BRINDIS POR MARIO VARGAS LLOSA

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29 de enero de 2023
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12:44 am
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BRINDIS POR MARIO VARGAS LLOSA

Mario Vargas Llosa.

Juan Ramón Martínez

Los latinoamericanos, celebramos más a nuestros premios noveles de Literatura que ninguna otra región del mundo. A los que los han recibido – Mistral, Asturias, García Márquez, Neruda, Paz, Vargas Llosa- o a los que se les haya negado, por las razones que sea. No importa. El más mentado de todos, Jorge Luis Borges. O, a Juan Rulfo, Rubén Darío, Alfonso Reyes, César Vallejo, Alejo Carpentier, Jorge Amado, Sábato, Cortázar, y otros. Porque somos el continente de los sonidos, no como Grecia, por ejemplo, que fue la nación de las imágenes. Por ello, tenemos más poetas y novelistas que filósofos, aunque como decía Heidergar, “los dos habitan en la misma cueva”. Al fin y al cabo, tanto la poesía que lo hace filosofía, aquella desde el silencio, de lo que calla, del renglón vacío. La filosofía, desde el espacio de la palabra reposada y la expresión precisa como un dardo pegado en la espalda del tigre de la ignorancia. Por ello, una vez que los declamadores han dejado de ser escuderos de los poetas y estos han tenido que salir de la cueva y enfrentar a los espectadores y a la poesía, esta ocupa un segundo lugar en la literatura, y son los novelistas los héroes de los tiempos modernos. Por ello no es accidental, la fama de Borges -por momentos manipulada y usada con pocos arcangélicos entornos- la admiración hacia García Márquez y la mirada siempre atenta sobre Vargas Llosa. Tanto en lo que dicen en la vida pública, de la política y sobre todo lo humano y mucho más, como ejercen el oficio y de sus obras creativas. Cada uno en su estilo, tiene sus admiradores y sus detractores. El primero, García Márquez, por su inclinada admiración, fijación dicen algunos, hacia el poder. Y el otro, por su arrogancia y dedicación para desmantelarlo, ridiculizarlos y ponerlo bajo los pies de los pueblos. Al fin y al cabo, aunque el uno, el colombiano es intuitivo y el peruano, artesanal, relojero de la palabra, artífice de la dicción y director de los sonidos y las imágenes, en García Márquez, priva la fidelidad a la antigua, típica de los caudillos latinoamericanos. En Vargas Llosa lo que más se aprecia es su voluntad por indagar, avanzar, cuestionar, rectificar y corregir. No solo en la obra literaria, sino que en sus juicios políticos y en su vida. Mientras el autor de Cien Años de Soledad se mantuvo en silencio frente a la deriva castrista, a la que el tiempo la dejó a un lado y la historia la atropelló en forma merecida, fiel a Fidel Castro y a su revolución burocrática, verdadero patriarca de los otoños infinitos; Vargas Llosa por el contrario, en una actitud dialéctica indudable, ha sido crítico incluso de sí mismo y cuando se ha equivocado, ha corregido y con la cabeza levantada, erguido, de pie, siguiendo a Machado, ha continuado “haciendo camino al andar”. Y contrario al machismo latinoamericano, cuando ha caído, o se ha equivocado, ha rectificado y de pie, vuelto a andar. Este dualismo de Vargas Llosa, que muy pocos han apreciado, es el que le ha permitido ser cada vez, otro, sin renunciar al anterior, seguir renovándose, dándonos ejemplos de lo que tiene que ser la vida inquieta: probar, equivocarse, rectificar y volver a probar. Por ello, ha hecho una carrera fecunda, no solo en la novela, sino que en la crítica y también en la política, de forma que solo Octavio Paz de repente, puede ser comparado con esa voluntad suya para hacer de la crítica un instrumento esencial de su vida. Y con un temperamento sanguíneo, se ha atrevido a decir su palabra en libertad y con libertad. Como es natural, se ha equivocado, pero siempre probando su valor e hidalguía que lo acerca al Hidalgo Don Quijote de la Mancha que todos, llevamos dentro. Una rápida revisión de su itinerario vital, ayuda mucho a confirmar lo dicho. Fue marxista y luego se desencantó. Admiró a Sartre y poco a poco, descubrió las costuras y puntadas mal hechas del existencialismo; y se inclinó por la justicia y por su madre, como Albert Camus en su momento. Temprano admirador de la revolución cubana, supo desde muy pronto que se orientaba hacia el mar del totalitarismo; y, dio un paso al lado, negándole su respaldo y haciendo públicos sus desacuerdos, en forma valiente porque Vargas Llosa tiene otro atributo latinoamericano, es un hombre bravo, nervioso y atrevido. Antes que nadie, se atrevió a definir al PRI y sus repetidos gobiernos en México, como “la dictadura perfecta”, lo que le produjo inmediatamente el ataque orquestado de los que, en nombre de la dialéctica, renuncian al ejercicio crítico, sin el cual, aquella deja de ser tal. Y fue mucho más adelante. Mientras todos los literatos abjuran de la política, -con la excepción de Rómulo Gallegos que fuera presidente de Venezuela- Vargas Llosa se atrevió a incursionar en ella; y no fue derrotado por los votos de los peruanos, sino que por los ancestrales prejuicios que mantienen a esa sociedad, como a muchas otras, atrapada en el obscuro pasado, de donde posiblemente nunca saldrá. Y es que Vargas Llosa, mucho más que Neruda que solo prestaba el nombre para que desde su figura preclara se hiciera campaña política, Mario Vargas Llosa que tiene el mérito de cultivar la palabra, la dicción hermosa y el juicio certero en oraciones determinantes, se lanzó a la vida política, a pecho descubierto. Y una vez derrotado en una campaña innoble, desde antes y después, ha ejercido la crítica política con enorme valor, defendiendo de frente sus convicciones y sus posturas.

