El sueño del Bachiller Soto Fiallos (2/2)

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28 de enero de 2024
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El sueño del Bachiller Soto Fiallos (2/2)

Edificio donde funcionó la Universidad Central de Honduras.

(Ilustración y Neoclasicismo en la génesis de la Universidad)

José D. López Lazo

Y de la valoración estética, esta noción se ensancha hacia todo lo que es creación intelectual: Una de las cuestiones más importantes en torno a la evolución semántica del concepto, es la extensión que experimenta desde el ámbito de la apreciación estética al intelectual (…). Ahora el sentido de buen gusto comprende todos los saberes y ciencias, como un noble y exquisito discernimiento que permite diferenciar lo mejor en el orden intelectual. (Quirós Almendros, p.6).

Buen gusto entonces, como “una facultad humana de exquisito discernimiento”, “guía del buen vivir”, “agrado o desagrado que nos producen las cosas” a partir de ese “discernimiento exquisito”; luego como oposición a la estética barroca, a su falta de naturalidad, claridad, mesura y decoro. Y finalmente como “un noble discernimiento” que valora lo mejor y/o lo peor de un trabajo intelectual.

Hasta aquí subyace en ese “exquisito y noble discernimiento” cierta valoración elitista, de censura -contra un supuesto “mal gusto”- asumido contra algunas literaturas, empleando el término literatura en el sentido de Bellas Letras, recordemos que para los neoclásicos del XVIII todos los conocimientos plasmados en letra impresa susceptibles de estudio son literatura, todo lo relativo a los estudios era literatura, cuando en la época se habla de “establecimiento literario”, equivale a establecimiento de estudios o como diríamos hoy, establecimiento educativo, para la literatura como creación en el sentido estricto de la palabra se usaba la expresión, “bellamente” maniqueísta, Bellas Letras; aunque, poco a poco se iba abriendo camino el concepto de literatura como creación con la llegada de los románticos.

El matiz censor del concepto de buen gusto es evidente, por ejemplo, en Argentina, en donde, partiendo de las obras dramáticas, tiene una marca de censura moral, ideológica y política, y en vez de España, Francia:

Fue fundada la Sociedad del Buen Gusto del Teatro. El acto oficial de su fundación tuvo lugar el 28 de julio de 1817, cuando el gobierno estaba a cargo de Juan Martin Pueyrredon, el prohombre público ilustrado (…).La característica ideológica de esta Sociedad está dada por el Reglamento Provisional (….), cuya esencia iluminista se manifiesta a través del rechazo de la literatura dramática del siglo XVII (…) de gusto corrompido y la exaltación de la dramaturgia del siglo XVIII, representada, entre otros por Voltaire. (Lewin, 1980, p. 73).

Dentro de la misma Ilustración el concepto conlleva diversas acepciones, ya que es portador de estrategias sociales igualmente diversas, como se dejó apuntado.

El concepto se amplía aún más, y de los ámbitos estético e intelectual pasa a significar “afición al estudio, las letras y las ciencias”, trascendiendo así el ámbito estético:

Buen gusto ya no quedaba reducido a la capacidad de discernimiento intelectual, sino que había llegado a hacer referencia a la afición al estudio, las letras y las ciencias. Es por ello que lo más común es encontrarnos la expresión acompañada de un complemento preposicional que denomine el objeto de la afición:

El buen gusto de la Nación en las ciencias y artes

El buen gusto de los estudios

El buen gusto de la literatura, (subrayado mío) (Quiros Almendros (https://studylb.es/doc/623652), p. 9).

El padre Yanuario Girón en su biografía del padre Reyes inserta un fragmento que nos señala palmariamente que esta acepción era la que se utilizaba y necesitaba en la Honduras de la época:
Su padre don Felipe Reyes, es uno de los mejores músicos que ha tenido Tegucigalpa, le enseñaba el bello arte de la música, a cuyas lecciones correspondía el niño con su talento musical, con su aplicación y buen gusto, que desde entonces tuvo por la filarmonía, (subrayado mío) (Giron,1968, p. 11).

O sea, la afición al estudio que desde entonces tuvo por la filarmonía.

A mediados del siglo XIX, en Europa y otros países, genio y buen gusto eran términos antagónicos, objeto de fuertes debates, en el campo estético; los neoclásicos, sin descartar la necesidad del genio, hacían prevalecer el buen gusto para crear obras artísticas perdurables y los románticos se aferraban a lo sublime del genio. Al no existir esta tradición literaria en su Patria, el Bachiller se evitó el problema e hizo coincidir los dos términos en su proyecto. Como en el caso del “genio emprendedor”, otra paradoja que armoniza dos nociones estéticas opuestas, ahora y aquí hermanadas e instrumentalizadas en el campo de las ideas para un proyecto educativo.

