El sueño del bachiller Soto Fiallos

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21 de enero de 2024
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El sueño del bachiller Soto Fiallos

Máximo Soto Hall.

Ilustración y Neoclasicismo en la génesis de la Universidad

(1/2)

José D. López Lazo

Máximo Soto Fiallos, 19 años, bachiller por la Universidad de León, Nicaragua, exalumno del padre José Trinidad Reyes, miembro de una familia de mineros-hacendados muy pudientes de Tegucigalpa, hoy, 14 de diciembre de 1845, en la llamada Casa Morazán, espera expectante como en una cita de amor: este día toma forma su gran visión. Hoy se planta la semilla de su gran sueño educativo.

Contrario a la mayoría de los sueños, este se le reveló despierto.

Después de un baño, como Arquímedes, tuvo semejante “rapto racional”, como decían los ilustrados del XVIII. La epifanía se le ha revelado como Sociedad del genio emprendedor y del buen gusto, un “nombrón” eufónico que conceptualmente quiere besar el cielo. Tal, el ardor, la utopía. La urgencia.

La concepción de ese sueño es suya, aunque después su maestro, y los que vinieron luego, lo hayan hecho realidad. Muchos años después su compañero en la luminosa aventura, Alejandro Flores, pone los puntos sobre las íes: “Los discípulos de Latinidad que tuvo el Padre Reyes, fueron Casiano Funes, Leandro Carías, Lorenzo Motiño, Pedro Chirinos, Agapito Fiallos, Máximo Soto y Alejandro Flores, siendo Máximo el iniciador del gran pensamiento y el que formuló el reglamento del primer plantel literario con el nombre de Sociedad del genio emprendedor y del buen gusto. Más tarde regresó de León el joven Yanuario Girón, que fue a estudiar sin haber sido discípulo del Padre Reyes (…), ofreció sus servicios en la enseñanza de la Gramática Latina, (subrayado mío). (Citado por Juan Valladares Rodríguez, en Girón, 1968, pp. 198-199).

Soto Fiallos ha interesado poco a la historiografía nacional. En sus páginas aparece (allá, al fondo) por dos hechos diversos, pero notables: la ya aludida fundación de la Universidad Nacional de Honduras y la paternidad del gran referente de la Reforma Liberal hondureña, Marco Aurelio Soto, y allá lejos, muy lejos, por ser también el padre del escritor guatemalteco, Máximo Soto Hall, a quien al parecer nunca conoció por su prematura muerte a los 44 años. Según el historiador Ismael Zepeda Ordoñez había nacido en 1826, (Zepeda Ordoñez,2003, p.117). El Bachiller -merece quedarse con la mayúscula de antaño- escribió demasiado poco y de su vida en Guatemala poco se sabe; no obstante, su transcurrir vital a mediados del siglo XIX es un incitante texto que invita a leerlo, a dialogar.

Una vida demasiado corta, pero bien intensa como se acostumbraba en aquellos tiempos de nuestros tatarabuelos. En ambos hechos citados, como se dijo, el Bachiller aparece opacado por esos dos avasallantes soles de la historia nacional que son el padre Reyes y su hijo presidente Marco Aurelio Soto.

En esta fecha inaugural de la Sociedad del genio emprendedor y del buen gusto, la República de Honduras tiene apenas seis años de caminar torpemente sola. Tegucigalpa tendrá entre 9 y 10,000 habitantes ( Squier, 2012, s/n ) y Soto Fiallos es apenas un muchacho al que los sueños por seguir estudiando lo están desesperando, ( y no es un precario entusiasmo juvenil, años después el Bachiller será un abogado distinguido y un notable médico, caso único en la época, un prestigioso diplomático; también, como era ley en la familia Soto, un acaudalado minero-hacendado-comerciante-prestamista, junto con su hermano Juan José).

