Mercantilización de la salud

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8 de febrero de 2020
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12:05 am
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Mercantilización de la salud

Por: Denis Castro Bobadilla
Doctor y abogado
II Vicepresidente del Congreso Nacional
Diputado por el Partido Alianza Patriótica

Se ha dicho, y se ha comprobado, que es fácil engañar a aquellos que, en medio de sus más grandes esperanzas, se dejan seducir por los engañadores de oficio. No se trata solamente de las víctimas inocentes de los políticos sin escrúpulos. Se trata, entre otros muchos casos, de quienes, en materia de salud, necesitan con frecuencia de medicamentos que deben darles una vida mejor.

Sin embargo, y ya que la realidad no se equivoca, las virtudes de la mayoría de las medicinas, magnificadas por la publicidad constante y repetitiva, no son más que cuentos diseñados por expertos manipuladores que no tienen más objetivo que llenar las arcas de las millonarias farmacéuticas del mundo.

Antes, el médico se basaba en su propia sabiduría para diagnosticar con certeza una enfermedad; hoy, hay que hacerle al enfermo mil exámenes de los cuales novecientos noventa y nueve son innecesarios; bueno, innecesarios para el paciente, pero importantísimos para el laboratorio, para sus empleados y para las farmacéuticas que venden los reactivos.

Antes, los médicos ganaban prestigio y, con el prestigio, pacientes. Hoy, se promocionan por radio y televisión bajo el disfraz de la orientación altruista y bondadosa en una pesca desesperada de pacientes.

Impresiona mucho el hecho de que la salud esté tan mercantilizada. No es que me oponga a la inversión privada de los servicios médicos. Me opongo a que el enfermo haya dejado de ser “el paciente” para convertirse en “el cliente”. Y, muestra de esto es un hecho fácilmente comprobable: en los hospitales públicos de cierto país africano, la gran mayoría de mujeres embarazadas tienen a sus hijos de manera normal, sin embargo, en los hospitales privados es urgente la cesárea, antes de que se pierda el producto y muera la madre. Y allí, las cesáreas son caras.

Este es un tema amplio del que se puede decir mucho. Por ejemplo, por televisión promocionan un producto al que llamaremos “Negrovida”, junto a muchos más que prometen salvar al enfermo de sus males y protegerlo de todas las enfermedades habidas y por haber. Otro, llamado “Pelovida”, es la solución al grave problema de los calvos. Hace nacer y crecer el pelo más largo y más lindo que el de Rapunzel. Pero, los pelones alrededor del mundo siguen calvos, incluido el príncipe William, heredero al trono británico.

La farsa es tan teatral, que miles de víctimas desesperadas caen inocentemente. Una crema “borra” las cicatrices; otra, hace desaparecer las arrugas, y uno de esos productos hechos a base de petróleo, es tan mágico como la lámpara de Aladino: se la unta el cristiano, y lo vuelve más joven que un niño de pecho.

Mientras esto sucede, tónicos y brebajes se venden como la comida. Un “Negrotón” rejuvenece, da nuevas fuerzas, vuelve viril al impotente y da inteligencia, superior a la de Albert Einstein. Y la verdad es que esos maravillosos y milagrosos tónicos se orinan a la media hora, tal y como fueron ingeridos, sin más efecto que el autoengaño.

La medicina ha evolucionado mucho desde los tiempos de Esculapio. Los grandes avances tecnológicos garantizan mejor calidad de vida, y muchos años más para los que tienen como pagarlos. Pero, conozco a doña Mariana, en Lepaterique, que ya cumplió noventa años y jamás fue víctima del capitalismo de la salud. A un joven se le indican ultrasonidos, tomografías y muchos exámenes más. Sale de la consulta con diez recetas, y lo que tiene es un orzuelo. En la farmacia le venden la medicina, llega a su casa con una bolsa llena, y solo ocupa una. Pero, el negocio debe marchar. Una sola farmacéutica facturó ochocientos cincuenta mil millones de dólares en 2019. Y, estas ganancias astronómicas justifican el hecho de que el ser humano sea ya objeto de la salud, y no sujeto, como ha sido siempre. Es, ahora, cliente, y no paciente. Es, por desgracia, fuente de riqueza, porque de sus males se nutre la poderosa industria de las medicinas, aunque la mayor parte de esos males no existan.

Es hora de volver a los principios éticos de la Medicina. Es hora de ver a la enfermedad como un enemigo a combatir, y no como un aliado comercial. Es hora de ver al ser humano como paciente, y no como cliente, al que hay que escurrirle el bolsillo con el poder de la avaricia.

Tal vez estas líneas no les gusten a muchos, pero, eso pasa cuando la verdad les quita la máscara con la que se pasean por la sociedad… Y, al que le caiga el guante, que se lo plante.

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