Una vez le escuche en Córdoba, Argentina, respondiéndole al presidente de México, Manuel López Obrador, -que había exigido días antes que el Rey de España pidiera perdón por la conquista de México- en una pieza oratoria demoledora, de frases corrosivas, de las mejores que he escuchado en mi vida que, confirmaron sus variadas lecturas, sus conocimientos profundos de la teoría política y sus posturas en favor de la libertad y la democracia. Solo emparentado, por la fuerza de su verbo y los colores de su retórica extraordinaria, con Haya de la Torre, Alan García, Ramón Villeda Morales, Joaquín Balaguer y Juan Bosh.

Conocí a Mario Vargas Llosa en Tegucigalpa. Vino, invitado por la UPN, a brindar una serie de conferencias. Ramón Salgado, su rector me lo presentó. Solo nos dijimos, mucho gusto. Después, siendo el miembro titular de la RAE, de la que soy socio correspondiente, nos hemos visto en varias oportunidades y conversado como buenos amigos. La última vez en Sevilla, en la oportunidad en que, junto a Juan Cruz, ofreciera un inteligente diálogo por los cincuenta años de “Conversaciones en La Catedral”, una de las grandes novelas de Vargas Llosa; y sin duda, de las mejores de lengua castellana que se habla y se escribe de este y del otro lado de la mar Atlántida. En esa oportunidad, nos abrazamos fraternalmente, como dos buenos amigos que se dispensan cariño y respeto mutuo. Porque debo confesar que le respeto como escritor, a quien considero el mejor novelista vivo del mundo hispánico y de la tierra, respeto en alto grado sus opiniones sobre el liberalismo, la democracia, la libertad y la tolerancia como formas de vida civilizada; y, me admira mucho su valentía para enfrentar a los molinos de viento, con lanza en ristre, honrando al lúcido y enajenado -no es una contradicción- don Alfonso Quijano, en sus momentos de gloria, conocido como el Quijote de la Mancha. Valoro sus aciertos y sus errores en política y discuto con él cuando nos vemos, sobre el tratamiento que les da a algunos de sus personajes en sus novelas. Y más me impresiona, porque no se niega a ninguna discusión, en nombre de las buenas costumbres o las conveniencias.

Ahora que la Academia Francesa -“la de los inmortales”- le ha hecho miembro, tengo el placer de agregar otro motivo más de orgullo y satisfacción. Aunque mi generación, adormilada por las burbujas de la “cocacola”, había dado la espalda a la lengua y la literatura francesa, ya no pude caminar junto Valery, Dumas, Verne, Sartre, Proust, Baudelaire, Verne, o Heine, sé cuánto le debemos los latinoamericanos a esa lengua que Darío, genialmente emparentó y que aquí, cultivaron Molina y Turcios con ejemplar simpatía y admiración. Por ello, en esta hora, brindo por Mario Vargas Llosa, el compañero académico, el laureado escritor, el valiente analista y al admirado compatriota, hermano en la lengua de Cervantes y compañero en todas las estrellas de Óscar Castañeda Batres y Neruda. ¡Buena!, Mario Vargas Llosa.

El camino es corto y estrecho; pero todavía tú lo puedes andar, con el bastón de tus alegrías y la fuerza de tus convicciones, que te permiten aprender de tus errores y como relojero hábil, echar andar, cada vez que lo quieres, los mecanismos aceitados de la vida personal y de tus lectores, entre los cuales se encuentra este “académico de Tegucigalpa”, como me califico satírico, disgustado y con hiriente disgusto colonial, una noche en la RAE, Xavier Marías.

Tegucigalpa, 21 de enero de 2023

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