Honduras, como naciente Estado, apenas tiene forma y dirección; en Comayagua está el Gobierno, pero Tegucigalpa lo quiere para sí; aventaja a la primera por tener una élite más pudiente, más liberal, como dice Dionisio de Herrera, y sobre todo más letrada; por consiguiente, con un poquito más de conciencia de sí: de lo que es y de lo que quiere…

Invasiones externas (el coronel Vicente Domínguez invade Honduras en 1832), guerras entre federales, con Morazán a la cabeza, y separatistas, liderados por Ferrera ( 1839, con la derrota final de Morazán en Guatemala en 1840), guerras internas (en Honduras, los Texiguats se sublevan contra el presidente Ferrera en 1844, quien termina fusilando a uno de sus líderes en 1845, el expresidente Joaquín Rivera), pestes (el cólera morbus aparece en 1837), ignorancia, supersticiones que datan de la larga noche colonial (las cenizas que despide el volcán de Cosigüina en Nicaragua en 1835 son “interpretadas¨ como la señal del Juicio Final), y pobreza, mucha pobreza, lo poco que entra al Gobierno es para la milicia. Es mucho lo que hay que hacer y el Bachiller no quiere empezar por donde han empezado otros…

Ante un periodo de crisis, dicen los expertos, búsqueda de salidas en las fuentes primigenias, es decir, retorno a los clásicos, a la utopía; frente al caos en Latinoamérica en el siglo XIX, la versión ilustrada, coinciden los estudiosos. Pedro Henríquez Ureña señala al respecto: “Se olvida fácilmente que todo momento de crisis también lo es de creación. ¿Hacia la utopía? Sí: hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía no es un vano juego de imaginaciones pueriles (…). El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de cómo vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección”. (Zea, 1993, p.386).

Una invasión a Nicaragua del general salvadoreño Francisco Malespín ha provocado que Soto interrumpa sus estudios y regrese a Tegucigalpa con un grupo de amigos en igual situación. Al no haber universidad en Honduras, Guatemala y Nicaragua son los destinos más próximos para los que quieren y pueden cursar estudios superiores. Los profesionales con estos estudios son ya una inaplazable necesidad para la naciente República y para la “liberal” Tegucigalpa, porque Honduras necesita organización y dirección, Honduras necesita salir del estatismo colonial y de la crisis. Unas dos décadas antes, Dionisio de Herrera, nuestro querido Herrera, como desde las profundidades de un hondo vacío existencial, se lamenta: “En todo el septentrión no hay pueblo más quieto que Tegucigalpa. No hay país en el mundo donde haya más apatía, más pereza en los negocios y menos espíritu público que en Honduras. Yo rabio; he hecho el sacrificio de mi salud, de mi reposo, de mis inclinaciones y de mis intereses, pero Honduras necesita muchas palancas para moverse”, (Citado por Oquelí, 1989, p.12).

Los sueños están hechos de aire que se volverá viento
Pasado, presente y futuro se encuentran y se abrazan en la visión del bachiller; en primer lugar, alza las columnas de su sueño desde lo que le precede: la tradición intelectual que poseía un hondureño ilustrado es la tradición española: Sociedad del genio emprendedor y del buen gusto, tres sustantivos, tres conceptos, tres símbolos (que hay que interpretar porque tienen un plus de sentido) de la Ilustración española, (que los ha tomado a su vez de la vecina Francia), y de la tradición clásica europea que, una vez trasplantados a estas tierras, adquieren nuevos contenidos. Se vuelven estrategia social fundacional ante el desolado entorno del bachiller, y él no quiere comenzar por donde han fracasado otros… Aquí, ahora, a la vista está, ese “pueblo quieto”, “perezoso en los negocios públicos”, “apático”, “sin espíritu público”, que exaspera al noble Herrera. Y el ideal de Soto, como todo ideal, está “preñado de futuro”.

