorte de impuestos de US$16 mil millones para beneficio de los hogares y las empresas”. (Arranca bien. Considerando que los franceses sin trabajo –contrario a lo que aquí sucede entre el nutrido ejército de desocupados– no agarran en caravanas despavoridos a buscar a los Estados Unidos las oportunidades). Como la invasión rusa a Ucrania ha encendido las bocinas, anuncia aumentos al gasto militar. Para haber iniciado su aventura presidencial lanzando su movimiento político sin respaldo de ningún partido, es símbolo de los nuevos tiempos. Logra repetir, algo que solo habían logrado François Mitterand en 1988, y Jacques Chirac en 2002. (Los nuevos tiempos –agrega el Sisimite– exigen versatilidad, para adaptarse a la nueva normalidad. Ingenio y mucha creatividad. No repetición de las mismas recetas obsoletas ni de modelos fosilizados ya superados).

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