¿QUÉ PITO TOCA?

MA
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5 de abril de 2024
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12:25 am
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¿QUÉ PITO TOCA?

“INTERESANTE el tema del editorial –mensaje del buen amigo académico– de utilidad para los docentes”. Suelo conversar con mis alumnos acerca de la importancia de distinguir “lo vital” de “lo trivial”. En cuanto a recordar al autor, o el nombre de las cosas, el Premio Nobel de Física, Richard Feynman (el profesor de física preferido de mi generación), en una conferencia que impartía a maestros acerca de “¿Qué es la Ciencia?”, contó: Cuando él era un niño, en un paseo por el bosque (sin la interrupción de chunches tecnológicos), su padre le había explicado que “no es ciencia saber el nombre de un pajarito, –que en inglés, chino o español, sería distinto– ciencia es entender por qué vuelan los pájaros”. “Feynman no mencionó el nombre de su padre, pero todas las personas que hemos leído su artículo recordamos el ejemplo”. “Es probable que alguien que lea ese artículo me corrija diciendo que Feynman no mencionó el idioma español en su artículo”. “Lo sé”. “Por eso, cuando escribo, me gusta mucho utilizar la expresión: ‘quizás’”. “A mi memoria la traicionan los detalles –les digo– pero lo que voy a contarles es verdad”.

Alusivo a la siguiente conversación de cierre: (¿Qué pensás –entra el Sisimite– de ese hermoso mensaje? -Profundo, sencillo de entender –responde Winston– pero, más difícil de asimilar. La pena es que, si bien cientos de miles pudieron haberlo escuchado, el auditorio espumoso deja mucho que desear. La sociedad de líquida que era –inmersa en superficialidades, nada sustancioso, solo banalidades– ha ido mutando hacia un estado de naturaleza gaseosa. Volátil e inestable. Sin mucha atención hacia nada de lo esencial. Todo se quiere en forma instantánea, no hay tiempo para conversar, para escuchar, para intentar convencer, para entender, en fin, para nada que tenga valor perdurable. Todo es a prisa. Todo se quiere y se demanda para ya, como si no hubiese mañana. La concentración es efímera; en un segundo de algo insignificante se pasa a otra cosa trivial. El interés por la lectura, inexistente –ningún cuidado de expresarse o transmitir sentimientos, ideas, proyectos, en palabras, usando el lenguaje, puntual y correctamente– no hay tiempo para pensar en nada. Y si no se piensa no se crea. Todo corre, transcurre, pasa y se olvida al instante; como una carrera desaforada contra el tiempo que se va consumiendo velozmente, sin que quede nada de valor. El tiempo que se va, que se gasta, que se derrocha, agotado en pequeñeces. La vida que discurre –entre el apremio y la premura de no hacer nada y no dejar nada que valga la pena– se va acabando, en lo pasajero y lo muy fugaz. Corriendo desbocada –esa vida que solo hay una– como alma que se la lleva el diablo). Sobre el sermón “ser feliz”, equivocadamente atribuido a Bergoglio, hubo varias reacciones del colectivo: “Si te fijás –subsana la querida compañera oftalmóloga– hay algunos detalles que no van con la doctrina de la Iglesia”. “Pero en un 90% hace observaciones muy acertadas”. Alusivo a ello el mensaje de otra buena amiga: “Igualmente, por mi lado lo envié a toda la familia y un 90% respondieron con gratitud por haberlo compartido”. “Es digno de guardarlo para leerlo cuando sea necesario”.

(¿En qué estás pensando? –entra el Sisimite– no te dé por salir con otro de tus sarcasmos como aquello que dijiste que “uno de estos días Bergoglio va a salir con una ocurrencia: “Yo no dije eso, pero, si no lo dije, debí de haberlo dicho”. -Pensaba, a lo Descartes –interviene Winston– para luego existir. ¿Qué pito toca el otro 10% de familiares de la amiga, ya que solo el 90% respondió con gratitud? -Conociéndote –interrumpe el Sisimite– ¿estarás pensando que son mal agradecidos? -Pues fíjate que no –lo corta Winston– pensaba que, si un 90% respondió que lo leyó, es un éxito. Más bien la cifra está invertida. Un 90% a los que se les manda lectura, no leen lo que reciben. Del 10% que quizás la ven, la mitad solo repara en el titular y a toda prisa medio ojea el texto. Habría que asumir que una buena parte de ellos entiende lo que leyeron. -Bueno –tercia el Sisimite– esas tus estadísticas quizás aplican a otro tipo de lectura –y ni hablar de libros– ya que, digamos, la mayor parte del colectivo, sí lee estos editoriales. Con mayor interés en nuestras conversaciones. -Y los que no, –agrega Winston– son los consabidos miembros del club de analfabetos del siglo XXI, que si bien saben leer y escribir, nada leen y nada de ver escriben).

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