El hombre es un emisor de símbolos, dice Octavio Paz. En el devenir histórico reelabora conceptos-símbolos concebidos en el seno de una cultura, es así como el Bachiller re trabaja conceptos-símbolos de la tradición española y occidental para su proyecto personal, familiar, grupal o nacional. Conceptos-símbolos que son de la Península, de la cual ya no se depende políticamente, pero sí intelectualmente, “literariamente”, como se decía en la época, y en el sentido amplio que tenía en aquellos años: literario: lo que pertenece a las letras, ciencias o estudios, (Sebold, 1985, p.15). En relación con lo anterior, Ramón Rosa vierte un criterio que se puede aplicar a la mayoría de las repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX: “En la escuela literaria española hemos formado los americanos nuestros recuerdos, nuestros gustos, nuestras ideas, nuestras aspiraciones, todo lo que constituye nuestro sentimiento íntimo”. (Citado por Ramón Oquelí, 1997, p.136)

En el símbolo, apunta Víctor Turner, “lo personal se imbrica con lo social y lo privado con lo público” (Citado por Weinberg, 1995, p. 172). Asimismo, en él subyacen relaciones entre campos culturales (en este caso, entre España y su excolonia), y lo más importante, relaciones de poder. También, sabemos, el hombre clásico eleva su experiencia personal a categorías universales (pienso en “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique en donde la desoladora experiencia de la muerte se proyecta a todos los humanos a partir de la tragedia personal del poeta), solo así un trabajo tendrá validez artística o intelectual. Soto es un ilustrado de cepa clásica (yo diría, clásica grecolatina), que le habría llegado por el padre Reyes o por la Universidad de León, o por ambas vías, y sus conceptos-símbolos nacidos de su situación particular trascienden su ciudad…, buscan utópicamente hermanar su pueblo con lo universal, están concebidos haciendo abstracción de las condiciones históricas específicas de su entorno, por que la Ilustración sostenía que la Razón, y todo lo que ella conlleva, es una sola para todos los hombres.

Es uno de los primeros en Honduras en visionar el nacimiento de la Nación hondureña emparentada con lo universal; a través de su proyecto educativo soñó con igualar a su pobre Tegucigalpa, que a veces se confundía con el País, al nivel de desarrollo de otras naciones, desde su humildísima academia de Latín y Filosofía hasta el nivel de los demás pueblos del orbe. Una empresa quijotesca en donde los gigantes sí son reales…

Muchos años después, Ramón Rosa, en su Biografía del padre Reyes, explicitará el nacimiento de aquel texto simbólico: “El Doctor Don Máximo Soto me refirió hace 20 años, que, después de salir del baño de la ya aterrada posa (sic) de El Tabacal, en el Río Grande, o sea Choluteca, que desagua en el Pacífico, ocurrió a él y a sus compañeros, fastidiados por la inacción, fundar la Academia de estudios y comunicar el pensamiento al Doctor Reyes, para que le diese vida y prestigio con su persuasiva palabra y autorizado nombre”. (Rosa, 1905, p. 24). Y el padre Yanuario Girón, incorporado al proyecto de Soto, matiza el hecho así: “Tuvimos que volver a Tegucigalpa donde nos encontramos sin ocupación alguna y sin poder continuar con nuestros estudios. Para aprovechar el tiempo nos convenimos los señores Don Máximo Soto, Don Alejandro Flores, Don Miguel Antonio Rovelo y el que esto escribe, en reunir algunos niños para establecer clases de Gramática Latina y Filosofía bajo los respetos y autoridad del Padre Reyes”. (Girón, 1968, p. 33)

A partir de ese momento, personal, privado, (inacción, inercia, apatía), el Bachiller propone –generosamente- a través de estos conceptos-símbolos estratégicos, socialmente hablando, su ambiciosa visión, en la que tendrán cabida muchos, en la que tendremos cabida miles…, aunque en sus inicios la haya concebido para él, sus “pares”, es decir, su minúscula élite, y su comunidad; así, lo privado y personal empalman con lo público y lo social, respectivamente. Un proyecto de construcción nacional desde la educación, teniendo a España como referente. Debió sentir la desesperación del que tiene hambre de conocimientos, “en aquel Real de Minas compuesto por un pequeño conglomerado de rústicos, zafios e iletrados, en el cual era muy difícil de ejecutar el concepto de despotismo ilustrado que Feijoo expone con carácter científico y Jovellanos en el plano de lo político”, afirma, duramente, la historiadora Leticia de Oyuela, (Oyuela, 2020:54).