En este reciente Estado, urgido de educación, de profesionales que le den vida, el concepto de buen gusto no podía ser una convención literaria contra el barroco, la provincia hondureña era muy ajena a tales discusiones y debates artísticos e intelectuales por razones obvias. Nacida a la vida independiente (de España, de México, de la Federación), el concepto de buen gusto del Bachiller es una propuesta social tendiente a construir un Estado desde el estudio, desde la educación, como ya se dejó anotado. El momento de la fundación de la Sociedad del genio emprendedor y del buen gusto coincide con el período histórico conocido como el de “la anarquía”. La educación, las ciencias, el saber; los profesionales que organicen y den orden y dirección a esta República en crisis es la prioridad, porque “ante el caos en Latinoamérica en el siglo XIX, la versión ilustrada”.

Si entendemos buen gusto como afición al saber, el grado de cultura y progreso de un pueblo se sabrá por medio de este parámetro, que, además, fue entendido como una capacidad que puede ser fomentada e inculcada, tarea que se propuso la Ilustración, (Quiros Almendros, p. 9).

“Afición al estudio, a las letras y a las ciencias” como una “capacidad que puede ser fomentada e inculcada”. He ahí diáfanamente lo que el Bachiller quería para su proyecto educativo ilustrado.

Soto desliga esta definición de cierto matiz refinado y hedonista que tiene en Europa y que es patente en el reiterado uso de la palabra “afición”, aquí sería mucho más que eso: sería pasión por el estudio de las letras y de las ciencias útiles al proyecto de hombre y sociedad que pretende la Ilustración; “letras y ciencias” con aplicaciones prácticas, redituables socialmente hablando, por eso elogia, por ejemplo, las matemáticas. Al recordar la vida de su maestro dice:

Buscó también y supo encontrar las verdades profundas de las Matemáticas, de esta ciencia bienhechora del hombre, pródiga en descubrimientos útiles y no de conjeturas, (Durón, 1996, pp. 192-193).

Indagar a profundidad las ciencias para encontrar en ellas lo útil, “lo bienhechor”, empleando un humanísimo término cristiano. Los ilustrados utilitaristas asemejaban el bien, lo bueno, con lo útil al hombre, a la sociedad. John Tate dice al respecto:
Las ciencias se conciben como algo importante solo en la medida en que se deriva de las mismas un beneficio inmediato y práctico para la sociedad (Citado por Zelaya, 2014, p. 33).

Jeremías Bentham, el utilitarista inglés que se carteaba con Valle, sostenía que debe existir la máxima felicidad del mayor número posible de individuos. Uno de los medios fundamentales para promover esa felicidad se encontraba en la educación universal, (Citado por Zelaya, 2014, p. 87).

Lamentablemente, hay una enorme distancia entre lo soñado y lo real. ¿Excesivo idealismo juvenil? Hay algo de eso, pero el Bachiller nunca estuvo equivocado en su visión. No había una base social para lograr su sueño, cierto, pero las utopías nunca son para el presente inmediato. El Real de Minas de mediados del siglo XIX estaba lejos de esa visión, pero también el Real de Minas urgía de la realización de ese proyecto.

Por eso, el nombre primigenio estaba condenado a tener poca vida, no así su espíritu. Años después, su sobrino Ramón Rosa, en su Biografía del padre Reyes, dice, sin suavizar palabras, como era su estilo, que el nombre “a la verdad era impropio y hasta pedantesco, aplicado a un establecimiento literario constituido para la enseñanza del Latín y la Filosofía”, (Rosa,1905, p.24).

Este duro juicio persistirá en importantes estudiosos de Reyes y de la Universidad en el siglo XX, como Humberto Rivera y Morillo (“José Trinidad Reyes Sevilla”) y Agustín Alonso (“La Universidad a través de la primera centuria”).

Pero, como en casi todos sus duros juicios, Rosa lleva razón en muchas cosas. Apenas tres meses después de aquella noche mágica para el Bachiller, la Cámara de Representantes del Estado hondureño pronuncia su apoyo al proyecto, no así al nombre; de esta manera: declara su protección al establecimiento literario de Tegucigalpa, el cual tendrá por nombre Academia literaria de Tegucigalpa, (Reina Valenzuela, 1976, p.37).

