Últimamente me he estado preguntando por qué las mujeres son la mayoría de las estudiantes en clases de arte… al parecer, según muchas fuentes, las mujeres son más “cultas” que los hombres: leen más, asisten más al teatro, museos, recitales, etc. Sin embargo, estas investigaciones afirman que la diferencia porcentual es poca. En mi experiencia particular, la brecha es extrema; son muchísimas más las mujeres que reciben clases de arte que los hombres que lo hacen, y ojo, no hay diferencia por temas de edades, en todos los casos sucede así: adultos, adolescentes y niños. A veces me he cuestionado si esto ocurrirá por el simple hecho de que yo soy mujer y, por ende, atraigo más al público femenino… podría ser una posibilidad, sin embargo, en este momento trabajo con colaboradores varones que dan clases de arte también. Es un poco difícil determinar algunas cosas… entonces, más allá de estudios y porcentajes, voy a hacer un análisis vivencial.
Un colega me contó que a él no le atraía jugar fútbol cuando era un niño, y que ya adolescente cuando le dijo al papá que quería estudiar arte, lo primero que su progenitor le dijo fue: “pero no te gustan los hombres ¿verdad?”, como comprenderán, esta es una suposición bastante machista de nuestra sociedad. También recuerdo haber platicado con muchos compañeros pintores del hecho que, siendo niños, sus padres les decían que si se dedicaban al arte “morirían de hambre” un muy mal presagio para la mente de un niño varón al cual se le viene programando desde pequeño para ser cabeza y sostén de un futuro hogar. Muchos otros cuentan que se les decía: “Ya estás vos perdiendo el tiempo dibujando pichinguitos que no te van a servir de nada en la vida, ¡ponete a hacer algo útil!”. Puedo notar en nuestra sociedad, que la tendencia a “truncar” sueños artísticos proceden más de las figuras paternas a los niños varones.
Yo tengo tres hijos (un hombre y dos mujeres). El mayor (el varón) en cuanto logró sostener un lápiz, comenzó a realizar “obras de arte” hasta en el colchón de la cama. Cuando salía con él, siendo casi un bebé, tenía que llevar en la pañalera, cuadernos y lápices porque si no lo hacía, sabía con seguridad que tendría graves problemas. Su capacidad artística vino acompañada con una gran sensibilidad. El caso es que tanto su padre como yo, siempre lo estimulamos y nunca estorbamos su vocación evidente. Ahora bien; yo me pregunto: ¿Qué hubiera pasado con mi querido y sensible hijo si hubiera caído en manos de personas que lo hubiesen hostigado y minimizado por su inclinación artística? No me cabe la menor duda que hubiera entrado en un estado de frustración y depresión aguda.
Yo soy defensora de la idea que el ser humano es una creación que “de fábrica” trae los elementos y predisposiciones para seguir un camino en la vida. Si fuéramos carros, y nuestro ingeniero nos diseñó para ser vehículos de carrera, ¿cómo nos desempeñaríamos como vehículos de carga? Y visto desde otro ángulo, si nos hubiesen creado para ser camiones de carga pesada, ¿cómo sería nuestro desempeño en una pista de carreras? Ambos casos serían experiencias frustrantes.
Ahora bien, en el tema del arte entran en juego más cosas que una vocación; muchos jóvenes no se dedicarán al arte porque simplemente no es lo suyo, y habrá que aplaudirlos por eso, pero el hecho de cultivar en un hombre la apreciación por la belleza, lo convertirá en un ser más sensible y en un mejor ciudadano, según una infinidad de estudios y experimentos.
Termino citando una frase que en algún momento escuché: “si le das a un hombre un pincel en su infancia, no tendrás que quitarle un fusil en su adultez”.