Tal vez un poco injusta. El Bachiller Soto manejaba – desconozco hasta qué grado de profundidad y conciencia- esos conceptos ligados a la Ilustración española, que están latentes y patentes en estos tres conceptos mencionados y que a continuación desarrollamos.

SOCIEDADES
Poseen una historia larga antes de aclimatarse en la España ilustrada de Carlos III. Tenían un propósito de información, discusión y divulgación científica, intelectual, artística, literaria, etc. entre miembros distinguidos de la sociedad, casi siempre al margen del poder y de las universidades, que se habían quedado rezagadas en el quehacer científico e intelectual. Las Sociedades ya habían pasado de la observación a la experimentación en el campo científico. No solían tener cursos regulares como los de las universidades o colegios, había enseñanza, pero solo entre “pares”, todos con un “capital” científico y cultural considerable que compartían entre sí, para luego “bajarlo” al pueblo: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, era la máxima del absolutismo ilustrado español, donde las Sociedades eran columna fundamental: “La ciencia durante la Ilustración estaba dominada por las Sociedades Y Academias científicas, que habían reemplazado en gran medida a las universidades como centros de investigación y desarrollo científicos. Las Sociedades y las Academias también eran la columna vertebral de la profesión científica (…) y surgieron como creadoras de conocimiento en contraste con la escolástica de la universidad”. (http/s://academia-lab.com/enciclopedia/ilustración).

Luego evolucionan a Sociedades de Amigos del País que ya tenían propósitos más pragmáticos como apoyo a la agricultura, los oficios, publicación de textos con fines educativos, entre otros. En Honduras lo que más se les parece son las Tertulias Patrióticas que promovió Dionisio de Herrera, y que tenían por objetivos la discusión de las nuevas ideas políticas y el estudio de la Constitución federal, con los pobres resultados ya aludidos por Herrera.

El Bachiller soñaba alto, muy alto. En su comunidad con pretensiones de centro político y administrativo de la República no había gobierno que le patrocinase, ni ciudadanos con “espíritu público”, entendiendo esto como la percepción y la pasión por el bien común y que Dionisio de Herrera columbraba a distancia harto remota, de ahí que no hubiera conciencia de lo estratégico que sería la universidad. Entonces, no había universidades con quien rivalizar a la hora de hacer ciencia, no había nobles ni distinguidos hombres de ciencia con quienes informarse, debatir, compartir: no había ciencia. Solo él, sus amigos, uno que otro profesional secular, que había estudiado fuera, y muchos sacerdotes, ilustrados unos; escolásticos, otros, pero con sobrada experiencia y voluntad para la cátedra.

¿Qué quiso rescatar de este concepto-símbolo europeo? ¿Los nuevos saberes que implicaba y que se necesitaban para estructurar su proyecto? ¿El carácter elitista? ¿Educar a ese pueblo “rústico, zafio e iletrado”?. Todo, indudablemente. Y más. Los ilustrados utilitaristas estaban por el estudio de las ciencias y los conocimientos que fuesen útiles al hombre y a la sociedad. Soto, como miembro de una familia acaudalada, alentaba muy dentro de sí esa nueva educación, llena de conocimientos útiles, para dar el salto a un capitalismo más desarrollado, pero también quería representatividad y liderazgo social de él y su pequeña élite letrada (con el padre Reyes a la cabeza) frente a los proyectos federal y conservador que solo habían servido para asolar aún más a la novel República con sus continuas guerras. Con alta lógica y fino discernimiento, en la Oración fúnebre por la muerte de su Maestro en 1855, Soto exige un lugar preponderante en el panteón heroico de la Patria para los hechos y la memoria del recientemente fallecido padre Reyes, ante “otros hechos de más pompa que utilidad”: “No confundamos la magnitud de este genio bienhechor que es el blasón, es el honor de nuestra sociedad: no nos deslumbre el brillo de otros hechos de más pompa que utilidad, hechos que verdaderamente excitan, conmueven y arrastran la admiración, pero que son al mismo tiempo, el azote del género humano; hechos que en vez de aplausos, merecieran mejor la compasión”. (Durón, 1996, p. 195).