Al institucionalizarse su sueño queda claro para todos que lo que se necesita en ese momento es una institución educativa que expida títulos académicos y también queda claro que Tegucigalpa quiere dar un paso significativo en la hegemonía de la joven República. Y más: el 19 de septiembre de 1847 pasa ser la Universidad del Estado de Honduras, gracias al auspicio del presidente Lindo. El proyecto se convierte en un objetivo específico de la Nación. Una vez concretado, será un paso decisivo al inicio de la configuración de la nacionalidad hondureña. El sueño del Bachiller se vuelve oficial, específico, concreto: un centro de estudios superiores que formará los profesionales que la emergente República necesita perentoriamente. He ahí una de las “palancas” que la nación necesitaba urgentemente para moverse.

Pasada la efervescencia de los primeros días, el Bachiller es testigo de los penosos primeros años de la Universidad: desinterés de los padres de familia, del Gobierno y de los ricos de Tegucigalpa, “falta de espíritu público” de casi todo mundo; eso por un lado; por otro, la formación escolástica de los que la dirigen: una realidad educativa clerical se impone a la concepción inicial, ilustrada y utilitarista. Desde la escritura a la vida, o tal vez la misma cosa; otra gran paradoja, nacemos a la vida independiente conciliando extremos. Una enorme brecha entre el proyecto, casi siempre importado, y la realidad.

Un difícil y lentísimo despegue que va desde la extrema pobreza y la orientación retrógrada del escolasticismo en su enseñanza hasta llegar a ser lo que es ahora.

Siete años después de su fundación, el secretario de la Universidad, presbítero, don Simeón Ugarte, declara en su informe anual de labores que Honduras ha tenido la desgracia de marchar paulatinamente y como a remolque de los Estados en la vía de la ilustración y de progreso. Los recursos con que ha contado para esta vasta empresa han sido miserables y casi efímeros y, lo que es más sensible, sus gobernantes jamás han tenido a la consideración ese gran pensamiento de ilustrar a sus pueblos, (Citado por Reina Valenzuela, 1976, p. 99).

Desde otro frente, Reina Valenzuela fustiga la mezquindad de la mayoría de los “capitalistas tegucigalpenses” de la época:
Es curioso que desde la donación hecha por don Leonardo Romero en 1853, los capitalistas tegucigalpenses hayan sido sórdidos y sordos al reclamo de la cultura encarnada en la Universidad del Estado; ellos no repararon en fomentar “revoluciones” y en otorgar “empréstitos” que después se hacían pagar en elevados intereses o que bien eran compensados con grandes extensiones de tierras ejidales y nacionales, que a la postre vinieron formando el latifundio, dejando a los pueblos sin tierras de labor, (Reina Valenzuela,1976, pp. 101-102).

Eran sordos al clamor de ayuda de la Universidad, sigue diciendo Valenzuela, pero recibían cada año los beneficios de los profesionales que salían de sus aulas.

Seguramente el Bachiller fue consciente que había volado muy alto con su sueño, en ese momento las altas esferas económicas y políticas de Honduras no eran proclives a la “ilustración y el progreso”, solo discursos, o sea, los mismos fuegos fatuos.

Es de honor hacer mención que los hombres que tomaron el control y dirección de su proyecto tenían voluntad de acero; a pesar del sistema teológico que imperaba en los primeros tiempos de la Universidad, eclesiásticos y seculares (como el padre Reyes y el doctor Hipólito Matute, sus primeros rectores) sostienen con convicción, “espíritu público” y patriotismo el proyecto, que en sus inicios era un verdadero apostolado.

También es digno de hacer mención que la realidad educativa de Honduras era clerical, única que había; la mayoría de las autoridades educativas, profesores y estudiantes eran, o aspiraban a ser, clérigos, y, por supuesto, el método de enseñanza era escolástico, basado en los dogmas. El viajero estadunidense, William Wells así lo deja testimoniado en 1854 al asistir a una ceremonia de graduación:
Esta Universidad se halla bajo la dirección de la Iglesia, que ejerce la hegemonía en materia educacional. Casi todos los estudiantes son candidatos al sacerdocio, (Wells, 1982, p. 180).

Y Reina Valenzuela explica:
En cuanto a la orientación académica no podía pedirse mucho: la enseñanza parecía seguir con el retraimiento y la timidez de los antiguos tiempos; continuaba el sistema teológico que todo lo basaba en lo divino y sobrenatural o en el dogma; pero en sus inicios ya podía vislumbrarse una inclinación hacia la metafísica, lo que desde luego, era un paso hacia la búsqueda “de la esencia de los fenómenos y de la naturaleza”, pero un paso dado con cautela, quizás porque la formación de sus maestros no permitía la interpretación de estos fenómenos, o quizá también porque la enseñanza tenía que marchar al ritmo de los tiempos, lentamente, medrosamente, como si un paso hacia otros derroteros pudiera ser el de un gigante que causara una hecatombe en una sociedad mal organizada, (Reina Valenzuela,1976, p. 60).

Eran muy pocos los hombres capacitados para dar vida a su visión educativa ilustrada-utilitarista en ese momento; aunque, contrario a lo que muchos piensan, Soto y su grupo, que tiene al padre Reyes como referente, no ven un conflicto esencial entre Ilustración y religión.

Según esta variante ilustrada, la Razón y la Ciencia, pilares fundamentales de la Ilustración, no están reñidas con Dios.

En un poema anónimo de 1846, que tiene todo el estilo del padre Reyes, y que está dedicado al Licenciado Hipólito Matute y a todos los que forman “el Cuerpo Municipal de la Ciudad de Tegucigalpa”, se ensalza (“do ya incienso se ha visto quemado”) “a la sacra deidad del saber”. Por su importancia para explicar esta idea, lo cito casi íntegramente:

Nunca, oh Patria, tu suerte estuviera/a tan hábiles manos confiada/ellos te alzan a altura encumbrada/ y desde hoy en progresos irás.

Sin escuelas, sin artes sin ciencias/Eras antes un caos de ignorancia/De tus hijos mirabas la infancia/En los vicios horrendos crecer/Más ya ponen los altos cimientos/En tu seno del templo sagrado/Do ya incienso se ha visto quemado/A la sacra deidad del saber.

Ya se oyó disputar en tus aulas/De las físicas leyes del mundo/Pronunciar con respeto profundo/De Copérnico el nombre inmortal (…) Tan patriotas como religiosos/sostuvieron las fiestas sagradas/Que tú misma tienes destinadas/Para culto del alma Jeová, (sic), (subrayado mío), (Maldonado, 1996, pp. 41-42).

El saber científico también es una “deidad”, hay una visión educativa ilustrada sin ninguna contradicción con el “culto del alma”. Se habla de las “físicas leyes del mundo”, “de Copérnico el nombre inmortal”, y donde se cultiva la ciencia es un “templo sagrado”. En suma, una celebración de la ciencia en armonía con la religión. Esta línea de pensamiento ilustrado en hermandad con la religión se percibe en Soto, como digno discípulo de Reyes.

Así pues, armonizar, unir, para inventar y emprender y estudiar; con un pensamiento así, creo, no podían ser ni morazanistas ni ferreristas…

En resumen, un proyecto ilustrado-utilitarista que, ya en la práctica real desentona fuertemente con el escolasticismo reinante en la educación, choca frontalmente con la miseria material del País, y moral de gobernantes y capitalistas, que marcha lento hacia el aprendizaje científico ya que no hay profesores-sabios para impartir las clases, porque la Iglesia católica es la mejor preparada para concretar el proyecto, y este tiene que avanzar lento, muy lento, tal y como son los asuntos humanos cuando comienzan, y en Honduras mucho más.

Don Máximo Soto Fiallos

Hay otra faceta del Bachiller a la cual hay que aproximarnos para hacer el necesario contraste, balance, síntesis, entre hombre y obra; y de qué manera la escritura mediatiza esa relación tan compleja.

La historiadora tegucigalpense, Leticia de Oyuela, nos dice que para 1852, año en que muere su hermano Juan José, don Máximo Soto, ya con 26 años, había consolidado con su hermano el control de las minas que circundaban Tegucigalpa, cosa que se puede advertir si se revisa la mortual de don Juan José, (Oyuela, 2007, p. 83).

Fue un capitalista de grandes y diversos patrimonios y muy innovador y futurista. Muy cuidadoso en sus haberes. Venía de una tradición familiar minera, pero fue diversificando y transformando sus empresas, muy consciente de que “quien no se renueva, muere”. Hablando de Marco Aurelio Soto, Leticia de Oyuela nos da este perfil de don Máximo:
Marco Aurelio Soto era hijo de Máximo Soto Zúñiga (sic), con exploraciones mineras en la jurisdicción de Yuscarán y en el sitio llamado Oropolí, de vocación para el pastoreo de ganado mayor, que había sido proveedor de carne para las minas de Yuscarán. Con su hermano, Juan José Soto, fundó una de las primeras empresas mineras para la exportación, llamada Hermanos Soto, y fueron dueños de la Mina Grande o de San Martín, (Oyuela, 2003, p. 152).