Soto Fiallos pide para su Maestro la representatividad social de prohombre de la Patria que se le está adjudicando a los hombres de armas que “arrastran la admiración” por sus acciones guerreras, pero que “al mismo tiempo eran el azote del género humano”. Está señalando otro modo de ver su momento histórico en el cual las guerras federales y el fenómeno del caudillismo volvieron a fijar un lugar importante al carácter militar de las figuras heroicas, en ruptura con los “sabios” de la independencia. La memoria de estas figuras heroicas era percibida como la única historia que valía la pena conmemorar, (Lacaze, 2022, p. 125). Por esos años se había adjudicado el título de Benemérito de la Patria, o parecido honor, a Morazán, Ferrera, Guardiola, Cabañas, todos caudillos militares. Soto Fiallos desafía las versiones oficiales y las deja en entredicho: la única historia que importa conmemorar es la de este sacerdote “bienhechor” que acaba de bajar a la tumba. Y en el padre Reyes, más allá, un proyecto, un grupo al margen del poder político que exige representatividad social y liderazgo político.

Sutilmente, en la penumbra de todo texto, relaciones y luchas de poder.

GENIO
Según la teoría clásica, genio es una aptitud que transforma al hombre en un ser distinto, superior a los demás hombres en el momento de la creación. El genio es potencia creadora de la inteligencia, mediante la imaginación y la sensibilidad, esto aplicado principalmente a la creación artística.

Joan Corominas en su Diccionario Etimológico nos dice que antiguamente equivalía a “la persona misma, su personalidad”; ya para 1580, el español Francisco de Herrera, definía la palabra “genio” como “virtud específica o propiedad particular de cada uno que vive”, Antonio de Nebrija lo define como fuerza interior del ánimo con que muchas veces inventamos lo que de otra no aprendimos, posteriormente para los franceses es grande ingenio, fuerza intelectual extraordinaria, acepción que se extiende a otros idiomas en el siglo XVIII, admitida por la Academia ( española) ya en 1784, pero empleada en España por lo menos desde principios del siglo XIX, (Corominas,Vol.III,1984, p. 143).

En la Honduras del XIX conviven la acepción “antigua” (“la persona misma, su personalidad”, yo agregaría, su carácter, su temperamento), y la francesa (“grande ingenio, fuerza intelectual extraordinaria”). El padre Reyes en la pastorela Olimpia escribe estos versos en donde está explícita la primera acepción: “No olvidéis la zampoña ni la flauta/ ni llevéis de los músicos el genio/Que no quieren tocar cuando los ruegan, / y aburren cuando debe haber silencio”. (Reyes, 1996, p.148).

Pero en el ensayo Ideas de Sofía Seyers, al exponer lo que podría hacer una mujer libre del patriarcalismo y de ciertas banalidades mujeriles, nos da el siguiente ejemplo en donde es patente la segunda acepción: “Y no es difícil quien (…) se lance a alcanzar el vuelo de los genios pintores, describiendo las costumbres y paisajes de los pueblos”. (Durón, 1996, p.178).

Siempre con esta acepción, el mismo Soto en la Oración fúnebre proporciona otro ejemplo: “Le fue preciso luchar y vencer todos los obstáculos, y remontarse, con su genio universal, sobre todos los inconvenientes de aquella época”. (Durón, 1996, p.192).

En estos dos últimos ejemplos, la idea de genio es la de alguien que se eleva por el común de los humanos, que vuela a inasibles alturas mentales por su ingenio, por su “fuerza intelectual extraordinaria”. Esa acepción de genio es la que adopta el Bachiller.

En esta Tegucigalpa de 1845, en la que se tiene que construir prácticamente todo, se vislumbran “genios” y talentos, como él y sus amigos, pero inactivos, pasivos, “fastidiados”…Al agregarle el adjetivo “emprendedor”, la palabra genio se torna pragmática, social, útil, como querían los ilustrados utilitaristas, un genio que paradójicamente tiene que caminar en tierra, “emprendiendo” junto a los hombres comunes, muy diferente al genio romántico, que ya estaba demandando representatividad, nacido para elevarse y surcar y vivir en inasibles mundos, como un vate, un demiurgo o una “torre de Dios”.