A lo largo del siglo XIX y parte del XX, la familia Soto estará siempre entre la élite predominante de Tegucigalpa. El historiador Óscar Zelaya, estudioso del período histórico que parte de la República hasta el inicio de la Reforma Liberal, 1839-1875, al mencionar los apellidos de las familias pudientes de Tegucigalpa dice:
Entre los principales hacendados mineros que sobresalen tenemos a: los Soto, Lozano, Fortín, Ferrari, Zelaya, Uclés, Lazo, Córdova, Morazán, Ugarte, Gardela, entre otros, quienes poseían los medios de producción más importantes del periodo. Siendo de esta manera el grupo social dominante del departamento de Tegucigalpa, (Zelaya Garay, 1992, p. 129).

En 1854, Williams Wells, el aventurero estadunidense, buscador de minas, nos ofrece esta ilustrativa semblanza de don Máximo, en una ceremonia de graduación de la joven Universidad.

En una especie de púlpito se hallaba sentado don Máximo Soto, joven abogado de gran porvenir, que se suponía ser el “padrino” del candidato y quien tenía el privilegio de contestar por él las preguntas más difíciles, (Wells, 1982, p. 179).

Leticia de Oyuela explica que tanto don Juan José como don Máximo son los primeros en la búsqueda de un desarrollo capitalista, lo que hace que, en su momento, don Máximo se traslade a Guatemala donde hay condiciones más favorables para llegar a un capitalismo de mayor desarrollo y superar el simple mercantilismo, (Oyuela,2007, p. 84)

En 1855, don Máximo Soto es nombrado Embajador Plenipotenciario de Honduras ante el Gobierno de Guatemala, país donde terminará estableciéndose hasta el final de sus días en 1870.

En un fragmento otoñal de Ramón Rosa en donde pondera las bondades espirituales del arte frente al “frío mercantilismo”, frente a “quienes solo viven del “tanto por ciento”, la citada historiadora escribe, que esas expresiones son un rechazo subliminal a la tradición mercantilista de la familia Soto. Un liberalismo arraigado en las nuevas formas de producción y, sobre todo, en el sentimiento de acumulación que inició don Máximo Soto y su hermano Juan José, (Oyuela, 2007, p. 82).

Máximo Soto Fiallos, una rara mezcla de nobles y altos ideales educativos para su Patria en el momento y lugar precisos y una lucha tenaz por acaparar el mayor número de bienes materiales. Uno de los pocos capitalistas de esa época con visión futurista; un tegucigalpense acaudalado, pero lleno de virtudes cívicas: profesor ad honorem de Filosofía en los primeros días de la Universidad, médico que trabaja en las medidas sanitarias frente a los brotes y rebrotes del cólera morbus, que atiende al padre Reyes en sus últimos momentos y que cede, con enorme desprendimiento, todos los créditos de la fundación de la Universidad a su Maestro. Frente a otros que injustamente le quitaban representatividad social, como se anota líneas atrás, don Máximo, demandó:
Demos el rango que corresponde al esclarecido PROTECTOR DE LAS LUCES, AL GRAN FUNDADOR de la Academia del Estado. (Durón, 1996, p. 195).

Un hombre contradictorio como José Cecilio del Valle o su mismo sobrino, Ramón Rosa. La forma paradojal pareciera ser la que mejor lo (s) define: su vida y lo que escribió. En ese nombre fundacional de nuestra Universidad concilia conceptos-símbolos tradicionalmente opuestos en donde está él, su grupo, los demás, y también muchos. En ese nombre, más que por semántica, las palabras se enlazan por la necesidad, por las necesidades reales de expresar un ideal único, tendiente a la construcción de un país desde la educación. Lo que mejor define a don Máximo Soto es la armonización de elementos antagónicos que habían sido pilares fundamentales en la tradición clásica e ilustrada que se terminan sometiendo a una realidad diferente. Aquí él los hace coincidir, porque lo que quiere es edificar; nociones que aquí, en la Tegucigalpa de 1845, que se confunde con la Patria, en la llamada Casa Morazán, con la presencia del ilustrísimo obispo, Francisco de Paula Campoy, su Maestro-Rector, profesores, estudiantes, padres de familia y autoridades municipales, liman asperezas y se unen y se vuelven herramientas al servicio de un luminoso proyecto educativo de dimensiones nacionales e intemporales.

Hasta aquí y ahora, 178 años después, nos llega ese entusiasmo del Bachiller, que nunca el espeso viento frío que bajaba de los cerros de Tegucigalpa podría apagar.

San Pedro Sula, diciembre del 2023.

Bibliografía
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