El concepto de genio del Bachiller conserva su elitismo, pero un elitismo con proyección social, una metáfora de lo que él y sus amigos están haciendo, desde la “genialidad” y con iniciativa social; esto implica fundación y actuación; creación y movimiento; descubrimiento y dinamismo. Descubrir y hacer como dos operaciones simultáneas. Una proyección subliminal de lo que quería la pequeña élite letrada en la que Soto tenía un lugar sobresaliente. Asimismo, lo que exigía la crítica situación de la República. También, crear y propagar el conocimiento desde arriba, como era de rigor en el absolutismo ilustrado, desde ese palacete del conocimiento que sería la Sociedad. “Genio emprendedor”, en el fondo una paradoja que Soto armoniza, concilia, en su ideal porque es lo que pide la terrible situación actual.

José Cecilio del Valle (Valle,…) pondera al Sabio como “el más grande en la escala de los hombres”, el Bachiller Soto está consciente que aquí no se llega a tanto, quizás intuye, que antes está el genio, y que este por sí solo no basta, necesita cultivo, estudio o sea buen gusto, paso necesario para dar el salto cualitativo a Sabio, el encargado de realizar la gran construcción social ilustrada, el arquitecto del armonioso edificio clásico.

BUEN GUSTO
Una noción ilustrada con una larga evolución semántica. En el siglo XIX fue un concepto fundamental para la Ilustración. Imprescindible para lograr sus propósitos de cambio social. Cada país lo prohijó según sus necesidades e intereses.

La España y Francia ilustradas se han disputado, a veces con aspereza, en el siglo XVIII la paternidad de este concepto, lo cierto es que al Bachiller le llegó a través de España como bien lo afirma Rosa. Juan Pablo Forner, un escritor español de la época ilustrada nos dice: “La expresión buen gusto nació en España, y de ella se propagó a los países mismos que teniéndola siempre en la boca e ignorando de donde se les comunicó, tratan de bárbara a la nación que promulgó con su enérgico laconismo aquella ley fundamental del método de tratar las ciencias”. (Juan Pablo Forner, citado por Teresa Quiros Almendros,https://studylb.es/doc/6236525/el-pensamiento-ilustrado-en –la-literatura-del-siglo-XVIII, p. 3).

A lo largo del siglo XVIII, importantes teóricos españoles como Baltazar Gracián e Ignacio de Luzán reelaboran y enriquecen el término: “Baltazar Gracián hace suya esta expresión (…) y le da gran desarrollo (…) y toma la palabra gusto, significando una facultad humana del juicio, más especial que este, una aptitud que discierne exquisitamente cualidades y defectos relativos al agrado o desagrado, y que es fundamento de toda discreción, guía para todos los aciertos del vivir”.

Hasta el siglo XVIII, la expresión Buen Gusto se había limitado al plano de las consideraciones estéticas (en relación al agrado o desagrado que nos producen las cosas, además del aspecto práctico-moral que Gracián le otorgaba), (Quiros Almendros, (https://studylb.es/doc/623652), p. 34).

Un poco después, Ignacio de Luzán, también retoma el concepto y lo enfila contra el Barroco: “Desde el mundo literario y a partir de la publicación de la “Poética” de Luzán de 1737, el buen gusto empieza a ser entendido como una expresión que se opone a la estética barroca: “Desde entonces empezó a faltar en España el buen gusto en la poesía y en la elocuencia, y exceptuando algunos que supieron preservarse de la común infección, todos los demás dieron en seguir a ciegas el estilo afectado y cargado de metáforas, de hipérboles y de conceptos falsos con tanto exceso, que muchos por imitar a don Luis de Góngora consiguieron aventajarse en los defectos, sin llegar jamás a igualarse en sus aciertos”. (Citado por Quiros Almendros,(https://studylb.es/doc/623652), p. 5). (CONTINUARÁ)

 

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